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Reportaje:

Un esqueleto con alpargatas negras

Las exhumaciones de Piedrafita de Babia conmocionan a los familiares de los 37 fusilados

Teo Francos tiene una bala entre la aorta y el corazón. A sus más de 80 años, este rubio brigadista francés ha querido estar al pie de la cuneta, en Piedrafita de Babia (León), día tras día, desde hace una semana, para 'dar apoyo moral' a los familiares de los 37 milicianos republicanos asesinados en la noche del 5 de noviembre de 1937 y arrojados a una zanja, que ahora revela con certeza matemática el lado oscuro de una historia incompleta. 'Sólo quedamos ocho, los demás han muerto, y yo he querido estar aquí. Es un momento muy emocionante, y los muertos tienen que hablar. Ésta es la verdadera historia de España y nos merecemos conocerla, aunque muchos ya la sabemos de sobra'.

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La comarca de Babia vive con emoción la exhumación de los restos de los fusilados. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica concentra estos días en Piedrafita de Babia a familiares y amigos de las víctimas, que no han cesado en su empeño de dar sepultura a estos hombres en un campo santo. El pasado lunes, la lectura de los datos de un georradar apoyó la versión de algunos vecinos de la zona que situaban los enterramientos de los soldados en una loma, a 300 metros de la entrada del pueblo. Al día siguiente salían los primeros restos. Un fémur, diversos pequeños huesos... un cráneo. Los testigos estaban impresionados con los últimos hallazgos: dos esqueletos en perfecto estado, uno calzado con alpargatas negras,

'A quien me pregunta que por qué quiero remover las cosas, yo le contesto: ¿Acaso tu no quieres tener a tus seres queridos en el cementerio, en vez de en una cuneta o en la carretera?', espeta Isabel González, de 84 años. Esta mujer de ojos vivos había cumplido 19 años cuando a su hermano Eduardo, de 22, le convencieron con falsas promesas de que si se entregaba ante el Ayuntamiento de Palacios del Sil no le iba a pasar nada si no tenía delitos de sangre. En menos de ocho horas, Eduardo y su cuñado Francisco estaban en la zanja donde ahora, 60 años después se les busca a ellos y a 35 compañeros más. Isabel quiere enterrar a su hermano Eduardo en el cementerio municipal de Palacios, junto a sus padres y una hermana que murió siendo una niña.

Xosé Nells ha recorrido cientos de kilómetros para dar aliento a los parientes de los milicianos. Su historia es muy parecida a la de los familiares que están al pie de la fosa. 'Mi abuelo murió en 1937, fusilado por el ejercito Nacional; le enterraron en una fosa como ésta en Asturias. No guardo rencor, sólo quise en su día que mi abuelo descansara en paz. Yo necesite ayuda. Ahora yo vengo a darla'.

Junto a la fosa esperan pacientes a que desentierren a los milicianos adolescentes. Ninguno de ellos superaba los 25 años. Manuel Pérez, un orensano de 66 años, lleva cinco días. Buscaba un rastro de su padre, Víctor Pérez. En sus manos, dos fotografías y varias cartas. 'Desde pequeño he buscado a mi padre, he viajado a otras fosas; ahora sólo quiero que mi progenitor realice su último viaje para descansar en paz a lado de mi madre'.

A su lado observa cabizbaja una anciana de 76 años, María González Rodríguez. 'Mi hermano, José, no era republicano, además éramos sobrinos de un cura y de una monja. Estaba en el frente de León, en Torre del Barrio; una noche de 1937 le acusaron de rojo y no pudo defenderse. Esa misma noche le fusilaron aquí'.

En el camino, apoyada en un coche, María Fernández, cansada del viaje desde un pueblo de Asturias, apenas podía mirar la fosa sin llorar. No sabe con certeza si su padre estará allí, pero la última pista que tiene es la de los fusilamientos de Piedrafita. 'Muchos combatientes bajaron desde Asturias cuando cayó el Frente Norte. Les dijeron que Franco les perdonaría, siempre y cuando se entregaran al Ejercito Nacional. Otra de las condiciones que puso Franco es que no tuvieran delitos de sangre. Mi hermano, Francisco, se entregó como otros muchos, engañado, eso sí. Durante unos días estuvieron presos en los barracones; el procedimiento no funcionó y una noche les sacaron por las malas, les trajeron hasta este sitio deshabitado y les fusilaron sin pudor'.

La historia de la fosa de Piedrafita tiene un protagonista en Ricardo Suárez. Fue el niño de 14 años que en 1937 encontró la fosa. Ahora sus recuerdos se reavivan. Ricardo iba al campo a trabajar como cada día. En medio de la carretera, su perro empezó a ladrar. Entonces fue cuando se acercó y vio horrorizado como un gran charco de sangre cubría la tierra. Aunque alertó a su familia, el miedo a las posibles represalias dejó que el tiempo echara más tierra sobre los cadáveres de los 37 fusilados. Hasta hoy.

Un voluntario excava en la fosa de Piedrafita.
Un voluntario excava en la fosa de Piedrafita.EFE

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