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Entrevista:Alfredo Arribas | ARQUITECTURA

'Me atraen más las emociones que los teoremas'

Anatxu Zabalbeascoa

Si Madrid tuvo su movida, Barcelona tuvo sus bares. En ese contexto, Alfredo Arribas (1955) construyó una arquitectura que fue unánimemente admirada desde numerosas publicaciones internacionales, y que además sirvió para relanzar y popularizar la nueva modernidad de la Ciudad Condal. Tras una década de éxitos y pasada la fiebre olímpica, todo aquel mundo diseñado dejó de ser novedad. Lo que fue moderno se tachó de manierista. Arribas fue, con Mariscal y el dúo Juli Capella y Quim Larrea, uno de los principales protagonistas de la cultura barcelonesa de aquellos días. Después de la resaca ha seguido trabajando, mucho más en el extranjero que en España, pero sus proyectos más recientes lo devuelven a su ciudad natal con tipologías sorprendentes. Alfredo Arribas es hoy un arquitecto internacional. Ha pasado a levantar edificios en Alemania, Italia y Japón, y ahora regresa a Barcelona de la mano de viviendas, hospitales y ambiciones urbanísticas.

'Trabajar dentro del edificio enseña a ser sincero con la arquitectura'

PREGUNTA. Usted tuvo unos inicios rompedores ligados a una tipología: los bares de copas y a un momento de una ciudad. ¿Cómo se libera uno de un estilo tan concreto?

RESPUESTA. En otras disciplinas, como el cine o la narrativa, sucede algo parecido: el espectador tiende a encasillar a actores o escritores en roles determinados. En arquitectura ocurre lo mismo. Romper esa tendencia exige una determinación. Primero una intención, luego una decisión y al final una voluntad férrea que implica decir no a ciertos proyectos que podrían resultar más cómodos. Cuando uno está encasillado y sigue teniendo curiosidad por indagar en otros ámbitos, debe ser rotundo y negarse a hacer lo que le ha sepultado en una fama muy concreta.

P. ¿Es eso lo que hizo?

R. No tuve más remedio. La etapa en la que me dediqué a hacer interiorismo me sirvió para llamar la atención y conseguir los encargos extranjeros que he estado realizando estos años. A finales de los ochenta, Barcelona era una ciudad de moda, y eso me permitió saltarme los procedimientos académicos habituales.

P. ¿A qué se refiere?

R. Gracias a la fama adquirida por los locales barceloneses me llamaron para completar obras como el edificio más alto de Francfort, un banco que había sido diseñado por Norman Foster. Los alemanes tuvieron fe en que el detalle arquitectónico sería capaz de solucionar problemas muy difíciles. Y es que el interior acumula mayores dificultades y exige un sacrificio mayor que el exterior de un edificio en la medida en que su dimensión se desborda.

P. La desmesurada atención al detalle era, precisamente, lo que se le criticaba en España.

R. En el extranjero la sutileza y el detalle en el tratamiento de algunos temas resultó ser una buena garantía de trabajo. Nos invitaron a realizar un Museo de la Música en Francia y una reordenación de las calles de Viena empleando elementos de iluminación o cambios en el pavimento. Con esa devoción por el trabajo minucioso, conseguimos también ganar el concurso para levantar el edificio internacional Smart, un inmueble destinado a repetirse en varias ciudades que buscaba convertirse en un icono. Lo diseñamos como una máquina dispensadora de coches, transgrediendo la escala. Todavía hoy nos interesa ver los edificios de otra manera.

P. En cualquier arquitecto es natural querer ampliar el abanico de tipologías, pero la voluntad férrea de querer cambiar de estilo llama más la atención ¿A qué obedece?

R. Yo no creo haber cambiado tanto. Considero que nunca he hecho arquitectura manierista, ni siquiera la supuesta arquitectura manierista que se me achaca. He hecho algún interior muy marcado, como el Velvet, o un interior muy escenográfico, como fueron las Torres de Ávila en su día. Siempre he sido muy respetuoso con la temática, que es parte del programa. Suelo clasificar la arquitectura en dos grupos: el que extrae de las condiciones propias de un entorno la mayor parte de la inspiración y el que basa su valor en la posterior exportación de ideas a trabajos que vendrán más tarde: la de repertorio, la de lenguaje propio. Esta segunda opción es más propia de un artista que de un arquitecto. Mis edificios siempre obedecen a las condiciones en las que son construidos.

P. No es habitual que un arquitecto rechace tan drásticamente lo que le hizo famoso.

R. No ha sido una ruptura violenta. Los temas que realicé en la Barcelona pre-olímpica han tenido un eco posterior en otros edificios que he construido vinculados al mundo del ocio. Eso fue una primera transición. Luego llegué al mundo del tiempo libre, al de la cultura, a la museística. Esos proyectos, casi todos en el extranjero, me ayudaron a dar el paso que quería: cerrar una etapa sin tener que dar un salto en el vacío. Por eso ahora que estoy haciendo un hospital en Barcelona me siento libre, siento que he culminado el distanciamiento que buscaba.

P. ¿Qué enseña trabajar dentro de un edificio?

R. Se aprende a ser más sincero con la arquitectura. Las fachadas están sacralizadas, pero la gente vive, baila o es operada dentro de los edificios. Muchos movimientos arquitectónicos no han pasado de las fachadas. Pero hoy casi todas las aproximaciones a un nuevo lenguaje arquitectónico se realizan desde el interior del edificio. Con todo, uno presta atención a los detalles o no la presta, pero esa atención no depende de que esté haciendo bares u hospitales, depende de la naturaleza del proyectista. Los arquitectos históricos que más he admirado realizaban proyectos completos. Siempre me ha interesado más Wright que Mies. Me atraen más las arquitecturas emocionales que los teoremas. La sutileza y la humanidad que la perfección matemática.

El regreso del hijo pródigo

A ALFREDO ARRIBAS no le faltan los encargos. Podría haberse hecho de oro desplegando la lección aprendida en una década dedicada a estudiar la diversión del ser humano y repetir sus conclusiones en diversos escenarios. Podría vivir cómodamente, pero Arribas es demasiado ambicioso para contentarse con eso. Cambió los oropeles por el esfuerzo y lo ha hecho sin renunciar a lo que él sabe hacer: pensar en todos los detalles. Con detalles drásticos como hundir un edificio para doblar su superficie ha regresado a Barcelona, donde amplía la Fundación Puigvert, en el modernista Hospital Clínico de Domènech i Montaner. Detalles en la iluminación, el pavimento y el mobiliario urbano le hicieron ganar el concurso para reacondicionar la Schwarzenbergplatz de Viena, que ahora construye. Las ideas, por encima de los detalles, le hicieron ganar otro concurso que convertía los concesionarios de los coches Smart de todo el mundo en máquinas expendedoras de autos, y las ideas, los detalles y la fachada le han permitido construir en Wolfsburg (Alemania) el edificio más importante de su carrera, la sede del grupo Seat Wolkswagen, un icono arquitectónico.

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