La ceguera
Soy una ciudadana de a pie sin ninguna vinculación política. Pertenezco a esa generación de los setenta, que era demasiado niña para ser consciente del cambio hacia la democracia, y demasiado ingenua para poder opinar. Ahora, con un poco menos de ingenuidad y más años de vida, me doy cuenta de que he sufrido una ceguera en mi conciencia.
Asistí a la presentación de la Fundación para la Libertad. Por un lado, fue vigorizante, pero por el otro resultó terriblemente triste; tristeza por tener que crear foros, plataformas, fundaciones, en pro de principios como la tolerancia, la libertad, el pluralismo y la democracia. Lo triste, lo inconcebible en el siglo XXI, es tener que hablar de conceptos tan básicos. Sólo tengo cinco años más que esta democracia, me he criado en esta tierra, he bebido y disfrutado de su cultura, pero hasta ahora no he sido consciente de mi falta de libertad en una democracia que no es igual para todos.
Mis días son libres porque hago lo que me gusta, y en mi micromundo no molesto a nadie, ni nadie me molesta; cuando me encuentro con gentes que no respetan, me callo y doy media vuelta. Pero hay personas que cada mañana tienen que mirar en los bajos de sus coches, cambiar sus recorridos habituales por el simple hecho de decir en voz alta y clara lo que piensan. Animo a que todos promovamos la tolerancia, el pluralismo, la libertad con nuestra participación en distintos foros. Que no sean solo los que ya no tienen libertad que perder, los intelectuales, los políticos de determinadas ideologías, los exiliados por obligación, los familiares de los asesinados, quienes promuevan estas iniciativas y participen en ellas. Que seamos todos los ciudadanos que creemos en la libertad. En la comodidad de nuestro micromundo no existe el cambio, y en el miedo no hay libertad.
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