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Tribuna:EDUCACIÓN
Tribuna
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Saturación ideológica

El autor sostiene que el Gobierno usa muy sesgadamente los resultados de las evaluaciones del sistema educativo español para justificar un cambio radical de la educación

La política comunicativa de los Gobiernos acentúa los aspectos positivos de su gestión y disimula los negativos. Por esto es curioso lo que sucede en España con la educación: el Gobierno pone énfasis en las noticias negativas y obvia los aspectos positivos sobre su funcionamiento. ¿Por qué el Gobierno enfatiza los aspectos deficientes y menosprecia, cuando no esconde, los positivos? Porque su visión de la educación adolece de gran saturación ideológica. Desde que llegó al poder el PP decretó la inconveniencia de las reformas educativas anteriores. Ahora trata de certificar, a cualquier coste, el fracaso de las mismas.

Empecemos por la primaria. En primavera, el 25 de marzo, los medios de comunicación se hicieron eco de un informe del Ministerio de Educación según el cual la mitad de los alumnos de 11 años (sexto de primaria) tienen problemas para operar con números decimales. Los resultados también eran mediocres en comprensión literaria y en conocimiento del medio. El día siguiente algunos medios informaron de otra parte del estudio, obviada inicialmente por el Ministerio, que concluía que los alumnos de primaria obtienen mejores resultados que los que en 1995 cursaban sexto de EGB. El nivel de los alumnos es mayor ahora, tanto en lengua castellana y literatura (los resultados han mejorado un 10%) como en matemáticas (mejora del 2%) y en conocimiento del medio (mejora del 14%). Sería bueno que los alumnos progresaran aún más. Pero lo que se deduce del informe es un avance significativo.

La mejora de la financiación sigue ausente de las reformas anunciadas

Ahora la secundaria. En diciembre de 2001 conocimos titulares informativos como Los alumnos españoles de secundaria, entre los peores de los países desarrollados, derivados del Informe Pisa, elaborado por la OCDE en 2000. Enseguida el Gobierno tomó este fracaso como confirmación de la necesidad de una radical transformación de la secundaria. Pero las noticias de los días siguientes alteraron un tanto el cuadro. Primero, España está pegada a la media (la diferencia era inferior al 1%) en comprensión de la escritura y de cultura científica, y por delante de Alemania, Italia y Dinamarca, entre otros muchos países. En matemáticas estamos un poco más abajo, y los únicos de la UE por detrás son Italia, Luxemburgo, Grecia y Portugal. Después supimos que la situación relativa es bastante mejor que en 1996, cuando los estudios situaban a los alumnos españoles en el puesto 27 de la OCDE en ciencias, ocho por debajo del actual, y en el puesto 31 en matemáticas (por delante sólo de Grecia y Portugal). Y todo esto a pesar de que se ha reducido el gasto público en educación con respecto al PIB y ahora estamos en la cola de la UE.

El Gobierno usa muy sesgadamente los resultados de las evaluaciones para justificar un cambio radical de la educación. Cambio que, en lo sustancial, implica volver a modelos similares a los que había antes. En algunos casos, muy antes. Esto puede plantear un problema grave. Al no haber elaborado, a diferencia de otros países, un diagnóstico completo y riguroso del sistema antes de proponer las reformas, la saturación ideológica del Gobierno puede empeorar algunos aspectos que, desde luego, necesitan reformas.

Aunque no son los únicos, se pueden destacar algunos grandes retos para mejorar la educación. En primaria, una integración eficaz de los alumnos de sectores con dificultades socioeconómicas y de la nueva inmigración, que permita mejorar la cohesión del modelo social y continuar avanzando en la adquisición de conocimientos. En secundaria, abordar las exigencias impuestas por el gran avance social que supone prolongar la escolarización obligatoria hasta los 16 años: el sistema ha de responder a las necesidades de los alumnos con más capacidad y motivación, y también a las de los alumnos con más dificultades para aprender. Y, en general, hay que recuperar un cierto sentido de autoridad para los docentes, combinado con su autonomía para organizar la respuesta educativa a su alumnado específico.

Las respuestas del Gobierno insisten en caminos ya trillados, y con poco éxito. Opta por segregar a los alumnos antes que por la integración. La mejora de la financiación sigue ausente de las reformas anunciadas. En lugar de autonomía organizativa para los centros se adopta un minucioso reglamentismo estatal que hará más rígido el sistema. La premisa de partida del Gobierno parece ser que si hay menos estudiantes, los que queden estudiarán mejor, y además el sistema será menos caro. Es la opción por un modelo educativo que refleje las desigualdades socioeconómicas y las refuerce.

Algunas respuestas alternativas pueden ser más eficaces y equitativas. Por ejemplo, que todos los centros que reciben financiación pública cooperen en la integración del alumnado inmigrante y del procedente de sectores más desfavorecidos. También la aplicación de los recursos que precisa un sistema educativo que quiere avanzar en su calidad, y que de este avance participe la sociedad en su conjunto, para hacer compatibles la excelencia y la igualdad de oportunidades. Por otra parte, dar mayores competencias educativas a los municipios ayudaría a mejorar la vinculación de los centros con su entorno social y territorial, y además permitiría situar mejor las responsabilidades en la educación. Claro que esto requiere una concepción del sistema educativo como instrumento de integración social y de fomento de la igualdad.

Germà Bel es profesor de Política Económica de la Universidad de Barcelona y diputado socialista.

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