Las divergencias entre Berlín y París enturbian el futuro de Europa
España pasa el relevo a dos presidencias de relativo peso: Dinamarca y Grecia
La crisis que desde hace dos años sufre el eje París-Berlín, histórico motor de la construcción europea, amenaza con transformarse en un campo de batalla entre las dos grandes potencias del continente precisamente cuando la UE entra en una fase crítica para dilucidar su futuro político y económico. Los roces entre Alemania y Francia son ya inevitables en cuestiones como la ampliación, la reforma agrícola, el futuro de la UE, la inmigración o el Pacto de Estabilidad.
Al término de la cumbre de Sevilla de la semana pasada, el presidente francés, Jacques Chirac, se refirió a 'los problemas' que sufre el proceso de la ampliación y, tras apostar por una recuperación del 'nexo franco-germano', reconoció acto seguido que Berlín se enfrenta a 'cuestiones delicadas' con la vista puesta en las elecciones del 22 de septiembre. Pero es en este segundo semestre del año y el primero de 2003 cuando la UE tiene que dilucidar cuestiones clave en las que Francia y Alemania sostienen posiciones radicalmente opuestas y cuentan con potentes aliados.
Con una presidencia de bajo perfil como la de Dinamarca, un país pequeño que ha rechazado el euro y no participa en la Política Europea de Defensa, deben concluir en diciembre las espinosas negociaciones de adhesión con 10 futuros socios a las que España ha dado un gran impulso pero sin cerrar los capítulos más sensibles: los financieros.
Alemania, junto con Holanda, Suecia y Reino Unido, no acepta la factura de 40.000 millones de euros propuesta por la Comisión para sufragar el coste de la ampliación en el periodo 2004-2006. Se encierra sobre todo en rechazar los pagos directos a los agricultores. Francia, con España, Grecia o Italia, considera vital no poner en duda ese concepto básico de la Política Agrícola Común (PAC) que tanto le beneficia.
Alemania, el país que más ganancias obtendrá de la ampliación por su influencia en los países del Este, teme además la avalancha de mano de obra barata y de productos a precios más competitivos. Por el contrario, Francia ha llegado a protestar por haber sido eliminados de la primera oleada de adhesiones Bulgaria y Rumania. Paradójicamente, sin embargo, sólo el 33% de los franceses está a favor de la ampliación, aunque también en Alemania y Reino Unido el porcentaje roza ligeramente el 50%.
Reforma de la PAC
Pero es la reforma de la PAC, que será presentada oficialmente el próximo día 10 en Bruselas, la que ha abierto el último frente entre París y Berlín. La PAC, con 40.000 millones de euros anuales, supone casi el 50% del presupuesto de la Unión y las cifras se dispararán con la entrada de una Polonia fundamentalmente agrícola. Alemania, como país contribuyente, exige no sólo rebajar esa factura, sino incluso suprimir o 'renacionalizar' algunas de las ayudas de forma que cada Gobierno dedique fondos a sus agricultores en lugar de hacerlo Bruselas. Para Francia, como para España, eso es una declaración de guerra. La PAC representa 'no sólo un pacto entre los Estados de la UE, sino también un contrato con los agricultores europeos que debe ser respetado', ha advertido el ministro francés de Agricultura, Herve Gaymard.
También se ha reactivado el frente en torno al Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Para aliviar el aviso que Bruselas lanzó a comienzos de año contra Alemania por su elevado déficit, Berlín se comprometió oficialmente a no superar el fatídico 3% fijado como límite en ese pacto. Esta misma semana el Gobierno francés ha anunciado que probablemente lo supere este año, con los consiguientes perjuicios para la economía europea y encima ha insistido en que cumplirá su promesa electoral de rebajar un 5% la presión fiscal ante una escandalizada Alemania.
Las profundas reformas institucionales que la UE debe concretar antes de la ampliación es otra fuente de diferencias franco-germanas. Berlín quiere una Europa federal, a imagen alemana, con una comisión potente controlada por el Parlamento y una segunda Cámara con representantes de los Estados. Y desde luego no desea que el Consejo de la UE tenga un presidente elegido por los líderes en contra de la tesis sostenida por Chirac, Aznar y el británico Tony Blair. Francia también se resiste, contra la opinión alemana, a poner coto a la cultura del veto en la UE y ha bloqueado en Sevilla el primer amago. Ahora las trincheras en este terreno están en la Convención sobre el futuro de Europa y en 2003 se trasladarán, bajo presidencia griega o italiana, a la Conferencia Intergubernamental. Chirac, de otro lado, encabezó en Sevilla a los líderes opuestos a que se pudiera castigar a los países que no colaboren en el control de la inmigración ilegal. Al acabar la cumbre, sólo el canciller Gerhard Schröder, junto con el italiano Silvio Berlusconi, se lamentó de que los Quince no hubieran sido más duros.
Ante estos pulsos, la vista de los dirigentes europeos está puesta en el resultado de las elecciones alemanas. Pero gane Schröder o el democristiano Edmund Stoiber, una de sus preocupaciones consistirá en preparar la gran batalla de esta década en la UE: pactar las nuevas perspectivas financieras para el periodo 2007-2013.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.