Cólico literario
Esta pequeña película francesa parece buscar, como tantas otras de su mismo modelo narrativo casi artesanal y de su misma procedencia geográfica e intelectual, un lugar en la abierta y confortable sombra de los epígonos de la vieja nouvelle vague. Pero no lo encuentra. Su escritor y director -y demasiado evidente buscador de una pantalla con sabor y sello propios- se llama Ilan Duran Cohen, que, con alrededor de cuarenta años, tiene a sus espaldas una corta pero ambiciosa obra como novelista y como escritor de los guiones de películas que luego él dirige.
Ofrece Duran Cohen en la pantalla de La confusión de géneros indicios de que su voluntad de estilo puede llevarle a algún futuro territorio de fertilidad, pero el filme en sí mismo es aún un quiero y no puedo, un busco y no encuentro. Hay mucho candor en su filmación y en su puesta en pantalla, pero padece de lados aún menos sólidos,
LA CONFUSIÓN DE GÉNEROS
Dirección y guión: Ilan Duran Cohen. Intérpretes: Pascal Greggory, Nathalie Richard, Julie Gayet, Alain Bashung, Cyrille Touvenin, Bulle Ogier, Valerie Stroh, Nelly Borgeaud. Francia, 2001. Género: drama. Duración: 94 minutos.
Está vertebrada La confusión de géneros sobre una serie de cruces de personajes de evidente extracción literaria, a los que se oye más que se ve. Y que hablan y hablan sobre el lomo de diálogos cursilones y artificiosos, llenos de frases hechas, calculadas como píldoras de un juego de pinpón verbal e intelectual en el que se le ve venir antes la tinta del escritor que la voz del intérprete.
La elección de tonalidades y volutas literarias para la construcción de los diálogos es legítima, pero a condición de que esa elección sea también una elección de imagen -cosa que no ocurre en un filme que adolece de imágenes sosas e imprecisas- y de comportamientos y actitudes gestuales en los intérpretes. Pero esto tampoco ocurre, porque éstos largan sus frases sin darles un apoyo gestual acorde con la idea motora y la textura de lo que dicen, por lo que parecen decir sus diálogos sin incorporarlos a las conductas, es decir, sin darles cuerpo de tales conductas.
Por ejemplo, oímos: 'Joder contigo me desestabilizó, por lo que tuve que equilibrarme acostándome con Karim'. O 'El amor no es un cólico, pero es una cárcel'. O '¿Tanto se me nota que te deseo?' / 'Se te ve en la mirada' / 'Ése ha sido siempre mi problema'. Y se percibe que no es fácil para un ramillete de buenos intérpretes, en cuya cabeza está (completamente perdido) Pascal Greggory, el inquietante Anjou de La reina Margot, de Chéreau, asumir como propios, como nacidos bajo su piel, a unos diálogos de laboratorio, que a veces rozan (escena de la familia, tras la boda frustrada) el ridículo.
Babelia
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