La fuerza hipnótica de una pesadilla
Nueva victoria para el terrorismo. Poco antes de que el presidente Bush estuviera a punto de anunciar su apoyo a un Estado palestino, un asesino suicida de Hamás se autoinmolaba en un autobús en Jerusalén. Mató a 19 personas e hirió a casi setenta, entre ellas alumnos que iban camino del colegio. La visión de una fila de cuerpos envueltos en bolsas negras de plástico en la acera les rompió el corazón a los israelíes. También redujo aún más la posibilidad de los palestinos de tener su propio Estado. No obstante, el 80% de los palestinos declaran -según una encuesta publicada hace unos días en Palestina- que apoyan que se continúe con los atentados suicidas contra la población israelí. Así que se puede decir que actualmente los palestinos están haciendo todo lo posible para asegurarse de que en el futuro no tengan su propio Estado.
En el otro lado, el Gobierno de Israel se encuentra acorralado. Preso de una forma prepotente de pensar, declara inmediatamente que su reacción va a ser mucho más dura: a partir de ahora, tras un atentado, el Ejército volverá a ocupar territorios de la Autoridad Nacional Palestina, pero ahora no se marchará enseguida, 'sino que se quedará hasta que deje de haber atentados terroristas'.
Pero como no va a dejar de haber atentados terroristas y mucho menos mientras no haya un acuerdo político que garantice a los palestinos la creación de su Estado, se puede afirmar que el Gobierno israelí ha decidido ocupar de nuevo todos los territorios de la Autoridad Palestina para garantizar de esa forma que siga habiendo atentados terroristas.
¿Por qué Hamás insiste tanto en hacer fracasar a todos los palestinos? Porque teme que las reformas que Arafat se verá obligado a realizar en breve limiten su actividad terrorista. Hamás también está preocupado porque Egipto, Jordania y Arabia Saudí están acercando su postura a la de EE UU e Israel en lo que se refiere a la necesidad de luchar contra el terrorismo. Por eso, sus actos terroristas tienen como objetivo -a corto plazo- hacer que Israel ataque a la Autoridad Palestina y que incluso ocupe de nuevo todos los territorios. De esta manera los Estados árabes moderados se verán obligados a volver a sus posiciones anteriores, más extremistas.
¿Por qué Israel -y Sharon a la cabeza- le hace el juego a Hamás? Porque no cree que tenga un interlocutor en el lado palestino con quien poder negociar. Porque hay dentro de Israel sectores que se oponen a un acuerdo verdadero y definitivo y, sobre todo, porque el país está confuso y desesperado. Hasta tal punto está confuso que un importante ministro del Gobierno propuso el otro día que, en lugar de que Israel se rodee de un muro de separación, ponga vallas alrededor de todas las aldeas y ciudades palestinas y así se aísle a partir de ahora.
Actualmente Israel está tan desesperado que la idea de expulsar a los palestinos de los territorios de la Autoridad Palestina, amén de la expulsión de cerca de un millón de árabes israelíes, está cobrando apoyo en el debate público y en el Gobierno. Hace unos días, en la entrada a Jerusalén, en medio de una manifestación de apoyo al transfer (palabra políticamente correcta para hablar de la expulsión y el exilio), vi una enorme pancarta en la que se podía leer: 'Transfer: el único camino para la paz'.
Es decir, ni el diálogo ni la conciliación, ni el reconocimiento recíproco, ni la delimitación de unas fronteras, ni el desmantelamiento de los asentamientos, ni el cese de la violencia terrorista son el camino hacia la paz, sino ¡precisamente la expulsión de varios millones de palestinos será lo que traerá por fin la paz y la tranquilidad deseadas!
La cabeza acaba dando vueltas y termina mareada ante unas ideas tan irracionales, ante tantos hechos perversos que se suceden unos a otros, y al final se crea una mentalidad surrealista que supera cualquier lógica. Si seguimos con esa mentalidad enloquecida en ambas partes, rápidamente viviremos una realidad del mismo tipo: una sucesión interminable de asesinatos, de expulsiones, de reocupación, de atentados terroristas -incluso con armas nucleares-, y a ello se unirá la inestabilidad de los países árabes moderados y finalmente una guerra cuyo final nadie puede prever. Todo parece una pesadilla y tal vez sólo algún historiador podrá explicar en el futuro la fuerza hipnótica de esta pesadilla, a la que vamos abocados con los ojos abiertos y en la que ambos lados hacen todo lo posible -cada uno a su manera- para que la pesadilla se haga realidad.
Hace tres semanas participé en Londres en un encuentro insólito organizado por el diario británico The Guardian. Pacifistas israelíes y palestinos se reunieron durante tres días con líderes de la lucha en Irlanda del Norte. Irlandeses -católicos y protestantes- que hace tan sólo cuatro años se mataban entre sí se sentaban ahora juntos y hablaban de paz, y con mucho miedo comentaban la posibilidad de que se iniciase nuevamente el conflicto. Nosotros, israelíes y palestinos, permanecíamos sentados y les escuchábamos, a veces con ojos añorantes y con miradas de envidia. En un momento dado, un israelí preguntó: '¿Cómo lo habéis conseguido? ¿Cómo habéis logrado extirpar de vosotros tantos años de violencia y odio y volver a dialogar entre vosotros? ¿En qué momento os disteis cuenta de que no había otro camino que el diálogo?'.
David Ervine, uno de los líderes protestantes al que en una ocasión atraparon con una bomba preparada, miró a Martin McGuinness, uno de los dirigentes católicos, el hombre contra el que había luchado y su enemigo del alma, y dijo: 'Llegó un momento en el que simplemente comprendí que this war cannot be won'. McGuinness asintió con la cabeza.
Al oír una conclusión tan simple, al escuchar una idea tan obvia y anhelada, nosotros, los israelíes y palestinos, respiramos por un instante con alivio. Pero enseguida volvimos a la realidad. Los israelíes y palestinos que estábamos sentados a la mesa hicimos juntos un cálculo: en Irlanda del Norte llegaron a esta conclusión después de ocho siglos de enfrentamiento. ¿Quiere decir eso que todavía debemos esperar 680 años?
Pensaba terminar ya este artículo, pero ahora escucho en la radio que otro kamikaze deambula por las calles de Jerusalén. Y de nuevo el corazón se contrae. El pensamiento se apresura a saber rápidamente dónde están ahora mismo los familiares y amigos. De nuevo, uno nota la sensación de que ha empezado a girar lentamente la ruleta.
David Grossman es escritor israelí.
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