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Barrio pobre, barrio rico

Mientras Sant Ildefons de Cornellà se paralizó por completo, Sarrià-Sant Gervasi latió casi a ritmo habitual

Miquel Noguer

Que las palabras de los políticos deben cogerse con pinzas es algo que Julio Muñoz sabe bien desde hace muchos años. Pero lo que vio ayer a mediodía este jubilado de Cornellà de Llobregat le superó por todas partes. A media tarde seguía indignado, sorprendido, irado e incrédulo. Y todo por un telediario. 'Ha salido Rato, el ministro, y ¡ha dicho que no había huelga, que todo era normal!'. '¿Sabe este hombre lo que ha pasado aquí?'.

'Aquí' es Sant Ildefons de Cornellà, un barrizal que alguien quiso convertir en barrio a finales de la década de 1950 a base de construir torres de viviendas con hasta ocho puertas por planta. Hoy se ha reconvertido en una comunidad dinámica que lucha por un futuro mejor, refugio de inmigrantes con maletas de cartón en la década de 1960; de extranjeros sin papeles en la de 1990.

Barrio contestatario. Obrero por obligación. La hebilla del cinturón rojo que rodea Barcelona. Y las calles que inspiran y describen las canciones de Estopa. 'Y si los dioses supieran / que un tío de barrio les supera, / la eterna espera / Porque en mi barrio / Siempre es primavera / porque es domingo / Y estás a dos velas'.

Cinco de la tarde, no es domingo, y todo está cerrado. Y todo es todo, peluquerías y fruterías; bares, escuelas y carnicerías, el mercado municipal, la consulta del ATS y el quiosco de los helados. Hasta los vendedores ambulantes se han ido. Sus vecinos hacen como si todo esto no fuera con ellos. Pero están contentos, orgullosos de vivir en un barrio donde ningún piquete tuvo que cerrar las tiendas en nombre de la solidaridad obrera. 'Esto aquí ha existido siempre', prosigue Julio recordando la huelga de la Siemens, las protestas en la Seat y en la Corberó. 'Hemos visto de todo, pero nunca como hoy. Todo está cerrado'.

Durante la tarde, una panadería situada frente al mercado municipal decidió abrir las puertas. No fueron los piquetes quienes pidieron a su encargada que las volviera a cerrar. Las vecinas, las clientas que hoy irán a comprar una barra de medio intentaban convencer a la dependienta. 'Cierra, mujer cierra que no sacarás nada bueno hoy'. Y ella se defendía de las amas de casa reconvertidas en piquete informativo. 'No es que esté en contra de la huelga, pero es que en casa me aburro. ¿Qué hago un jueves si no trabajo?'. Con pocas palabras y menos clientes se acabó de convencer. A las seis cerraba puertas. 'Se acabó el pan'.

Lo mismo habían hecho muchas horas antes los puestos del mercado municipal que habían pensado en subir la persiana. Sólo un videoclub recordaba que el de ayer pudo haber sido un día laborable. Un videoclub con dispensador automático de películas, sin dependiente alguno tras el mostrador. Entre la clientela, parejas con ganas de echarse al sofá ante una cinta romántica y adolescentes buscando atajar una tarde que se presentaba como la más aburrida de las recién estrenadas vacaciones de verano. 'Es como un domingo pero peor... ¡no hay ni metro!', se exclamaba una quinceañera que veía reducido a la nada su proyecto de acercarse hasta el centro de Barcelona.

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Cornellà interrumpió ayer el pulso. Sus habitantes sabían que algo importante estaba en juego y, con más o menos motivación, se sumaron al paro. La izquierda ya daba por sentado el éxito de la huelga muchas horas antes que ésta comenzara. No en vano, los partidos progresistas se llevaron casi el 80% de los votos en las últimas municipales. Y 21 de los 25 escaños. Una pesadilla para el Partido Popular.

Más contentos debían estar los conservadores viendo lo que ocurría a menos de cinco kilómetros en línea recta.

Es mediodía en el Turó Park de Barcelona y nada parece delatar que millones de españoles están en huelga contra el Gobierno. Las niñeras dominicanas pasean bebés ataviados con gorrito de marinero, mientras un grupo de chavales juega cerca del estanque. '¿Huelga? No, ya hemos acabado las clases'. Alumnos de una escuela privada que, aunque echó en falta a algunos alumnos y profesores, decidió no interrumpir las clas-es el 20-J. No en todos los centros fue así. Varios colegios privados sí secundaron la huelga o redujeron horarios.

El imperturbable Turó Park, con sus movilizaciones vecinales aparcadas desde hace tiempo, estaba ayer en todo su esplendor. Sentada en un banco cerca del parque infantil, Sílvia Alzina era uno de los pocos elementos que denotaba la huelga. Esta profesora de un colegio público de la zona vigilaba a su hijo y a los de unas amigas mientras leía un libro. 'Sí, estoy en huelga, en la escuela sólo se han quedado el director y el jefe de estudios, pero no han ido más de 10 alumnos'.

No muy lejos de ella se sentaba otra mujer. Unos 60 años bien llevados, una piel perfectamente tersa. Hola en mano, tomando el sol y refugiada tras unas gafas oscuras. Sabe que tras los muros del parque hay una huelga en marcha, pero no se la ve muy implicada. 'No trabajo, soy ama de casa, pero no veo mal esto de hacer huelga. A lo mejor se puede sacar algo, aunque, ¿crees que realmente sirven de algo estas cosas?'.

Puede que no. Estas cosas, las huelgas generales, seguramente no deben de ser muy útiles a juzgar por la actitud de los comerciantes del barrio, casi todos con las persianas arriba y luciendo sus mejores escaparates. Algunos se quejaban que la huelga les había restado 'algunos clientes, ya sabe, la gente que viene a trabajar a las oficinas de la Diagonal'. Pero la actividad no bajó tanto en todos los sectores. Por ejemplo, en uno de los centros de bronceado y belleza de la calle de Calvet. Una de las recepcionistas de Egocentrum lo tenía claro. 'Aquí viene siempre la misma gente, supongo que no les habrá importado mucho lo de la huelga'.

Cerca de allí, en un banco del Turó Park, Pablo Ochs, un argentino descendiente de austriacos, intentaba descifrar un mapa de Barcelona. 'Acabo de llegar de Buenos Aires, soy uno de los tantos que hemos tenido que marcharnos. Un amigo me ha traído hasta aquí en el taxi con el que iba a trabajar y espero a que salga para ver si comienzo a buscar trabajo'. ¿Sabía lo de la huelga? 'Algo había oído, pero viniendo de donde vengo no lo encuentro raro. Es bueno que la gente proteste, si no, pasa lo que en mi país.' Pablo es el inmigrante de Sant Ildefons 40 años después. No lleva maleta de cartón, pero tampoco él cree en los políticos.

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Sobre la firma

Miquel Noguer
Es director de la edición Cataluña de EL PAÍS, donde ha desarrollado la mayor parte de su carrera profesional. Licenciado en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona, ha trabajado en la redacción de Barcelona en Sociedad y Política, posición desde la que ha cubierto buena parte de los acontecimientos del proceso soberanista.

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