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Devorando el planeta

Andalucía debería doblar su territorio para ser autosuficiente y mantener su nivel de consumo

El tribuno romano Catón el Viejo (234-149 a. de C.), en su tratado sobre la agricultura, consideraba que la finca ideal era aquella que reunía suelos productivos de diferente naturaleza, capaces de sostener desde una viña a un encinar, y cuya extensión rondara las 25 hectáreas. Esta superficie se consideraba, hace más de 2.000 años, el espacio productivo mínimo disponible por persona. Con el paso de los siglos esa cantidad se ha ido reduciendo, de manera notable, al aumentar la población e incrementarse el consumo, y también el deterioro, de los recursos naturales.

En la actualidad, y según los cálculos más fiables, cada habitante del planeta dispone, como media, de 2,16 hectáreas de suelo productivo. Si a esta cantidad se le resta el 12% de territorio no alterado e imprescindible para el mantenimiento de la biodiversidad y los equilibrios naturales, la cifra disponible se reduce a 1,76 hectáreas, 14 veces menos de lo que en su día consideró Catón el Viejo.

Esta manera de interpretar la presión que ejercemos sobre los recursos naturales para mantener nuestro nivel de vida se conoce como 'huella ecológica'. Se trata de calcular la superficie productiva, terrestre y acuática, necesaria para generar los recursos utilizados, y asimilar los residuos liberados, por una población definida que disfruta de un determinado nivel de vida.

Éste es un indicador de muy fácil expresión, aplicable a cualquier zona, susceptible de ser analizado a lo largo de un periodo de tiempo y de un gran valor pedagógico, ya que simplifica, en un solo concepto, la complejidad de los flujos materiales y energéticos de grandes poblaciones en su conjunto. En una matriz matemática, y a partir de fórmulas que permiten interpretar en estos términos las estadísticas oficiales referidas a los diferentes sectores productivos, se representa el territorio apropiado, per cápita, para la satisfacción de las necesidades que tienen que ver con la alimentación (agricultura, ganadería y pesca), el sector forestal, los bienes de consumo, la demanda energética y el territorio usado directamente (infraestructuras o zonas urbanizadas). A estas cifras se les resta el territorio que debe mantenerse inalterado para proteger la biodiversidad y los equilibrios naturales, y se aplican factores de corrección relacionados con el grado de desarrollo tecnológico de la población analizada.

Andalucía es una de las pocas regiones que han utilizado ya este instrumento, y lo ha hecho la Consejería de Obras Públicas y Transportes, apoyándose en el trabajo de investigación desarrollado por Manuel Calvo y Fernando Sancho, expertos de la Universidad de Sevilla.

Aplicando criterios que permiten homologar los resultados de este análisis, de forma que sean comparables con los del resto del planeta, los andaluces disponemos de 2,42 hectáreas de territorio productivo utilizable por habitante y, sin embargo, nuestro nivel de vida y tasas de consumo, tomando como referencia la información referida a 1996, requieren de 5,52 hectáreas por habitante. Dicho de otra manera, si tuviéramos que ser autosuficientes necesitaríamos el doble de territorio. Y aún cabe hacer otro curioso cálculo: si toda la población del planeta consumiera los mismos recursos por habitante que el ciudadano medio andaluz harían falta casi tres planetas para satisfacer ese consumo de forma sostenible.

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Aún así, el sistema no se colapsa y seguimos creciendo. ¿Cómo es posible? La respuesta, precisa Fernando Sancho, profesor de Ecología y uno de los autores del trabajo, es bien sencilla: 'Si necesitamos mucho territorio para satisfacer nuestras necesidades, y no lo tenemos en nuestra región, como queremos mantener nuestro nivel de vida necesitamos apropiarnos de territorio en otras partes del mundo y, al mismo tiempo, vamos deteriorando los recursos propios y explotándolos por encima de sus posibilidades'.

En definitiva, explica Sancho, 'gran parte de la sociedad piensa que el desarrollo depende del incremento que se produzca en el consumo de energía y materiales, y lo cierto es que el progreso nunca debe confundirse con el derroche y el despilfarro. La huella ecológica nos está revelando que vamos por un camino equivocado en el que, a medio plazo, estamos hipotecando nuestra calidad de vida y nuestra propia supervivencia'.

Comentarios y sugerencias a propósito de Crónica en verde pueden remitirse al e-mail: sandoval@arrakis.es

Ciudades insaciables

Aunque su formulación es más compleja en este caso, la huella ecológica también se ha aplicado a escala provincial y local. Una vez desarrollado el método de análisis para el conjunto de la comunidad autónoma, la Consejería de Obras Públicas y Transportes examinó, bajo esta óptica, el comportamiento de la provincia de Sevilla y el del área metropolitana de la capital. En ambos territorios los datos son aún más preocupantes que los obtenidos para el total de la región.

A cada habitante de la provincia de Sevilla le corresponden más de 200 metros cuadrados de superficie ocupada por edificios o infraestructuras, consume alrededor de 82 gigajulios de energía al año y precisa de más de 27.000 metros cuadrados de suelo productivo para satisfacer su consumo de alimentos.

Para mantener su nivel de vida, este mismo ciudadano necesita 5,89 hectáreas de territorio productivo, cuando sólo puede disponer de 2,7 hectáreas. Por consiguiente, concluye el estudio, 'la población de Sevilla requiere multiplicar por 2,46 la extensión de la provincia para alcanzar un desarrollo sostenible'.

Cuando se analiza la aglomeración urbana de la capital, este índice se dispara, ya que la mayor área metropolitana de la región necesitaría multiplicar por 11 su extensión para poder satisfacer, de manera autosuficiente, las necesidades de sus habitantes.

Los datos, aunque llamativos, están aún lejos de alcanzar los obtenidos en otras regiones y ciudades situadas en zonas mucho más desarrolladas. Así, la región de Vancouver (Canadá) precisa un territorio 19 veces más grande para mantener su nivel de consumo, y el área metropolitana de Barcelona debería multiplicarse por 500 para poder atender la demanda de materiales y energía que expresan sus habitantes.

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