En las prisiones de la dictadura
Nuestro reciente pasado, con golpes de Estado, cambios de regímenes, luchas clandestinas, personajes extremos por su heroísmo o vileza, se presta a un género de relato que mezcla a medias ingredientes del oficio de periodista con los del historiador. De ese pasado, la posguerra ofrece una inagotable cantera, con tantas vidas rotas por el hambre, la represión, el exilio, o, por el otro lado, con tanto personaje vengativo, tanto delator, tanto verdugo voluntario: una implacable maquinaria represiva actuando a sus anchas en un mundo cerrado sobre sí mismo.
Y en ese mundo, todo un universo concentracionario en el que la represión no conoció límite ni tregua: las cárceles llegaron a albergar en el más sombrío periodo de la represión, en 1940, cerca de 300.000 presos, pero nunca dejaron de recibir a detenidos por su militancia política o por luchas sindicales. Rodolfo y Daniel Serrano han entrevistado a ex presos antifranquistas. El relato avanza al ritmo de sus recuerdos, desde los encarcelados al terminar la guerra hasta los de 1001. Miguel Núñez y Curro López Real, Eduardo Saborido o Mari Paz Ballesteros ofrecen sus testimonios. Es como una crónica de la dictadura empedrada con los recuerdos de quienes se enfrentaron a ella.
Toda España era una cárcel. Memoria de los presos del franquismo
Rodolfo Serrano y Daniel Serrano.
Aguilar. Madrid, 2002.
381 páginas. 16,30 euros.
Esclavos por la patria. La explotación de los presos bajo el franquismo
Isaías Lafuente.
Temas de Hoy. Madrid, 2002.
343 páginas. 15,14 euros.
De la cárcel miles de presos fueron llevados a colonias, destacamentos y talleres penitenciarios.Isaías Lafuente establece el catálogo de los lugares y los trabajos realizados, documentándose en publicaciones de la época o reviviendo los recuerdos de los presos: obras hidráulicas, construcción de carreteras o viviendas, empresas y talleres del tipo más variado, desde Dragados y Banus hasta conventos de Adoratrices, con una especial atención dedicada a la construcción del Valle de los Caídos, una idea que 'había obsesionado a Franco durante toda su vida'. La relación es impresionante y el balance brutal, como lo es comprobar el complaciente recuerdo que todavía campea de aquella ignominia.
Una mayor precisión en ambos trabajos y una última corrección de algunos errores no habría sido inútil. Por ejemplo, lo que llevó a decenas de miles de españoles a la cárcel fue el Código de Justicia Militar, de 1890, y no la Ley de Responsabilidades Políticas, de 1939, que establecía sanciones de inhabilitación, extrañamiento y pérdida de bienes, pero no de prisión. Las licencias propias del relato periodístico, a veces, no se justifican: comparar la política de redención de penas por el trabajo con una empresa de trabajo temporal es una broma que no todo el mundo apreciará, como tampoco tiene mucho sentido contabilizar el valor en pesetas del expolio multiplicando el salario diario de un oficial de primera del año 2001 por el total de jornales que los presos acumularon durante aquellos años.
En todo caso, estos relatos de cárceles y expolios traen otra vez a la memoria, en boca de quienes los sufrieron, el recuerdo de una dictadura construida sobre lo que Serrano Súñer, sucesivamente ministro de Interior y de Exterior, definió, muchos años después, como 'justicia al revés': considerar como reos de rebelión militar o de adhesión a la rebelión a quienes se habían mantenido leales a la República o lucharon luego contra la dictadura.
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