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Columna
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Malsana aceleración

Andrés Ortega

Nueve meses -se cumplen mañana- después, cabe observar que el 11-S, entre otras cosas, produjo una aceleración de tendencias que estaban en curso antes del fatídico ataque. ¿De qué se hablaba antes y de qué se habla después? Bastante de lo mismo, sobre todo en tres ámbitos malsanos, origen de enormes tensiones.

Islamofobia y xenofobia. Los sentimientos en Occidente, y en otros lugares, contra el islam, así como contra la inmigración, estaban en auge, especialmente en una derecha xenófoba que venía creciendo desde antes (véase al respecto Las nuevas voces del odio, de Nicholas Fraser, publicado en 2001). Incluso un Gobierno contaminado como el danés, por no hablar del expulsionismo de Berlusconi, Fini y Bossi, ha aprobado no una ley de inmigración, sino una ley propiamente xenófoba. Algunos, desde el miedo al otro, ven en el islam un sustituto de la Unión Soviética como nuevo enemigo. Sin duda en el mundo islámico hay problemas de adaptación, aunque cabe considerar que en parte algunos movimientos fundamentalistas pueden ser la vía de modernización del islam, y a menudo, llegan con sus acciones sociales a donde no llega el Estado.

¿Quién prefiere el Irán del Shah al actual, aparte de EE UU? Sin embargo, el resultado de la política de Bush es que los integristas en Irán se están fortaleciendo frente a la mayoría reformista. En todo caso, el islam no puede ser el enemigo. En Europa viven más de 18 millones de musulmanes y el islam es un magma, sin centro ni unidad, salvo geosocial. La islamofobia contribuye a crear ese sentido de pertenencia desde Indonesia a Mauritania, con un centro sísmico en un Oriente Próximo en el que, cabe recordarlo, Arafat no se ha envuelto en la bandera religiosa. La Unión Europea, que se conformaba hace un año con llegar en un lustro a una política común de inmigración en cinco años, ahora quiere acelerarla para cerrarse.

Imperio. Antes del 11-S se discutía si Estados Unidos era o debía ser un imperio. El atentado, en buena parte, decantó la cuestión. Imperio, como hiperpotencia que quiere aliados, pero que si no le siguen no dejará de actuar, incluso con acciones militares preventivas contra posibles grupos terroristas o países que los apoyen como ha declarado el propio Bush. En este marco se sitúa también el empuje en el gasto militar, no sólo derivado de la guerra de Afganistán, sino de la puesta en marcha de algunos programas que también se estaban diseñando antes, como la defensa contra misiles balísticos. Según el historiador Paul Kennedy, el gasto militar de EE UU ha pasado a representar el 40% del mundial.

Seguridad frente a libertad. La demanda de más autoritaridad, incluso autoritarismo, estaba bastante generalizada en muchas sociedades. Las preocupaciones por la seguridad, general y ciudadana, también. El 11-S ha llevado a que el discurso político se centre en la seguridad, aunque sea a costa de la libertad. Pues con las libertades civiles se están viendo seriamente erosionadas, sobre todo en Estados Unidos, donde si el Congreso aprueba la Ley Patriótica, algunos parlamentos de los Estados refuerzan las medidas de intrusismo en la privacidad, u otras que merman el Estado de derecho. Quizás convendría recordar, con Isaiah Berlin, que 'la libertad es la libertad; no la igualdad, ni la belleza, ni la justicia, ni la cultura, ni la felicidad humana, ni la paz de conciencia'.

Y frente a la aceleración, lentitud en finalizar la guerra de Afganistán, que sigue, mientras EE UU se siente en guerra y pendiente de ser atacado de nuevo, el Gobierno afgano no está asentado, y hay un peligro de desbordamiento del conflicto a Pakistán, convertido en aliado indispensable de Estados Unidos, cuando es un régimen no democrático, que alberga terroristas y refugio de muchos miembros huidos de Al Qaeda, y que, además, posee armas de destrucción masiva, condiciones que, en otra situación, hubieran situado a Islamabad en el eje del mal de Bush. Seguimos sin saber el paradero de Bin Laden, del mulá Omar, o quién envió los sobres con ántrax en EE UU.

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