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Columna
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Elogio del lado oscuro de la luz

Con otras palabras dijo ayer aquí Javier del Pino, y sabe de qué habla, que Hollywood (no el cine estadounidense, sino Hollywood) busca, y logra, hacer filmes carísimos de usar y tirar, espectáculos efímeros, que en su arranque -en los llamados nichos de audiencia, es decir, allí donde yacen públicos muertos, colas humanas no libres, pues se forman seducidas de antemano por la presión de estímulos publicitarios, órdenes despóticas e infalibles de venta y de captura- producen en pocos días un dineral y luego entran en una rampa de caída que les lleva al sumidero de la inanidad, donde se convierten en parte del enorme vertedero de chatarra audiovisual que hay agolpada debajo de la crónica de este tiempo.

Los resultados artísticos de la estrategia de la explotación instantánea son bien conocidos: no hay peor forma de tedio que volver a ver, años después de hecha, una película de esas que en un instante borraron las huellas de su más rentable antecesora. Sé de qué hablo, porque el lado canalla de mi oficio me obligó a volver a tragar hace poco, y en insufrible tacada, Armaggedon, Parque Jurásico, Godzilla, Independence Day, Gladiator y Matrix, y la demolición de sus oquedades en mi recuerdo era tan devastadora que (aunque adiestrado en retener imágenes) no recordaba de ellas nada, absolutamente nada. Y así las vi como si fuera por primera vez, desprotegido contra su infame inanidad. Y percibí con viveza la dura verdad de la ecuación -trazada por Francis Coppola y Woody Allen- de que la lógica de Hollywood conduce inexorablemente a una relación inversamente proporcional entre cantidad y calidad, o entre industria y arte o, más grave, entre negocio e inteligencia, lo que hace posible tender una relación directamente proporcional entre estupidez y rentabilidad.

Y, sin embargo, hay grietas en esta norma, excepciones a ella que abren dentro del almacén de los recursos del circo informático -que Hollywood destina a alimentar ventas al por mayor de ese su cine de usar y tirar, rentables estupideces condenadas a futura chatarra- caminos que conducen al esplendor. Porque aquella tacada de seis archimillonarias películas borradas por completo de mi memoria se alargó en otros dos filmes; y a uno de ellos, Titanic, que estaba también visto, lo recordaba mejor que bien, porque hoy es, tal como era, magnífico. El otro, Star Wars II. El ataque de los clones, que no procede exactamente de Hollywood, pero que juega a su juego, no lo había visto aún. Y fui a verlo, y me forzó, tras salir del cine, a entrar otra vez a verlo de nuevo, pues percibí en él los vigorosos signos de identidad entre hondura y sencillez que sólo brotan de las obras del cine clásico.

Me chocó, cuando se estrenó en el festival de Cannes, que, en lugar de perdonar la vida a George Lucas, saltaran análisis afilados y entusiasmados de críticos ingleses, italianos y franceses que ven con fundamento en este episodio de su saga rasgos de una obra maestra. Hay allí ecos nítidos de obras clásicas tan elevadas y dispares como Metrópolis, de Fritz Lang, y Ciudanano Kane, de Orson Welles; y es evidente que Lucas triangula con ellas una grave y vibrante metáfora del Poder como zona de sombra, como lado oscuro de la luz o, en terminología de la saga, de la Fuerza. Y aborda mágicas y hermosas fusiones de contrarios, que discurren sobre deslumbrantes saltos de género a género, desde estallidos de western a envolventes atmósferas de terror gótico; desde tensos momentos de suspensión del aliento a intensas variantes de thriller y de filme negro de pura cepa; desde el galope cordial de una genuina aventura al vuelo del enigma de un drama, o melodrama, de recia estirpe surreal. Todo esto, y más, se aprieta en un espectáculo de desatado ingenio, que fascina, cautiva y que, con cine de altísima elegancia, convoca a millones y a millonadas a cambio de buen gusto, gozo, inteligencia y exquisitos contrapuntos entre las músicas de la aventura y el silencio absorto de las cuestiones mayores de la existencia, que laten calladas en el hondo y vertiginoso pozo del filme.

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