El 98 visto de cerca
¿Sabemos lo que fue realmente el 98? ¿O hemos construido en su lugar un perenne monumento a nuestras frustraciones y vanidades con las piedras que nos han proporcionado los años que siguieron? La historia se revela al irse haciendo y a veces conviene preguntar a los que pasaban por allí. Quizá sepan algo más de lo que se supone. Para eso conviene leer La literatura del día (1900 a 1903), libro de Urbano González Serrano (a quien José Luis García Martín define inapelablemente: 'Una de las figuras menos recordadas y más atractivas de la flos sophorum krausista'), que se acaba de reeditar.
Una nota a pie de página nos previene que 'la discreción del juicio es imposición de la lógica para todo, pero especialmente para apreciar la complicadísima textura de los estados del alma de un periodo social'. No es mal aviso en un universo -el de fin de siglo- que estaba descubriendo la función sacerdotal del crítico: el crítico -define González Serrano- es 'un filósofo sin sistema' que debe resultar 'sincero ante todo, impresionista después' (Martínez Ruiz lo hubiera suscrito sin vacilar; Clarín, con dudas). Y también se pensaba que 'mitad ventrílocuo, mitad apóstol, el literato del día expresa el estado del espíritu colectivo, estado que siempre oscila entre las tinieblas de la indiferencia y las penumbras del pesimismo'.
LA LITERATURA DEL DÍA (1900 A 1903)
Urbano González Serrano
Edición y prólogo de José Luis García Martín
Llibros del Pexe. Gijón, 2001
242 páginas. 13,22 euros
Porque, 'en breve, el arte ha
de ser social. Ni lo palatino, ni lo académico, ni lo erudito, ni lo popular (en el sentido de vulgar y espontáneo)'. (Más adelante, nuestro escritor define el arte como 'síntesis de pensamiento y vida'. Si supiéramos decir qué significaban 'pensamiento' y 'vida' a la altura de 1900, lo habríamos dicho ya todo sobre el fin de siglo. Hay que volver a leer a Jean-Marie Guyau... Pero algo se le alcanzaba a González Serrano de quien copio otra frase impagable: 'Los factores psicológicos del arte gravitan hacia los sociológicos').
Y, sin embargo... Sin embargo, a nuestro crítico le ocupan los juegos florales, la grafología y la ausencia de divulgadores científicos. Le importaba muchísimo que en poesía lírica anduviera la sede vacante, 'muerto Campoamor, enterrado en vida Núñez de Arce', porque sólo despuntaban Eduardo Marquina y Vicente Medina, 'monótonos ambos en sus producciones', grandilocuente el uno y avulgarado el otro. ¿Desolador? Sus referencias siguen siendo Campoamor, Galdós y Echegaray. Ha pasado el annus mirabilis de 1902 (epifanía novelesca de Baroja, Unamuno, Azorín y Valle-Inclán) y de los nuevos sólo dedica algún espacio a La moral de la derrota, de Morote, y a La fuerza del amor, de Martínez Ruiz. Y es incluso algo cicatero con Clarín a la hora de su muerte: era un pensador 'impresionable', de 'idealismos difusos', y un 'novelista reflexivo, tal vez pobre de invención'. Y reconviene a Costa porque quizá exagere su relativismo jurídico al hablar de 'el problema de la ignorancia del derecho'. Le encantan los Episodios de Galdós pero Electra le resulta declamatoria, aunque su espíritu sea más profundamente religioso de lo que piensan sus detractores.
Pero nuestro penúltimo cambio de siglo está en estas páginas, obsesionado con 'el problema social, X indescifrable, a pesar de tantos pensadores y héroes', discutido por un público 'maestro anónimo e incógnito que se siente en todas partes'... Ha sido un acierto de esta colección asturiana de García Martín ofrecernos un tomo que hace buena compañía a los precedentes: de Camín, Gómez Carrillo, Campoamor o Clarín. Para hacer historia también hay que preguntar a los que pasaban por ahí.
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