Colombia, Macondo urbanizado
'Colombia es Macondo urbanizado', exclamaba García Márquez para referirse al peculiar modo en el que la historia se desenvuelve en las lejanas tierras de aquel país suramericano. Desconociendo los límites entre realidad y fantasía, abarrotando de magia y de dolor cada instante vivido, así se despliega una historia que los colombianos todavía no entendemos cómo ha podido correspondernos en suerte. No le falta razón al premio Nobel de 1981: ser colombiano de algún modo significa nacer con la novela hecha, vivir con la conciencia de que por mucho que se luche por escapar del 'papelón' la realidad mágica y tiránica de unas condiciones socio-políticas siempre adversas terminará por domesticar toda ansia emancipatoria. No en vano la desesperanza ha sido durante siglos el gran mal que nos aqueja.
Hoy, sin embargo, aparece en el horizonte de la fantasía uno entre los mortales que aspira a quebrar las líneas del destino maldito que define la historia de una nación.
Álvaro Uribe Vélez representa el sueño de un país aparentemente condenado a la desintegración progresiva, que pretende revelarse contra sí mismo, contra los demonios de la violencia terrorista y la corrupción política que le atormentan. He leído las entrevistas que el presidente electo ha brindado a los principales medios de comunicación españoles, y me sorprendo sumergido en un lenguaje que sólo yo entre tantos comprende e interpreta.
Hablar en la Europa posmoderna de un millón de ciudadanos armados, ha parecido a la gran mayoría el discurso de un ultraderechista, de un 'Sharon hispanoamericano' a quien se le han olvidado los principios fundamentales de un Estado de derecho. Sin embargo, se olvida esa gran mayoría que Colombia es 'Macondo urbanizado' y que pensar las palabras de Uribe desde las plácidas avenidas madrileñas no es lo mismo que escucharlas -como la única esperanza- en medio del fragor de una contienda en la que mueren 30.000 personas al año y cerca de 3.000 están secuestradas.
Uribe no ha olvidado el Estado de derecho, somos los colombianos los que nunca hemos vivido en uno y ahora por primera vez intentaremos fundarlo.
Lejos de prejuzgar las posiciones del nuevo presidente las potencias europeas y los medios de comunicación deben esforzarse en comprender la verdadera magnitud del conflicto colombiano, muchas veces desestimado, que requiere soluciones de igual magnitud. Europa debe involucrarse activamente en la resolución de un conflicto cuya pervivencia atenta contra el equilibrio de toda Hispanoamérica. Los colombianos nos negamos a continuar viviendo en un Macondo, nos negamos a continuar existiendo como aquella estirpe de los Buendía condenada a cien años de soledad. Hoy creemos firmemente que tenemos otra oportunidad sobre esta tierra.
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