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Más de la mitad de los alemanes desean volver a utilizar el marco, según una encuesta

Alemania debate la subida de precios por el euro pese al escaso repunte de la inflación

Desde su histórica puesta en circulación, hace 127 días, el inicial entusiasmo de Alemania por el euro poco a poco ha sido sustituido por un considerable desencanto. Pese a que la inflación ande en mínimos (1,6% en abril y 1,2% en mayo, en parte, por efectos estadísticos), muchos alemanes hablan del teuro, un juego de palabras con "teuer", que significa caro. El rechazo a la nueva moneda ha vuelto a los niveles previos de su puesta en circulación. Según una reciente encuesta del Instituto Allensbach, un 54% de los alemanes quisiera volver a pagar en marcos.

Lo que se está viviendo con el euro en Alemania (pero también en Italia o España) se estudiará, dentro de algunos años seguramente, en los manuales de economía: es difícil encontrar otro ejemplo tan claro de cómo las estadísticas pueden diferir de la percepción de los ciudadanos. ¿La bola de helado? Un euro, en vez de los 1,50 marcos (77 céntimos de euro) que se cobraban antes del 31 de diciembre. ¿La cerveza en el bar de la esquina? Tres euros, en vez de los cinco marcos (2,56 euros) acostumbrados. ¿El corte de pelo? Veinte euros, en vez de 35 marcos (17,90 euros). Y así, sucesivamente.

Al contrario de lo que se preveía, el desencanto ha ido creciendo con los meses. En ello tiene que ver que hay quienes pescan en río revuelto. Acorralado por sondeos de opinión que predicen una clara derrota a manos de los conservadores y liberales en las elecciones del 22 de septiembre, el Gobierno alemán de socialdemócratas y verdes, desde el inicio de mayo, ha descubierto el teuro como un tema de campaña e incluso ha llamado, por boca del ministro de Finanzas, Hans Eichel, a un boicoteo de quienes se han aprovechado de la puesta en circulación del nuevo efectivo. Para este viernes, su colega encargada de la Protección al Consumidor, Renate Künast, ha convocado una cumbre antiteuro con los representantes del comercio y la gastronomía.

También el más poderoso de los medios de comunicación alemanes, el diario Bild, se ha apropiado del tema, designando a uno de sus redactores como sheriff del teuro que recibe e investiga las quejas de los ciudadanos.

La indignación ha cogido con el pie cambiado al Banco Central Europeo (BCE). Hasta hace muy poco negaba de plano que el nuevo efectivo haya tenido cualquier efecto inflacionista. Wim Duisenberg, presidente del BCE, tan sólo el 2 de mayo pasado admitió por primera vez, muy de pasada, que este fenómeno sí se está dando, sobre todo en el sector servicios.

'El euro es un germen de estabilidad, y no de inflación', insistió la semana pasada, en un acalorado debate con la prensa española acreditada en Alemania, el responsable de billetes y estadísticas y miembro del directorio del BCE, Eugenio Domingo Solans. En respaldo de su afirmación, citó estimaciones de la agencia europea de estadísticas (Eurostat), según la cual tan sólo el 0,16% de un aumento total de precios del 0,8% es achacable al nuevo efectivo. Porcentajes similares han sido estimados por la Oficina Federal de Estadísticas en Alemania, que, sin embargo, advierte de que no es posible efectuar un cálculo exacto.

Ese contraste entre la alta 'inflación personal', que sienten los ciudadanos, y la baja inflación oficial se explica, en parte, por la composición del índice de precios al consumo (IPC): en él se incluyen también bienes como coches o electrodomésticos, que no han subido de precio, pero que tampoco se compran todos los meses. Las subidas de precio más sentidas por la gente, las del sector servicios y de la gastronomía, por el contrario, tienden a pesar muy poco en el índice general.

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