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VISTO / OÍDO
Columna
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Matices de la infamia

Bush está en Europa pidiendo ayuda para la lucha contra el terrorismo: debemos entender que está exigiendo apoyo moral, y un poco material -algunas vidas, impuestos, filosofía-, para la guerra contra los pobres, que debe continuar quizá en Irak, ya destruida Palestina y barrido Afganistán. Esos miles de cadáveres, a los que debemos sumar los de Nueva York, que actuó como casus belli, no suponen apenas nada en relación con el número de miserables que hemos creado en los últimos siglos. Me cuesta trabajo académico llamar 'terrorismo' a la defensa del pobre, y no a los tanques de Sharon, a los aviones de Bush y a nuestros ejercicios políticos y literarios. Me cuesta más trabajo usar la misma palabra para nuestro terrorismo sin sentido, nacido de entelequias y leyendas, de curas, patriotas, nacionalistas y racistas: sin que por ello me parezca más terrorismo que el de Franco, basado en las mismas naderías pero con el crimen y la fuerza máximos. Lo que pasa en lo que llamábamos Tercer Mundo es una cuestión de vida o muerte. Los estamos matando de hambre, les estamos cerrando todas las salidas hacia los lugares donde puede haber trabajo y algo de la comida que les venimos robando desde hace siglos, y a mí, que soy pacifista hasta ante las cucarachas, me parece que hacen lo único que pueden: o escapan o nos matan. Me hermano con los trabajadores de las Torres Gemelas: sin embargo, no dejo de comprender que los otros fueran capaces de la matanza, si es que fueron ellos.

¿Asesinato? Naturalmente, asesinato es todo. Afganistán ha sido asesinado, de una manera parecida a como Franco -y Primo de Rivera, y el abuelo del Rey, y Millán Astray...- asesinó a los rifeños de Marruecos. Quizá peor: entonces hubo generales que murieron en el campo de batalla, y luchas que ganaron los otros; ya no pasa eso. Ahora somos los totalmente poderosos: y ellos hacen lo que pueden con unas bombas más o menos caseras, o facilitadas por sus enemigos para luego vengarse de ellos. Los muertos son siempre inocentes, civiles. Entre los gritos de júbilo de un piloto impune que ha destruido un barrio poblado y los cánticos religiosos del suicida que asesina a unos muchachos de Israel hay un par de diferencias. Una es la del estado de necesidad. Otra es la de la muerte propia. Aunque sean matices de una sola infamia, hay que tenerlos en cuenta.

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