Razones para la huelga
'Una huelga general es algo muy serio'. Va ya para un mes, desde que los sindicatos expresaran su radical desacuerdo con la propuesta del Gobierno del PP para la reforma de la protección por desempleo y de la ley básica de empleo, que articulistas y tertulianos de orden (por cierto, no todos sentados a la derecha de Aznar) nos recuerdan machaconamente que una huelga general es algo muy serio. Lo dicen así, como que no quiere la cosa, como quien recuerda una afirmación de sentido común; lo dicen como dicen que dice las verdades Perogrullo, pero lo que en realidad nos quieren transmitir es que la huelga general que plantean (porque la plantean, ¿no?) las organizaciones sindicales no tiene sentido. 'Una huelga general es algo muy serio como para que juguéis con ello', vienen a decir; 'así que olvidaos del tema y sentaos a negociar con el Gobierno una reforma del desempleo que, en el fondo, es oportuna y necesaria'. Y es que, ¿cómo es posible estar en paro cuando se está creando tanto empleo? Se extiende así la idea del pobre como víctima, sí, pero víctima de sí mismo (de sus adicciones, de su amoralidad, de su estulticia) o de sus circunstancias (de su entorno familiar, de su fracaso escolar). La falta de trabajo y de dinero no es la causa, sino la consecuencia del modo de vida de esta nueva clase de excluidos.
Tengamos en cuenta que todo esto está ocurriendo en un contexto ideológico caracterizado por el éxito creciente de las políticas de responsabilidad internalizada, según las cuales cada individuo es responsable de su propio bienestar y las políticas públicas deben orientarse fundamentalmente a 'ayudar a quien se ayuda'. La anunciada reforma del desempleo en España no es sino un indicador de estas ideas. Desde esta perspectiva, el modelo europeo de welfare se desliza hacia el workfare estadounidense y la solidaridad colectiva es sometida a la más áspera de las críticas. Se reivindica el mercado como la mejor política social y se reconduce la iniciativa ciudadana al terreno de la ayuda caritativa, al terreno de la virtud individual, pero se rechaza cualquier institucionalización pública de la solidaridad, al considerarla desincentivadora del esfuerzo personal y caldo de cultivo del fraude y la irresponsabilidad. Esta es la melodía que suena y suena sin que, por el momento, el movimiento obrero parezca capaz de contraponer a la fanfarria dominante una banda que toque el viento (recuerden la hermosa película de Mark Herman, Tocando el viento, sobre la lucha por la dignidad de aquellos entrañables mineros de Grimley) y desenmascare lo que no es sino el discurso de la rapacidad.
Así pues, ¿por qué convocar ahora una huelga general, ocho años después de la última realizada el 27 de enero de 1994 contra la última reforma laboral? El secretario general de UGT, Cándido Méndez, lo ha explicado con absoluta claridad: la huelga general es necesaria para combatir un intento de golpe al Estado de derecho. Un golpe al Estado de derecho, sí: un auténtico golpe de Estado. Leemos 'golpe de Estado' y pensamos en Pinochet, en persecución a las libertades de expresión y de reunión y en limitación de los derechos políticos y cívicos. Pero hay otras maneras de socavar el Estado de derecho. Las libertades ciudadanas no sólo están en riesgo cuando se incumplen las garantías constitucionales relativas a los derechos de libertad clásicos (asociación, opinión, etc.); también lo están cuando los derechos económicos y sociales (al empleo decente, a un ingreso suficiente, a la vivienda, etc.) se ven sometidos al imperio del mercado. Para que la ciudadanía sea plena, los derechos sociales y económicos han de ser comprendidos como derechos exigibles. Como han señalado diversos autores, la adopción de normas constitucionales o la firma de tratados internacionales que consagran estos derechos deben generar obligaciones concretas a los Estados para su garantía y protección.
Hay razones de sobra para la huelga general. Razones que, antes que nada, deben convencer a los propios sindicatos. Y a la calle, a la calle todas y todos, que es la ciudadanía misma la que está en juego.
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