El derribo sería imperdonable
Al amparo de la sede vacante que en este momento es la Consejería de Cultura por la obligada -y esperemos que breve- ausencia de su titular, Manuel Tarancón, la subsecretaria de Educación (¡quién lo diría!), Carmina Nácher, nos ha sobresaltado con la amenaza de derribar la obra nueva del Teatro Romano de Sagunto. Sola, fané y descangayada ante los medios de comunicación, sin encomendarse a Dios o al demonio, sin siquiera pasarle el parte al director general de Patrimonio -que no ejerce, al parecer, pero cobra nómina-, la señora referida nos ha regalado el marrón que ameniza estos días los conciliábulos ilustrados de Valencia. La señora, digo, se ha ganado su cuarto de hora glorioso polarizando en su persona los pitos y aplausos del respetable, al tiempo que hace sus pinitos para tomar el relevo de su superior jerárquico en el departamento.
Pues bien, ni habrá derribo ni la mentada dama verá colmadas sus ambiciones, aunque me consta la temeridad del aserto en un país como el nuestro donde tanto han cundido las calamidades políticas, artísticas y patrimoniales. Pero en algún punto habrá que situar el listón y acotar la desventura. Sobre todo porque el anunciado derribo no es necesario, ni viene a cuento ni, por más que los legalistas insistan en ello, tampoco conculca sentencia alguna. Y, por si faltaba algo, no muñiría votos para el Partido Popular que, en un extravagante alarde electoral, prometió ejecutarlo si lograba gobernar. Pero de eso ya hace tanto tiempo que no lo recuerda ni quiere hacer memoria de tal desahogo infantil.
Se alegará que el abogado Juan Marco Molines, alma y vida de todo este despropósito, no cejará en el empeño de demoler la obra de los arquitectos Grassi y Portaceli, además de poner de nuevo en evidencia al ex consejero Ciprià Ciscar que bendijo la iniciativa. El letrado, como la inane subsecretaria, también está protagonizando un momento estelar y singular -singular por la rareza, digo- de su carrera profesional. A él se debe el fallo judicial y su tesón es el motor de esta cruzada contra la reconstrucción del coliseo romano. Apostaríamos que algo así figurará en su epitafio, que esperamos lejano. No nos sorprendería verlo piqueta en mano haciendo catas o levantado losas del graderío romano. Tal es su impaciencia por ver consumada la hazaña que le ha dotado de un puesto en la panoplia universal de los desatinos.
No obstante una y otro, a la par con los puristas que no dijeron esta boca es mía mientras el proyecto estuvo meses y meses en exposición pública, no creemos que el clan dirigente del PP valenciano se involucre en esta maniobra descabellada tanto en el orden cultural como económico. La aludida soledad de la subsecretaria cuando expuso el desmán en ciernes es indicativa de las escasas adhesiones que suscita en el partido. Lo lógico será que la señora Nácher, cobrado su dividendo de notabilidad mediática, haga mutis por el foro. Y en punto al abogado, seguro que hay fórmulas persuasivas para compensarle sus desvelos y atemperarle el instinto devastador. Bastaría con darle un toque cariñoso por parte de quien es pródigo en pragmatismo y otros dones. Sí, en efecto, el presidente. Háganlo y a ver si nos blindamos para siempre de estos sustos periódicos y se puede programar en paz Sagunt a Escena.
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