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Tribuna:LA SITUACIÓN EN EL PAÍS VASCO
Tribuna
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Sin ánimo de molestar

El autor considera que para acabar con el terrorismo es necesaria la unidad de los demócratas; una unidad para la que resulta necesario, pero no indispensable, el nacionalismo.

A los viejos se les puede pedir que no molesten, que dejen hacer a los más jóvenes, ahora encargados de las responsabilidades que antes desempeñaron los de mayor edad. Se les puede exigir, también, que no den enojosas lecciones, de igual modo que ellos no aceptaron recibir lecciones de sus mayores.

Lo que no se les debe pedir a los viejos es que dejen de pensar, incluso de hablar. Entre otras cosas, porque resulta socialmente útil someter a contraste las viejas y las nuevas ideas, los usos antiguos y los nuevos, las estrategias ensayadas y las que ahora se estrenan en el campo de la realidad.

Los socialistas vascos vuelven a ensayar una política para el País Vasco. Oficialmente, se ha dicho, no hay cambio de estrategia. Una afirmación difícil de entender a la luz del largo conflicto de los meses anteriores y de las diferencias expresadas por sus líderes. Si todo lo ocurrido no tenía otra finalidad que ratificar la estrategia seguida en los últimos tres años, a uno se le antoja que había modos menos barrocos de lograrlo.

Hay que sacar lecciones de las malas compañías y dar un nuevo impulso al proyecto del PSE-EE
No pretendo que el PNV firme un pacto; bastaría que se comportara como si lo hubiera firmado

Lo que había, prosigue la versión oficial, era una necesidad de clarificación de las alianzas y la estrategia socialista ante los cambios derivados de los resultados de las elecciones autonómicas del País Vasco. Ya que la subida electoral del PSE y del PP fue insuficiente para sustituir al PNV en el Gobierno de la comunidad autónoma, habría llegado el momento de modificar las posiciones del PSE para salir del incómodo abrazo tendido por el PP y para facilitar, al tiempo, el movimiento del PNV hacia territorios más estables que los muy pantanosos del Pacto de Estella. Al fin y al cabo -sería la conclusión-, las próximas elecciones autonómicas quedan muy lejos y carece de sentido el anuncio inminente del fin del mundo o, alternativamente, el advenimiento de un mundo mejor. Hay que digerir los resultados obtenidos, vivir con ellos, extraer las oportunas lecciones sobre las malas compañías y dar nuevo impulso al proyecto autónomo del PSE-EE (PSOE). Sobre poco más o menos esto es lo que hemos escuchado en las semanas pasadas de los portavoces oficiales del socialismo.

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Lo que produce algún desconcierto en quienes queremos prestar crédito a la posición oficial es la obsecuencia con la que, ahora, se reciben las palabras y gestos de los dirigentes nacionalistas, los mismos que antes parecían tan insípidos como insuficientes. Puestos a confiar en nuevos comportamientos del PNV, sorprende el optimismo con que se reciben los acontecimientos más triviales, se subrayan inflexiones y se retoman escorzos olvidados de una representación que, a la mayoría, le sigue pareciendo el remake de una obra demasiado conocida por su permanencia en cartelera, incapaz de sugerir nada nuevo si no es desesperanza.

Lamentablemente, semejantes juegos florales ayudarán poco a creer en un futuro distinto si previamente no se responde con claridad a algunas preguntas, que siguen siendo las verdaderamente relevantes.

El problema común a todos los demócratas, obviamente, no es la existencia del nacionalismo, opción tan legítima como cualquier otra, sino la persistencia del terrorismo. Ya nadie discute que haga falta la actuación policial, la colaboración internacional o la existencia de leyes adecuadas. Ha costado mucho llegar donde hoy estamos, pero no debe olvidarse que ninguno de esos pasos contó con la iniciativa primera del nacionalismo, que se sumó, siempre a posteriori, a los que asumieron el coste político de plantearlos. ¿Qué nos falta entonces? Pues falta casi todo lo sustancial. Que la actividad, marginal pero significativa, del terrorismo desaparezca definitiva y completamente para garantizar las vidas de las personas en el País Vasco y -no menos importante- su libertad para discutir sin condicionamientos un futuro político objeto de controversia legítima.

Para eso es para lo que hace falta la unidad de los demócratas. Una unidad para la que resulta necesario, pero no es indispensable, el nacionalismo. Dicho de otro modo, no podemos aguardar su compañía para adoptar las medidas obligadas en defensa de la libertad y de la vida, como adecuadamente lo ha expresado el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Entiéndase, no pretendo que el PNV firme un pacto que, dado su origen, jamás firmará. Bastaría que se comportase como si lo hubiera firmado. Porque si quisiera hacerlo, costaría poco conseguir un nuevo lugar de encuentro de todos los demócratas o un sonoro nombre para la sede de las reuniones, si el de Ajuria Enea no fuera utilizable.

Pues bien, por mucho que se empeñen algunos bienpensantes, no parece que haya signos de que las cosas vayan en esa dirección. Y ésa es una pregunta clave para pasar de los tranquilizadores juegos florales a la resolución de los problemas.

La siguiente pregunta es la que atañe a la estrategia política del nacionalismo. Mientras el lehendakari tenga como objetivo avanzar hacia la ruptura (superación suena más elegante) del marco constitucional por la vía de la consulta sobre la consulta de autodeterminación -¿qué tiene de malo preguntar a los vascos sobre su futuro?, dice el lehendakari sin que se le altere una ceja-, en una estrategia antidemocrática de división de los ciudadanos vascos, podemos hacer dos cosas: oponernos directamente a semejante pretensión o hacerlo solapadamente, fingiendo, entretanto, actuar como si lo desconociéramos. Lo que no cabe, tras las sucesivas proclamas, es alegar ignorancia, por más que algunos pretendan que los sarampiones se curan con el tiempo, sin necesidad de medicamentos. Esto no es un sarampión.

Por último, y para no alargarme, el PNV quiere recoger los restos del naufragio de HB. Lo ha querido siempre, tanto para recomponer la unidad nacionalista en el País Vasco como para preservar su hegemonía política. Y lo va consiguiendo con la ayuda de todos. Lo que sería motivo de mayor alegría si eso no significara que, en el tránsito, el PNV asume el discurso político de HB, que deja de ser el discurso de una minoría radicalizada para dotarse del empaque de quien ostenta la principal representación del País Vasco. Por ello resulta inevitable preguntarse si el PNV está dispuesto a buscar la hegemonía en el mundo del nacionalismo enfrentándose a los cómplices y apoyos del terrorismo en vez de establecer con ellos las complicidades que se expresan en la proclamada comunidad de fines políticos del PNV y HB-ETA. Como se sabe, Lizarra significó en su momento una rotunda contestación negativa a la pregunta. Los tibios pasos que ahora se demandan al PNV para el aislamiento político municipal de Batasuna y sus reticentes respuestas no acreditan, lamentablemente, el menor cambio en la posición de fondo.

¿Todo esto puede cambiar? Naturalmente; de eso se trata, si hemos de mantener la esperanza. Es de justicia señalar que son muchos los nacionalistas vascos que no se reconocen en ese comportamiento de su partido, aunque no abundan los que han trabajado para cambiarlo, y menos aún los que han dejado de otorgarle su voto. Pero los cambios no vendrán de que los demás fortalezcan las actuales posiciones del PNV mientras no se modifiquen claramente actitudes y estrategias. Si la experiencia ha puesto algo de manifiesto es que los cambios operados en el pasado en el comportamiento del nacionalismo fueron, sobre todo, el resultado de la presión social y de la debilidad electoral. Es decir, del mantenimiento de un contrapunto claro y diáfano a las posiciones del PNV. Como decía aquel sargento que explicaba balística elemental a los reclutas, los cuerpos caen por su propio peso o, en su defecto, por la fuerza de la gravedad. Frente a tan fundadas enseñanzas, ya es penoso que algunos persistan en ignorar a Newton. Pero es todavía menos comprensible que se muestren decididos partidarios de la levitación.

¿Qué hará el socialismo vasco tras su congreso? Pues depende. Si la infinita torpeza y mala fe del PP en la administración del Pacto por las Libertades y Contra el Terrorismo continúa con la misma intensidad de las últimas semanas, la voz de los que interpretan la autonomía del proyecto socialista como radical separación del PP -adversario nacional-, tendrá sus efectos en el País Vasco. Y, me temo, los socialistas se harán más sensibles a las reiteradas carantoñas del PNV. Un excelente escenario para el nacionalismo, bueno también para las pretensiones de exclusivismo del PP en la lucha contra el terrorismo, y pésimo para los ciudadanos del País Vasco, que verán aplazada sine die la posibilidad real de un cambio de escenario.

Que las actitudes del PP no ayudan a mantener una estrategia duradera de unidad no es un secreto para nadie. El debate sobre la ilegalización de HB y las pretensiones de sumisión del PSOE a los dictados del Gobierno es la última y lamentable muestra de ello. Pero, reconocido lo anterior, todavía es más urgente despejar si, con esa excusa, los socialistas volverán a repetir los mismos errores cometidos en el pasado. Esto es, si la desagradable compañía de un PP empeñado en obtener réditos electorales de la lucha contra el terrorismo y la propia competencia electoral en España, donde PP y PSOE son los adversarios principales, se convertirán en razones -o excusas- suficientes para que los socialistas dejen para mejor ocasión la obligada tarea de oposición en el País Vasco.

Tengo la esperanza de que mis compañeros socialistas del País Vasco, ya porque estrenan nueva estrategia ya porque mantienen la anterior, prefieran cometer, al menos, errores diferentes de los que cometimos en el pasado. Sería una satisfacción que la experiencia de los viejos sirviera para algo. Dicho sea sin afán de molestar.

Juan Manuel Eguiagaray Ucelay es diputado socialista por Murcia.

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