'Nuestro lado oscuro y salvaje es lo más auténtico que tenemos'
Luis G. (de García) Martín es filólogo de estudios, gerente de empresa de carrera, voyeur de tendencia vital y escritor de vocación cortazariana. Ahora acaba de publicar su cuarto libro, El alma del erizo (Alfaguara), su segunda reunión de cuentos tras Los oscuros, un debú que sorprendió por su tratamiento descarnado de un amplio catálogo de perversiones, obsesiones y vicios. Martín (Madrid, 1962) regresa a ese territorio inquietante con nueve relatos violentos y exacerbados, siniestros a ratos pero menos literarios de lo que parecen (alguno surge de una noticia de prensa, otros de sucesos o 'chispazos' autobiográficos). Son cuentos desasosegantes, poblados por pederastas, maltratadores, sádicos, un magnate, un general, muchas víctimas y grandes dosis de rencores y odios cuyo espíritu resume el título del libro: 'En todos los cuentos hay personajes de apariencia arisca, con púas, que a la vez tienen un alma débil y un punto dulce de ternura'.
Pregunta: Después de dos novelas vuelve a los cuentos. ¿Los prefiere?
Respuesta. Con los cuentos estoy más cómodo, aunque sólo sea porque soy muy impaciente. Mi matrimonio con las novelas es un poco espantoso: sabes cuándo empiezas pero no cuándo acabas, y yo siempre estoy deseando acabar, lo cual no es lo ideal. En el cuento el resultado es inmediato, y creo que doy lo mejor de mi escritura. Disfruto más; entre comillas, porque sufro mucho escribiendo. Pero eso va a cambiar con mi siguiente novela, que va a ser magnífica.
P. Dice Benedetti que el cuento se escribe palabra por palabra.
R. Tiene razón. Trágicamente, yo también escribo las novelas palabra por palabra. Cortázar decía algo parecido: que el cuento es un artefacto que debe explotar perfectamente y que cualquier tuerquita que sobre hay que quitarla.
P. ¿Cortázar es su influencia más importante?
R. De él y de Borges es de los que más he aprendido. De jovencito tuve un gran delirio con Cortázar, le perseguía por los hoteles, fui a París a entrevistarle... Rayuela fue un shock más vital que literario. A Borges lo cogí con más calma. Los dos eran cuentistas más que otra cosa.
P. ¿Los cuentos surgen de lugares distintos que las novelas?
R. Los cuentos vienen de donde pueden. De un chispazo, de un accidente, de una reflexión, de una pregunta, de una noticia. Y hay historias que vienen como cuentos y otras como novelas. Pero quizá digo esto influido por esa obsesión editorial de llegar a más gente y a veces cedo porque la novela se lee más que el cuento. Aunque he escrito las novelas porque quería, la verdad es que eso me ha quitado tiempo para escribir más cuentos.
P. ¿Y de dónde sale el del rey mago pederasta?
R. Yo soy bastante pederasta en el buen sentido de la palabra. Estudié once años con los curas y creo que los terribles fuegos del infierno con que te amenazan pueden destruir más la integridad psíquica de un niño que cualquier perversión. El cuento fue un encargo de un periódico por Navidad. Y salió un poco provocador.
P. Casi todos parecen cuentos terapéuticos.
R. La literatura siempre funciona bien como terapia. No sólo para las perversiones. Yo, que en la vida soy pusilánime y pazguato, cometo todo tipo de venganzas en la literatura. No sé si será por terapia, por alimentar mi pasión de voyeur o porque ya escribo siempre con ese tremendismo expresivo. Lo que sé es que todos tenemos ese lado oscuro, salvaje, y que en él está lo más auténtico y sincero que tenemos. Pero este libro no es de los que tiene más perversiones. Debo de estar ablandándome.
Babelia
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