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Columna
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Otra de gabachos

Seguro que cuando salgan estas líneas a la luz los franceses ya han resuelto su 'no pasarán' particular votando al candidato que pueda preservar a la República. Salvo redomado sectario izquierdista, posiblemente de origen ibérico, que se abstendrá, la gran mayoría va a salir al unísono.

Los franceses, de izquierdas o de derechas, no sólo defienden a Francia, cosa que textualmente dice también Le Pen con su discurso reaccionario. Para los republicanos Francia es la nación francesa resultado de la Revolución, una patria civil, de ciudadanos, y constitucional, sobre la que la gran mayoría está de acuerdo. La Francia de Le Pen es un aggiornamiento del Antiguo Régimen que la Revolución abolió. La Francia real supone ilustración, república y democracia, toda una civilización.

Lo que acaban de demostrar los franceses es que la República es sagrada, que a pesar de lo errores, no se juega

Aquí no lo tenemos tan claro, y en este más acá montaraz, mucho menos. En este más acá, si cambiáramos algunos conceptos de Le Pen por su homónimo local -Francia por Euskadi, por ejemplo-, nos encontraríamos con un discurso muy semejante, común en su primitivismo y compadreo frente a la Ilustración. Y no nos despistemos con la actitud frente a la inmigración de otras razas; a Le Pen, mientras le sean fieles, esos inmigrantes no le disgustan, lo que le disgusta es que deseen ser ciudadanos de primera como él. Como aquí, que si eres un radical nacionalista nadie se preocupa demasiado por tu apellido, incluso por el color de la piel (de momento).

La reacción chovinista de Le Pen contra la globalización y la europeización conecta con un izquierdismo, ciertamente frívolo, de rechazo al nuevo orden económico y político. No le da importancia dejar de ir a votar a la primera vuelta de las presidenciales y sale lo que sale. Afortunadamente, reacciona en la segunda vuelta, aunque sea votando al candidato más conservador de la República.

Pero aquí, en la Euskadi de los idealismos, he escuchado a muchas personas de izquierdas, incluidos a muchos del PSOE, que jamás votarían a Chirac, manifestando un sectarismo testimonial y suicida que me ha dado la clave para intuir por qué el mundo de ETA pudo sostenerse gracias a una izquierda de catecismo, que era capaz de tragar las más tremendas aberraciones del terrorismo y el acoso al políticamente diferente con tal de no venderse al sistema, como si éste no fuera el garante de su libertad. Una opción de perfiles descoloridos y en la práctica favorecedora de la violencia que, bajo ropajes de la progresía, escondía el complemento necesario para el fascismo.

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En estos dilemas políticos, como el de Francia, como el de ETA, a la hora de la verdad, los vascos no somos franceses, somos los viejos españoles; los modernos españoles son más franceses. Una cuestión de civilización.

Lo que acaban de demostrar los franceses es que la República es sagrada, que no se juega, que aunque se hayan cometido errores, no se juega. Rechazan a Le Pen de una manera nacional, a un Le Pen que, comparado con ETA, no tiene cementerios de asesinados en su biografía. Y lo rechazan los de izquierdas y derechas juntos.

Es muy probable que algún líder mediático y muchos más de la política del pasteleo se hubieran quejado de la actitud patriótica francesa acusándola de frentista, de crispar la situación, de reforzar con su actitud intolerante a la ultraderecha, de no saber resolver con el diálogo con Le Pen el foso que se está abriendo en Francia. ¡Qué extraño resulta referirnos a diálogo para tratar el problema de Le Pen¡, pero fijémonos que Le Pen no tiene los muertos a sus espaldas que ETA tiene frente a la democracia española. Y otra vez la misma contestación, que sirve para Francia como para cualquier país democrático, que hay cosas, como la República o la Constitución, surgidas de la ciudadanía, a las que no se puede renunciar, ni siquiera poner en entredicho; que antes de estar dispuestos a morir por ellas hay que estar dispuestos a votar por ellas. La responsabilidad, primero, y la virtud después.

Aquí, en el más aquí primitivo y cavernario, hace tiempo que llegamos muchos al estadio de estar dispuestos a morir por seguir votando, haciendo necesaria la virtud para defender ese mínimo derecho. Y ha llegado a ser así porque no lo tenemos tan claro como los franceses. A pesar de sus errores hay que seguir admirándoles y adorando a su Marianne.

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