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Un diccionario más rico y más pobre

Álex Grijelmo

El nuevo Diccionario de la lengua española refleja un idioma enriquecido por la base y empobrecido por la altura. Los 6.000 americanismos hispanos incorporados a sus páginas hacen aflorar una riqueza que ha permanecido oculta todos estos decenios, en parte por la penuria de las Academias de América y en gran parte por el desdén de la Española. Ésa es la riqueza que entra ahora por la base: el nuevo diccionario repara aquella injusticia tremenda gracias al esfuerzo de la actual Asociación de Academias y de sus dos últimos presidentes, Fernando Lázaro y Víctor García de la Concha, y da a conocer al mundo miles de palabras hermosas y españolas que han nacido en América y que parten a menudo de los cromosomas de nuestra lengua común. Así, ya podemos encontrar la palabra 'trancón', por ejemplo, que es como llaman al atasco en Colombia con perfecto español innovado. Y podremos usarla también en España cuando lo deseemos, porque los genes de esa palabra permitirán que cualquiera la entienda.

Pero al mismo tiempo el diccionario es reflejo de un empobrecimiento que procede de lo alto, de quienes se expresan en los medios masivos de comunicación especialmente. En muchas palabras no hallamos ya evolución genética alguna, sino sólo clonaciones del inglés o involuciones consagradas por esa falta de cariño hacia el idioma que se aprecia en los periódicos, la radio y la televisión, lo que redunda en olvido de matices antes útiles en nuestra lengua. Éste es el empobrecimiento por la cúpula.

El nuevo léxico de la Academia ha cambiado el enfoque que presidió los anteriores: ya no parece un diccionario normativo, sino un diccionario de uso. Pero no del uso que se hace del idioma en las cantinas, en los mercados..., sino del uso en los medios de comunicación, cada vez más plano y triste. Ésta ya no es la evolución dictada por el pueblo.

Los diccionarios anteriores mostraban muchos defectos. De mentalidad sobre todo. Pero tenían unas líneas maestras. Con el nuevo diccionario, muchas definiciones defectuosas quedan mejoradas, la cicatería ante el neologismo ha desaparecido (incluso se cometen excesos en su reparación). Pero se echa en falta un criterio (el que sea).

En unos casos se adivina la decisión de adoptar como buenas las incorrecciones que los medios de comunicación tanto han extendido... en sus propios productos. Se trata de palabras que la gente no usa, que sólo se oyen en boca de publicistas, políticos y periodistas. Que sólo aparecen en los diarios, la radio y la televisión. 'Posicionar', por ejemplo. O 'ir a bordo de un coche' (nadie dice 'iba a bordo de mi coche cuando oí eso en la radio'), expresión que ya está recogida en el diccionario (incluso se puede ir a bordo de una bicicleta, a tenor de la nueva definición). Pero en otros cientos de casos la Academia se lleva la contraria y rechaza el uso que ya se había generalizado en la prensa. Cuando todos los periódicos, todas las agencias y todos los locutores hablaban de 'los talibán', el diccionario consagra 'los talibanes' (y ahora dos periódicos distintos de Quito, por ejemplo, se reparten la preferencia de 'los talibán' o 'los talibanes' sin ponerse de acuerdo, lo que no hace mucho beneficio a la unidad que debe buscar la Academia; ya se había dado esa unidad en la prensa con el respeto al plural árabe, y el diccionario la ha cercenado). Al mismo tiempo, todos los diarios escriben 'gay', y los locutores pronuncian 'guey'; y sin embargo, el diccionario consagra 'gay', escrito en redonda, como vocablo del español que, mientras no se diga lo contrario (y no se dice), se pronuncia así y puede formar su plural en 'gayes' (como de 'ay' se forma 'ayes', como de 'ley' se deriva 'leyes', por ejemplo). En cualquier caso, y permítanme la broma, los que han empleado profusamente 'los talibanes' como lógico plural de la nueva entrada 'talibán' debieran aplicarse ya a decir 'gayes y lesbianas', en deducción coherente con la nueva entrada 'gay'. (No ocurrirá: al inglés se le concede un respeto que el árabe o el pastún no parecen merecer).

Tampoco se ha dado a la palabra 'concierto' el papel de 'recital' o 'actuación' ('un concierto de Joaquín Sabina' se escribe en los periódicos, a pesar de que en su arte no predomina la ejecución instrumental). Sin salir del mundo de la música, extraña que no se haya incorporado la nueva acepción de 'copia' que refleja a menudo la radio como clonación de copy: un cantante ha vendido '300.000 copias' (la gente diría '300.000 discos'). El diccionario recoge la voz 'copia' para 'fotos, películas, cintas magnéticas y productos informáticos', sin citar libros ni discos (que se siguen reproduciendo correctamente en 'ejemplares', pues se supone que no son copias unos de otros, sino que salen de un original común; si se tratara de 'copias' serían discos pirata). En este caso, el empobrecimiento del uso periodístico no llega al diccionario. ¿Por qué?

Sí se incluye, en cambio, 'esponsorizar', otra palabra que sólo existe en los medios de comunicación. Y le acompaña una definición escasa: 'Apoyar o financiar una actividad'. Falta aquí, como se ve, lo más importante de la 'esponsorización' (antes llamada 'patrocinio'): que se hace con fines publicitarios. Esa escasez de palabras en esta definición contrasta con la abundancia que le ha correspondido, por ejemplo, a 'globalización': 'Tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales' (donde sobra 'que sobrepasa las fronteras nacionales', pues ya se ha dicho 'mundial', y donde el adverbio 'alcanzando' es de dudoso gusto gramatical y de estilo). Las definiciones incompletas en las nuevas palabras resultan muy notorias (mientras que se mejoran las antiguas), como sucede en la clonación del inglés 'créditos' (los créditos de las películas ya no son los préstamos que las financian -¿o las esponsorizan?-, sino las firmas de guionistas, camarógrafos, ayudantes y demás personal). Así, estos créditos (antes 'firmas') se aplican al cine, pero no se prevé que sirvan, verbigracia, para el reportaje de una revista donde se detallan el fotógrafo, el ayudante del fotógrafo, el estilista, el maquillador, el productor...

El diccionario ya incluía antes definiciones de palabras que equivalían a una cosa y su contraria. Así sucedió con 'enervar', que lo mismo significa tranquilizar que excitar (con lo cual queda anulada la palabra: nunca sabremos qué se quiere decir realmente). Ahora ocurre también con 'incautarse', que significa hacerse con algo legalmente, pero también de manera arbitraria. O con 'evento', que puede ser un hecho inseguro o imprevisto (con los genes de 'eventual' y 'eventualidad') o un acto programado (con los clones de event; de modo que un evento puede no ser eventual).

En el capítulo de gentilicios tampoco se ve una línea clara. La prensa viene utilizando desde hace años la palabra 'kenianos' para citar a los naturales de Kenia. Así lo hacen también los traductores oficiales de diversos organismos, mundiales y europeos. Pero un uso equivocado en las retransmisiones de atletismo (a causa de tantas referencias televisivas al presidente Jomo Kenyatta, que era el presidente Kenyatta y a la vez el presidente keniano) ha llevado hasta el diccionario este nuevo gentilicio erróneo y sin familia conocida en español (no recuerdo ningún otro que termine en 'ata'). 'Keniano' no existe para la Academia, aunque figure en los más competentes manuales de traducción de topónimos y gentilicios, como el elaborado por el académico mexicano Guido Gómez de Silva; o en los libros de estilo de los más importantes diarios de España y de América. O en el diccionario Clave. Valga que la tenacidad de algún locutor en el error haya llevado 'keniata' al diccionario, pero no se explica la ausencia de 'keniano'.

También se confunde al gobernante (como en Kenyatta) con el pueblo (como en keniano) en la entrada 'hachemita' (versión afrancesada, pues parecería más español 'hachemí', como 'alauí' o 'saudí'): hasta ahora, la 'hachemí' era la dinastía que reinaba en Jordania, pero se ha convertido también en lo 'perteneciente o relativo a Jordania'; es decir, como si 'borbónico' acabara equivaliendo a 'español'. Están 'keniata' y 'hachemita', pues, pero no figura 'kosovar', gentilicio de mayor presencia aún en la prensa por causa de la guerra de Kosovo. (Algo similar a 'hachemita' ocurre con 'hindú': ahora un hindú ya no es sólo quien practica el hinduismo, sino también el 'natural de la India', por lo que puede haber hindúes que no sean hindúes).

Esto sucede con multitud de vocablos. Se desvanecen ya las diferencias entre alarmista y alarmante como antes entre honrado y honesto, entre acrónimo y sigla, entre detectar y descubrir, entre afrontar y enfrentar, entre checo y checoslovaco (teníamos los conceptos 'checo', 'eslovaco' y 'checoslovaco', con significados diferentes), entre coca (la planta) y cocaína (la droga), entre comparecer y aparecer, entre moro (norteafricano) y musulmán, entre obsoleto y anticuado, entre liderato y liderazgo, entre turco y otomano, entre eficacia y eficiencia, entre eurasiático (mestizo) y euroasiático (espacio geográfico), entre evidencia (que era lo que se ve) y prueba (que mostraba lo que no se ve), entre confrontar (antes igual a cotejar) y enfrentar, entre calcinar (ahora 'abrasar por completo') y carbonizar (los coches se calcinaban y las personas se carbonizaban)... Matices, a la papelera. En el diccionario es lo mismo 'entrar' que 'ingresar' (no así para los hablantes, que siguen diferenciando entre el significado de 'entrar' en la Academia -y luego salir por la misma puerta- y el de 'ingresar' en ella -en cuyo caso ya no se sale, salvo por defunción-. ¿Se puede ingresar en un ascensor? Pues sí: el diccionario dice que 'ingresar' es 'entrar en un lugar'. Sin embargo, a 'ingresar' le damos siempre un valor añadido de permanencia: no es igual entrar en un hospital que ingresar en él). Los ejemplos se suceden, y sólo se dan en este artículo unas pequeñas muestras.

En el caso de los extranjerismos, la manga ancha con el inglés parece tan grande que por ella cabe un diccionario entero de ese idioma. A la hora de acoger voces amigas de otras lenguas más próximas, la cicatería se nota por varios sitios. No se incluye 'forcado' (vocablo común en el lenguaje taurino, originado en el portugués 'forca', horca), pero ahí están 'overbooking' (sobreventa), 'kit' (lote, juego), best-seller (superventas), flash back (retrospectiva), 'fulltime' (tiempo completo; pero no figura 'part-time')... Se retira 'flas' y llega 'flash' (sin embargo, permanece 'folclore' en vez de 'folklore'). El diccionario recoge 'boite' cuando ya nadie va a una boite, sino a una discoteca, y también 'dancing' como 'sala pública de baile', y hasta 'music hall' (¿alguien dice 'nos vamos esta noche a un music hall'?; tal vez en América, y quizás en esos casos debería especificarse). Y sin embargo, faltan palabras con más derechos adquiridos y vigentes. No aparece 'doping'. Ni 'kleenex'. Ni 'boy-scout'. Ni 'hit', ni 'hit-parade'. Pero de repente se vuelve a rendir culto excesivo al extranjerismo y se lee 'paddle' cuando este deporte, llegado a España en 1974 y a Argentina en 1975, lo inventó el mexicano Enrique Corcuera, y tanto la federación de su país como la española (creada en 1987) se autodenominan federaciones de 'pádel', igual que otras hispanoamericanas.

Los vicios de la prensa llevan al diccionario palabras extrañas sólo usadas por los medios de comunicación; pero la sintaxis no se toca. 'Entrenar' sigue siendo transitivo (pese al uso sin complemento directo tan extendido hoy), como 'cesar' permanece intransitivo (en el diccionario nadie 'es cesado', aunque sí se cese a directores generales y consejeros en la televisión).

En cuanto a innovaciones ortográficas, se recoge la acentuación 'élite' respetando el uso general (en vez de 'elite', como figuraba antes), pero se escribe 'kéfir' en vez de 'kefir'... Y se mantiene con i latina 'derbi' para señalar una competición de dos grandes rivales (entre equipos de la misma ciudad, como sucedía en la tradición de la ciudad británica de Derby); pero esa extraña sustitución de la 'y' no se aplica a 'brandy'...

Con los géneros se producen algunas sorpresas. Así, 'cameraman' es el 'hombre' (y sólo el hombre) 'cualificado técnicamente para la toma de imágenes'. No tiene femenino, claro, porque no aparece 'camerawoman'. Y 'jueza' es la 'mujer que ejerce el cargo de juez' (no una 'mujer juez', sino la que ejerce ese cargo, como si se tratara de algo ocasional en su existencia; no parece referirse a alguien que 'es' juez, sino a quien 'está de juez'); pero en la entrada 'juez' se dice: 'persona que tiene autoridad y potestad para juzgar y sentenciar'.

Los términos de la informática brillan por su ausencia, y ni siquiera aparecen los extranjerismos. No están ni 'chat' ni 'chatear', lo cual asombra teniendo en cuenta la generosidad extranjerizante de otros campos léxicos. Ni se han incluido las nuevas palabras del deporte (hemos visto 'paddle', pero no aparece 'squash', entre otras muchísimas ausencias).

Estamos, pues, ante un diccionario extraño, contradictorio, al que cuesta extraer un criterio que sirva de referencia. Un diccionario que parece aislado de los otros trabajos lexicográficos de calidad que se han venido publicando en estos años. Los términos españoles llegados de América constituyen su principal aporte, y hay que felicitar a las Academias por esa labor y por la mejora de miles de definiciones. Y a la vez podemos lamentar el empobrecimiento que nos causa ese chorroborro en el que se vuelcan palabras efímeras, reducidas y falsas; confusas.

Ahora se puede decir en correcto castellano 'la esponsorización del show nos ha dado un buen posicionamiento'. Pero eso no es tanto culpa de la Academia como de los materiales periodísticos que le han servido de soporte. Quizás lo que ocurre también es que el diccionario resulta más pobre porque el idioma se ha empequeñecido en estos últimos años.

De cualquier manera, con este nuevo léxico ya no vale la pena discutir en los cafés y las universidades sobre lo erróneo y lo certero. Ahora sólo queda hablar de estilo.

Ojalá el Manual Panhispánico de Dudas académico, que sigue en preparación, sirva pronto para aclarar el camino de quienes desean expresarse sin complejos, con precisión y con riqueza. Y con respeto a la cultura de la que son herederos.

Álex Grijelmo es autor de Defensa apasionada del idioma español.

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Sobre la firma

Álex Grijelmo
Doctor en Periodismo, y PADE (dirección de empresas) por el IESE. Estuvo vinculado a los equipos directivos de EL PAÍS y Prisa desde 1983 hasta 2022, excepto cuando presidió Efe (2004-2012), etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades

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