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Jugar la baza del petróleo

El viernes 19 de abril, el ministro de Asuntos Exteriores saudí, el príncipe Saud al-Faisal, anunció al mundo que su país no emplearía el petróleo como un arma contra Israel y Estados Unidos. 'El petróleo no es un arma como un cañón o un tanque', dijo el príncipe. Aunque Arabia Saudí dejó claro que seguiría defendiendo la causa de los palestinos, el príncipe dijo que un embargo sería como 'fastidiarse a uno mismo por querer fastidiar a los demás'. En otras palabras, si se interrumpiera el suministro de petróleo, los únicos perjudicados serían los países árabes que malamente pueden permitirse un descenso de los ingresos por petróleo. Muchos países del Golfo Pérsico dependen de dichos ingresos para más de dos tercios de la renta pública. Los comentarios del príncipe fueron recibidos con un gran suspiro de alivio en todo el mundo.

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Pero luego, sólo cinco días después, en vísperas de la cumbre con el presidente Bush, el príncipe heredero Abdullah hizo saber a través de sus emisarios que la familia real saudí estaba replanteándose su postura y ya no podía descartar el uso del petróleo como arma si EE UU no moderaba su apoyo a la política militar de Israel. Al parecer, al Gobierno saudí le preocupa que una política de 'no decir nunca que no' en cuanto a utilizar la baza del petróleo podría hacerle el juego a los fundamentalistas islámicos y tener consecuencias nefastas para el régimen saudí y otros gobiernos moderados árabes de Oriente Próximo.

El príncipe respondía así a un llamamiento anterior de Irak, Irán y Libia para imponer un embargo de petróleo como protesta contra 'la guerra de agresión' de Israel contra los palestinos. Irak ya había suspendido durante 30 días sus exportaciones de petróleo para protestar por la incursión israelí en 'territorios palestinos'. Irak es el sexto proveedor de petróleo de EE UU, que le proporciona el 9% de sus importaciones, y exporta un total de dos millones de barriles al día, lo que supone un 4% de todo el petróleo que se negocia en los mercados mundiales.

Huelga decir que los líderes políticos no quieren ver una repetición de 1973, cuando los países árabes productores de petróleo en Oriente Próximo utilizaron por primera vez el petróleo como arma contra Israel, EE UU y sus aliados. El embargo de petróleo de la OPEP, que vino pisándole los talones a la Guerra del Yom Kippur entre Israel y sus vecinos árabes, Egipto y Siria, hizo que se tambaleara el orden mundial posterior a la II Guerra Mundial. El precio del petróleo se cuadruplicó, los conductores hacían largas colas en las gasolineras con la esperanza de asegurarse unos litros de gasolina y la economía mundial comenzó a caer en una prolongada recesión...

Ya preocupados por el espectacular aumento de los precios del petróleo en los cinco últimos meses, desde la escalada de violencia entre israelíes y palestinos (el petróleo crudo se ha disparado en los mercados mundiales desde los 16,70 dólares el barril a mediados de noviembre hasta los 28,10 dólares por barril a principios de abril), los líderes mundiales están comprensiblemente nerviosos ante la perspectiva de una interrupción del suministro de petróleo, aunque sea parcial.

Por el momento, la creencia que prevalece en Wall Street y Fleet Street es que hay 'muy pocas posibilidades' de que los productores árabes corten el suministro de petróleo para presionar a Israel y EE UU. Sin embargo, la impresión de que es poco probable que se materialice la amenaza del petróleo podría ser una falsa ilusión.

Lo que nadie parece tener en cuenta es lo impotentes y desesperados que pueden llegar a sentirse millones de árabes si la violencia entre Israel y los palestinos sigue intensificándose. La conclusión final es que la baza del petróleo podría ser el único arma a disposición del mundo árabe. Creer que no será empleada nunca, bajo ninguna circunstancia, es pecar de ingenuo. Si la ira colectiva del mundo musulmán hirviera hasta rebosar, no se sorprendan si los jóvenes musulmanes se lanzan a la calle en gran número, como ya han hecho en Irak, gritando 'el petróleo árabe para los árabes'. La presión pública para utilizar el petróleo como arma contra Israel, Estados Unidos y Occidente podría tener una carga demasiado política como para que los gobiernos de Arabia Saudí y de otros países del Golfo hagan caso omiso de ella.

El hecho es que muchos jóvenes musulmanes fundamentalistas ven el petróleo como un crédito blando de Alá. A los islamistas radicales les gusta señalar que 10 de las 13 naciones de la OPEP son Estados musulmanes: Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Irán, Irak, Kuwait, Argelia, Libia, Indonesia y Nigeria (la mitad de cuya población es musulmana). Otros importantes productores de crudo como Omán, Bahrein, Siria, Egipto, Brunei, Túnez y Malasia, también son países musulmanes.

En el centro del petróleo y del Islam está Arabia Saudí, que posee las mayores reservas de petróleo del mundo y es la tierra santa del Islam, lugar de nacimiento del profeta Mahoma y guardiana de los sagrados lugares de La Meca y Medina. Aunque los curtidos analistas geopolíticos de Occidente se burlen de la idea de que Alá otorgase semejante regalo a los defensores de la fe, nadie se atreve a reírse cuando Osama Bin Laden exhorta a sus seguidores de todo el mundo a reclamar la tierra santa saudí, a establecer un Estado islámico universal, y a elevar el precio del petróleo a 144 dólares el barril.

La historia del petróleo da credibilidad a la idea de que 'el que a hierro mata a hierro muere' en la historia. El petróleo, la energía que contribuyó a hacer de Occidente una fuerza política, económica y cultural sin rival en el mundo del siglo XX, podría ahora convertirse en su perdición en manos de un mundo islámico decidido a darle la vuelta a la tortilla y recuperar su antigua condición de árbitro cultural y espiritual del mundo. De algo podemos estar seguros: el petróleo y el Islam están inseparablemente unidos. El destino de uno determinará en gran medida el destino del otro en el naciente siglo. Cada día más, el petróleo es contemplado por la generación más joven de musulmanes como el 'gran igualador', un arma espiritual y geopolítica que si se islamizase al servicio de Alá podría conducir al segundo advenimiento del Islam. El rey Fahd de Arabia Saudí se percató de ello tras la crisis del petróleo de los años setenta y principios de los ochenta y dijo a sus correligionarios musulmanes que 'el principal recurso en el que podemos confiar, después de Dios, es el petróleo'.

Si los países árabes productores de crudo se deciden a emplear la baza del petróleo, los más afectados serían los países en vías de desarrollo. Recuerden que tras el embargo de la OPEP de 1973, el precio del petróleo se cuadruplicó en los mercados mundiales, pasando de tres a 13 dólares por barril, y causó estragos en los países en desarrollo. Los países del Tercer Mundo se vieron obligados a solicitar préstamos a los bancos occidentales y a las instituciones

internacionales de crédito como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) para cubrir la subida del coste de sus importaciones de petróleo, sin las cuales sus proyectos de desarrollo económico quedarían paralizados. Los préstamos de la banca comercial al Tercer Mundo se incrementaron en un 550% entre 1973 y 1980.

La segunda escalada de los precios de la OPEP, en 1979, desencadenó una recesión global y una caída de los precios de las mercancías que debilitó aún más las endeudadas economías de los países en vías de desarrollo. El alza de los precios de las importaciones de crudo, unido a la caída de los precios de sus mercancías en los mercados mundiales, obligó a los países en desarrollo a solicitar aún más créditos, la mayor parte de los cuales se utilizaron exclusivamente para comprar petróleo y pagar los intereses de deudas antiguas. Hacia 1985, la deuda del Tercer Mundo superaba el billón de dólares. Dado que la mayor parte de los fondos prestados se utilizaban para comprar petróleo y devolver préstamos anteriores, quedaba muy poco dinero para un auténtico desarrollo económico. La consecuencia fue que las naciones del Tercer Mundo perdieron su impulso económico y cayeron aún más en la pobreza. El crédito comercial e institucional empezó a secarse, y la economía de los países del Tercer Mundo inició una caída en picado. Hacia 1988, muchos países en desarrollo registraban una pérdida neta de dinero.

Las condiciones no han hecho sino empeorar en estos últimos años, ya que los países en vías de desarrollo dependen cada vez más de las importaciones de petróleo para suministrar energía a su sector industrial en expansión, luz y calor a una población urbana en aumento y carburante para sus crecientes necesidades de transporte. En los años setenta, los países en desarrollo sólo suponían el 26% de la demanda mundial total de petróleo. Hoy día su cuota supera el 40% y sigue aumentando. En el año 2000, la subida de los precios del petróleo añadió 6.000 millones de dólares a la factura de importaciones de la India. La cuenta de las importaciones de petróleo de Brasil fue un 150% más alta en 2000 que en el año anterior. China experimentó una subida del 252% en su factura de importaciones de petróleo en 2000. En muchos países el aumento de los costes de garantizar el suministro de petróleo ha anulado los beneficios de la ayuda internacional al desarrollo. Según el Organismo Internacional de la Energía, el coste adicional del petróleo importado supera en dos veces y media la ayuda internacional en países como China y Tailandia.

El secretario general de Naciones Unidas, Kofi Annan, advirtió recientemente que en los próximos años y para la mayoría de los países en desarrollo 'es muy probable que aumenten los costes de la devolución de la deuda si la subida de los precios del petróleo provoca un aumento de los tipos de interés internacionales'. La deuda del Tercer Mundo ha alcanzado ya proporciones de crisis a pesar de que los precios mundiales del petróleo, por el momento, hayan permanecido relativamente estables. A finales de 1999, 47 países -que suman una población de 1.100 millones de personas- debían más de 422.000 millones de dólares al extranjero. La deuda media per cápita en estos países es de 380 dólares, una cantidad que más o menos equivale a la media del Producto Interior Bruto per cápita. Y lo que es aún más importante, en los países más pobres -aquellos que tienen un PIB per cápita inferior a los 885 dólares al año- 83 centavos de cada dólar que se recibe en un nuevo crédito se emplean sólo para pagar los créditos antiguos, lo que deja muy poco para fomentar el desarrollo y mejorar el nivel de vida. La dimensión humana de la crisis de la deuda es apabullante. Muchos de los países más pobres del mundo gastan ahora una parte mayor de sus ingresos nacionales en cubrir su deuda extranjera que en sanidad, educación y servicios sociales básicos. Por tanto, un nuevo embargo de petróleo -sobre todo si es durante un tiempo prolongado- arrojaría a los países en vías de desarrollo a un abismo económico del que quizá no sean capaces de salir.

Para muchos musulmanes militantes, que solamente han experimentado un sentimiento de derrota y humillación por obra de las potencias occidentales durante la mayor parte del siglo XX, la perspectiva de controlar el oleoducto de la mayor reserva de crudo que queda en el mundo es una oportunidad para saldar cuentas. Para las potencias occidentales, las empresas de energía, la comunidad empresarial mundial y los consumidores, el simple pensamiento de que los países productores de petróleo del Golfo Pérsico pudieran utilizar otra vez el crudo como un arma para imponer su voluntad en la escena mundial resulta aterrador. Para muchos países en vías de desarrollo, la perspectiva de un embargo petrolífero y una subida espectacular de los precios del crudo equivale a una sentencia de muerte para sus ya asediadas economías.

Jeremy Rifkin es presidente de la Fundación sobre Tendencias Económicas en Washington DC.

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