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Columna
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Dos en la carretera

El anuncio de cancelación del recital del tenor canadiense Ben Heppner vuelve a poner de manifiesto que los fantasmas de la ópera siguen haciendo de las suyas en el Teatro Real. Porque hay que hablar inevitablemente de maleficio al comprobar que se han suspendido, por las razones que sean, todos los conciertos líricos previstos a principio de temporada en el coliseo de la plaza de Oriente. El ciclo era espléndido, pues combinaba dos figuras ya históricas como la temperamental Julia Varady y la elegante Frederica von Stade con dos cantantes en la plenitud de sus carreras, la soprano Natalie Dessay y el citado Heppner. Incluso la maldición llegó al sustituto de Dessay, José van Dam, que también canceló. El Real vive actualmente una época de transición con la pareja directiva formada por Inés Argüelles y Emilio Sagi. A ellos les corresponde alejar de una vez para siempre los fantasmas y conseguir un funcionamiento sin sobresaltos del teatro. No lo tienen fácil, desde luego, pero para algo están donde están. La comparecencia de ambos ante los medios de comunicación a principios de este mes para presentar la próxima temporada sirvió para comprobar que, si bien hay todavía un apaño entre los restos de lo ya planificado por el equipo anterior y las incorporaciones nuevas, se percibe, sin embargo, el intento de un nuevo estilo que comenzará a cuajar, sin duda, en la temporada 2003-2004. Habrá, pues, que tender un compás de espera. Queda por concretar un aspecto tan importante como el de la responsabilidad musical, con las dudas hamletianas de López Cobos en primer plano. Argüelles ya ha sobrepasado la cota de los 100 primeros días, con lo que se sabe algo más de aquella desconocida con aspecto de institutriz de Una vuelta de tuerca, de Britten, que desembarcó en el mundo de la ópera procedente de otras galaxias. En cuanto a Sagi, su traje nuevo de teatro de postín, una vez aparcada la trenca de La Zarzuela en el baúl de los recuerdos, no le ha afectado demasiado, al menos aparentemente.

La incógnita de López Cobos sigue aún sin resolverse y lo que trasciende al exterior es que la orquesta quiere ganar más dinero y tener mejores condiciones laborales, algo lógico, y que el director zamorano lo ve con buenos ojos, como en su día defendió las subidas salariales de la Orquesta Nacional, sin que por ello las cosas cambiasen, artísticamente hablando, de una forma determinante. Ahora López Cobos tiene más experiencia, es un director deseado y hasta mimado, y es de suponer que sus reivindicaciones, si se cumplen, lleven asociadas importantes mejoras cualitativas. La calidad media de la Orquesta Sinfónica de Madrid debe subir un par de escalones y eso pasa por una política musical en condiciones, con un titular que garantice unos niveles adecuados de progreso y unos directores invitados de fuste. Es de perogrullo que una de las señas de identidad de un teatro de ópera es la personalidad de sus conjuntos estables, es decir, la orquesta y el coro.

Lo que sí está cambiando en el teatro Real es la imagen de coordinación en sus niveles directivos. Sagi ha dicho de Argüelles que es 'bárbara ', y eso, viniendo de un asturiano, es un buen síntoma de entendimiento. Argüelles está dando una lección, por otra parte, de paulatina integración en sus nuevas responsabilidades con prudencia, como se demuestra por el tono de sus entrevistas. De la imagen voluntarista, pala al hombro y sonrisa abierta, en EL PAÍS el 3 de febrero, a las declaraciones de buenas intenciones con expresión más cauta de El Correo Español el 17 de febrero, y, sobre todo, la asunción de responsabilidades en un perfil ejecutivo que mostraba en Abc el 17 de marzo, hay un largo camino que la gerente está recorriendo sin perder en ningún momento la compostura. Esto, qué quieren que les diga, da confianza. Respecto a Sagi, se le ve con un extraño sosiego, sin esa necesidad de reconocimientos y éxitos inmediatos que podría perderle. No se ha decantado el director artístico por un ansia de protagonismo en su primera temporada. Hay algunos toques muy a su estilo, como las presencias de Ronconi, Kabaivanska o Devia, o herencias muy alejadas de sus planteamientos estéticos como, por poner un ejemplo, la dirección escénica de Marelli para Las bodas de Fígaro. La temporada tiene sus más y sus menos, pero las ambiciones artísticas del Sagi en el Real se verán con nitidez en la siguiente.

Programaciones y planteamientos orquestales aparte, tímidamente se vislumbran detalles positivos de acercamiento a la sociedad de un teatro que debe luchar prioritariamente contra su propia imagen. La oferta de entradas aumenta un 15%, se inicia con dos títulos un proyecto de óperas en familia, se realizan talleres de canto en francés e italiano y se anuncia un primer simposio sobre temas de ópera o relacionados con ella, dedicado a la literatura romántica española en sus vinculaciones con el arte lírico. No es demasiado, pero sí supone un esbozo de definición. El Real tiene que procurar seguir inventándose a sí mismo. Se la juega cada día. Por ello es tranquilizador que al menos sus dos máximos responsables estén juntos en la carretera, formando, al menos de momento, una pareja feliz.

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