Plaga de palomas

Granada es una ciudad, como muchas otras de España, con un gran patrimonio histórico-monumental. Todos tenemos una deuda ética con las gentes que en el pasado cuidaron nuestros monumentos. Los monumentos necesitan de un gran apoyo económico para su mantenimiento, pues al peligro de erosión atmosférica que los acecha hay que añadir la influencia de la masificación turística y una plaga que ya ha cometido demasiados estragos: las palomas y sus corrosivos excrementos.

Ha bastado con que el Ayuntamiento granadino decida poner freno (si es posible) a la superpoblación de palomas en determinadas zonas de la ciudad para que algunos extravagantes pacifistas, supuestamente bienintencionados, pongan el grito en el cielo. Incluso hay quien ha establecido una relación entre el neoliberalismo imperante con los halcones que pudieran utilizar las autoridades como predadores de las 'pacíficas palomas'. La ignorancia, una vez más, sobre la naturaleza de la relación entre los seres vivos, suele acompañar a la demagogia, al maniqueísmo o la simple estupidez.

Las palomas se han convertido en una plaga porque al estar protegidas en un nicho ecológico urbano se multiplican, y aunque intenten sobrevivir matándose entre sí para conseguir un espacio habitable, la superpoblación se hace realidad, con las consecuencias medioambientales y sanitarias que esto conlleva. En Granada (como en cualquier parte del mundo) hay personas que tienen una idea romántica de la naturaleza y de la sociedad. La cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque dichas personas gozan de bastante eco en los medios de comunicación. Tener (o no) conocimiento de que las palomas pueden constituir cierto tipo de plaga se convierte, también, en una forma de disyuntiva ética: Aquella en la que se apuesta (o no) porque las futuras generaciones puedan disfrutar de una ciudad más bella y saludable.