Noticia de un escándalo
Contadas veces las noticias literarias generan polémicas que transcienden el ámbito de los iniciados, pero nada como conjugar, como ha ocurrido esta semana, una noticia literaria con el sempiterno problema vasco para alumbrar titulares explosivos. Ha sido todo un ejemplo de periodismo de investigación. La Asociación de Críticos Literarios da a conocer los premios de la Crítica, galardones sin remuneración económica, pero que cuentan con un merecido prestigio en nuestro entorno cultural. En la modalidad de narrativa en euskera, recibe el premio Joseba Sarrionandia, y nada habría pasado si una mente privilegiada no hubiera puesto a los medios en la pista del escándalo: Joseba Sarrionandia es un prófugo etarra, huido de la justicia en 1985 y extraviado desde entonces en algún punto remoto de la aldea global.
Alguna prensa se hace eco airadamente de tamaña desvergüenza. Miembros de la asociación de críticos se ven obligados a dar explicaciones. El aire se envenena. La prensa no sólo informa; la prensa, en este caso, denuncia con democrática firmeza. Un reputado crítico se justifica confesando que al concederse el premio él desconocía los antecedentes del galardonado. No explica qué habría ocurrido si tales antecedentes hubieran constado desde el primer momento. Pero el galardonado en cuestión es uno de los nombres más emblemáticos de la literatura vasca. Publica libros con regularidad. Además, no hay revista, antología, cuadernillo, anuario o fanzine vasco que no haya conseguido en algún momento un poema suyo. Decir Sarrionandia, hablando de literatura vasca, es decir un nombre público y notorio.
Un comentarista razonable aludiría ahora a dos o tres verdades de perogrullo. Que la obra literaria implica un juicio literario y que el juicio moral sobre el autor, asunto importante, no deja de ser también asunto aparte. Que así como hay premios a las biografías también hay premios a las obras literarias. Que no consta cuál es hoy el pensamiento político de Sarrionandia. Que la historia está llena de eximios hombres de letras que fueron auténticos gusanos morales. Que recordemos a Ezra Pound, el fascista, o a los grandes autores franceses que colaboraron con los nazis. Que de Dante todo el mundo sabe que escribió La Divina Comedia, pero nadie si fue güelfo o gibelino en las luchas civiles de la Italia medieval.
Pero además de esas obviedades queda algo por decir: que Sarrionandia, reconocido autor en lengua vasca desde hace veinte años, resultaba desconocido a dos palmos del lugar donde acaban los límites de su lengua. Esta patética ignorancia subraya cómo hay fronteras mentales, desidias culturales y complejos de superioridad que separan mucho más que los océanos, y que no se puede estar muy seguro del alabado mestizaje cultural cuando se refiere a chinos, australianos u hotentotes, pero omite el encuentro con las culturas más cercanas.
Lo penoso del affaire Sarrionandia me recuerda la anécdota de aquel concurso televisivo en que a un esforzado ciudadano le mostraron la expresión 'Bienvenido' en diez o doce idiomas distintos. Para ganar debía identificar las lenguas en que dicha expresión estaba escrita. Acertó sin problemas en los idiomas latinos. Dictaminó con seguridad en el inglés. El alemán suponía ya un desafío, pero logró acertar de nuevo, y por fin, siquiera fuera derivando de éste, y en certificación de un notable sedimento cultural, señaló con éxito la expresión holandesa. Un auténtico milagro le ayudó a identificar por último una lengua escandinava. Pero ya accedía a lo insalvable. Quedaba una sola expresión por acertar, unas palabras crípticas, obtusas, inextricables, las únicas que le separaban de su codiciado premio: 'Ongi etorri'. El concursante permaneció en suspenso, acaso preguntándose si aquel oscuro díptico correspondía a una lengua indoirania, amerindia o a algún ignoto dialecto tibetano. Rendido por adelantado, lanzó una propuesta inconcebible. Por supuesto falló.
Así también Sarrionandia: una repentina revelación para los atentos observadores de La Cosa, pero que son tan desatentos a la cosa cultural.
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