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Columna
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'Sarri'

No le conozco, pero soy su amigo. He leído alguno de sus libros y cuantos poemas y relatos suyos han llegado a mis manos en buenas o medianas traducciones. Seguramente miento si aseguro que no nos conocemos. Empezó a traducir un libro mío hace cuatro o cinco años. Leerse es conocerse de la mejor manera, sin la interposición espuria de cuerpos y de gestos que casi nunca interpretamos bien, porque también los ojos y las manos suelen meter la pata contra los intereses y deseos de sus propietarios. En un país en donde en las tabernas se habla a gritos, en donde los periódicos (cada día un poco más amarillos) compiten por conseguir el titular más estupefaciente, el grito más horrísono, leer, leerse, es quizás la única salvación posible. Nos conocemos porque nos leemos. Y si no nos conocen, es porque no nos leen.

Los periodistas que estos días se han lanzado a la lapidación del último Premio Nacional de la Crítica no saben de quién hablan (el periodismo cultural en España, salvo escasas y honrosas excepciones, está en manos de arriscados becarios: la culpa es de sus jefes). No saben de quién hablan. Ni siquiera conocen el nombre de Joseba Sarrionandia (ellos le rebautizan como 'Sarrionaindía'). Lo que les interesa es decir que han premiado a un etarra. Y ni siquiera saben con qué premio. No dan una. Le adjudican el Premio de la Crítica en lengua vasca en su modalidad de poesía, cuando lo que han premiado es su novela Lagun izoztua; el premio de poesía en euskera ha recaído muy merecidamente en Kirmen Uribe, y el de poesía en castellano se lo han dado a mi amigo Carlos Marzal (éste año estoy de suerte).

En fin, no saben ni su nombre, pero eso da lo mismo a la hora de hablar y de escribir; también a la hora de señalar con dedo acusador a un jurado que lo único que ha hecho es cumplir su deber dignamente premiando el mejor libro que, a su juicio, concurría al certamen, si es que puede hablarse de concurrencia en un premio en el que los autores ni siquiera conocen la selección de sus obras. Lo sé porque hace años fui finalista, pero entonces ni el ganador salía en los papeles.

El de la Crítica ha sido, desde su creación, un premio sin dinero y sin apenas publicidad mediática. Se podría decir que es el antiplaneta. Aquí lo que se premia es la literatura, esa sustancia tan escasa y tan cara como la droga pura, sin adulteraciones. Joseba Sarrionandia es un auténtico escritor y un espléndido poeta que a veces, sobre todo al principio, me recordaba un poco a Pere Gimferrer. Yo no digo que tenga razón (no comparto las suyas), pero tiene verdad. Cualquier lector con sensibilidad que lea No soy de aquí, su diario carcelario, comprobará que no exagero un ápice. No sé por qué, pero me acuerdo ahora del tiberio que le montaron a Gabriel Aresti por aceptar su Premio Nacional en 1964. A unos les dan por darlo y a otros por recibirlo. Aquí, como diría Blas, no se salva ni Dios.

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