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VISTO / OÍDO
Columna
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El cura sexual

Hubo en tiempos revistas cómicas dedicadas a la sexualidad del clero. Con gruesos dibujos en los que se mezclaban los hábitos y los miembros. Confieso que hoy los datos del escándalo de la pederastia del sacerdote (¿no hay otros escándalos sexuales del clero?, ¿y otros no sexuales?) no me hacen ninguna gracia. Más bien me siento solidario con estos seres reprimidos, excitados y castigados. Para mí el escándalo es la Iglesia en sí, a partir de sus falsedades fundacionales hasta sus reprimendas universales y su creación del terror divino.

El cura pederasta como el seglar pederasta, al que se va descubriendo en los mil oficios en los que su alivio es más fácil, me producen un sentimiento de compasión y piedad, como todas las personas conducidas a una situación imposible y encauzadas a una represión fortísima de aquello que forma parte de su individualidad. Quizá sea como si para profesar les obligaran a cortarse un brazo o la nariz. O peor. Junto a otros aspectos de la doctrina, la historia, el juicio sobre sus contemporáneos, las mil contradicciones con las que tienen que aceptar al mismo tiempo situaciones y repelerlas, la obligación de vivir en falso en una sociedad que ya no puede ni necesita creer, pero que exige que la parte tributaria y esclavizada siga creyendo, esta privación de sí mismos que no pueden cumplir les arroja al escándalo y a veces a la cárcel. Me imagino toda una vida entre el deseo y el miedo. No son los únicos. Vivir entre el deseo y el miedo, entre lo que parece lo posible pero es castigado y es materialmente irrealizable, es una forma de no vivir que ha ido consiguiendo la organización de las sociedades a medida que parecía progresar en un sentido liberador. Una persona que ha aprendido a no respetarse a sí misma no puede respetar a un niño o una niña, a una mujer o a un compañero de monasterio.

No son, claro, los únicos reprimidos de esta sociedad, en la que, por otra parte, florece el alto delito. No cabe demasiada duda de que una de las formas de convivencia, la más leal probablemente, consiste en respetar al otro; a condición de que el otro le respete a uno. Desgraciadamente, hemos llegado a un punto en el que la tríada Iglesia-Estado-Dinero ha ido perdiendo el respeto a los ciudadanos. Los curas escandalosos, en el fondo, no son más que seres humanos obligados a fingir que creen en cosas en las que, en el peor de los casos, hasta creen.

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