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LA COLUMNA | NACIONAL
Columna
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La gran regresión

Josep Ramoneda

LAS IMÁGENES de los helicópteros israelíes tirando desde el aire sobre zonas urbanas de Cisjordarnia forman ya parte de la iconografía del terror. Poco a poco, cuando los periodistas empiecen a entrar en los lugares ahora cerrados por el Ejército israelí, se comprenderá la magnitud de las matanzas ordenadas por Sharon, se podrá completar el retrato de la barbarie del que ahora nos llegan sólo algunas pinceladas. Al mismo tiempo, la estrategia de EE UU se va haciendo evidente: conceder tiempo a Sharon para que complete su operación ángel exterminador para apadrinar después una paz basada en la separación en dos Estados sobre las bases geográficas -fronteras y zonas de pro-tección- que el líder israelí considere oportunas después de haberlas limpiado a golpe de tanque.

Sharon va camino de conseguir lo que no lograron ni la guerra del Golfo ni la guerra de Afganistán: levantar a la población de los países árabes. Sharon está provocando el retorno del antisemitismo, un signo que, como en Europa sabemos bien, siempre ha sido preludio de lo peor. Y, de momento, la inquietud que estos síntomas provocan en la Administración de EE UU no parece suficiente como para pasar de la retórica a la presión efectiva sobre Sharon. De Europa, mejor no hablar. Después de que sus representantes se dejaran humillar por Sharon sin ejercer siquiera el derecho al pataleo, en Madrid ya han asumido públicamente y sin recato el papel de coro de acompañamiento de Estados Unidos, al que han incorporado la rutilante voz de la nueva Rusia.

Hay una cierta tendencia a calificar de irracional aquello que nos horroriza. La estrategia de Sharon es perfectamente racional y calculada, aunque pueda ser equivocada, porque, como dice Shlomo Ben Ami, el gran error de la derecha israelí es no comprender que su ejército puede ganar la guerra a cualquier Estado de la zona -algo, por otra parte, probado por los hechos repetidas veces-, pero no puede vencer a un pueblo levantado por la indignación. Entre los efectos perversos de la estrategia de Sharon está haber otorgado a Arafat un papel de víctima que no le correspondería, porque grande es su responsabilidad por las oportunidades que ha dejado pasar en tiempos en que la doctrina 'paz por territorios' era de aceptación generalizada.

La coincidencia de la operación bélica de Sharon con el décimo aniversario del sitio de Sarajevo invita a reflexionar sobre la regresión en la que estamos metidos. De Bosnia ya casi nadie habla, y con Milosevic ante la justicia parece que todo va camino de resolución. Y, sin embargo, la verdad es que la paz sólo ha sido la consagración legal, con el asentimiento de la comunidad internacional, de la limpieza étnica. En los Balcanes, el multiculturalismo se ha hecho carne: ya está cada cual encerrado en su Estado homogéneo, odiando al vecino, porque así lo exige el guión etnonacionalista. En Palestina, en el mejor de los casos, vamos a una definitiva partición en dos Estados étnicos. El realismo político hace que, desde posiciones muy diversas, se acepte esta solución como la única posible. Probablemente lo es. Pero no deberíamos olvidar el enorme paso atrás que estas soluciones representan respecto del ideal democrático de la convivencia entre gentes diversas. Evidentemente, el origen del conflicto palestino -la irrupción del Estado de Israel en 1948, sólo contestada, en aquel momento, por el general De Gaulle- lo hace sensiblemente distinto de la cuestión balcánica, pero esta regresión al primordialismo empieza a ser ya demasiado habitual en la geopolítica contemporánea.

La acción de Sharon sobre territorios urbanos palestinos recuerda la tradicional querencia del autoritarismo contra las ciudades. Hay que destruir estos espacios en que uno puede pasar inadvertido, y, por tanto, ser más libre. El autoritarismo siempre busca colocar a la población en situación de visibilidad permanente. Se equivoca, sin embargo, Saramago en equiparar el torrente de violencia que Sharon ha desencadenado con Auschwitz. Un intelectual no debería jugar nunca a la banalización del mal. Auschwitz es un genocidio y la operación Sharon es un acto de barbarie militar. Confundirlas sólo sirve para lo contrario de lo que Saramago se supone que pretende: para devaluar la gravedad de los hechos. La desproporción de la comparación quita credibilidad a la denuncia. Hay dos maneras igualmente erróneas de tratar la cuestión de Auschwitz: banalizándola -con comparaciones como la de Saramago- o sacralizándola, como si fuera algo que estuviera más allá de la especie. La Operación Muro Defensivo es atroz, pero no es Auschwitz. Aunque una y otra son profundamente humanas, demasiado humanas.

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