Independencia
Recurrir al tópico -por muy importante que sea como título de una gran novela- me parece una frivolidad para recordar a Joaquín Vidal, porque éste pertenecía al grupo reducido de personas que, a pesar de que su muerte tuviera un probable vencimiento a plazo fijo, solía conservar un hondo sentido del humor para afrontarla, y una melancólica esperanza de que en nuestro tiempo el milagro científico podía irrumpir como sobrevenían los taumatúrgicos en las edades antiguas.
Uno podía disentir de sus comentarios, de sus opiniones críticas, e incluso ver en el ruedo una corrida que aun siendo la anunciada para millones de espectadores, se mostraba distinta para él que para mí u otros aficionados.
Mas estos criterios, a veces tan opuestos, eran siempre superados por datos que lo hacen inolvidable. Primero, su terca e ineludible independencia en juicios y en comportamientos, que no solamente anclaba en el tendido su persona de forma que no se perturbase esa relación de gusto o disgusto intransferible entre el cronista y la pareja -torero y toro-, que, sobre el albero, suscita la creación de una estética momentánea en el tiempo y permanente en la memoria y que tan pocas veces se consigue. Además, esa independencia se manifestaba en su voluntario aislamiento de tertulias, grupos o compromisos por considerar que así no se contaminaría.
En segundo lugar, su prosa, de tan hondo arraigo castizo, diferenciando la escritura con casta del mero costumbrismo casposo.
Afirmar de un periodista que echaremos de menos en las páginas taurinas una lengua que compadecía cálido humor arraigado en tierra española, y sabia utilización de palabras y conceptos, hará que su nostalgia se presente en las primeras notas timbaleras.
Enrique Múgica es Defensor del Pueblo.
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