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Entrevista:ARLETTE LAGUILLER | Candidata trostkista a la presidencia de Francia

'Chirac y Jospin representan los intereses de la clase explotadora'

Arlette Laguiller (París, 1940) se presenta por quinta vez a la elección presidencial francesa como candidata de la formación trostkista Lutte Ouvrière (Lucha Obrera). En 1974 era la primera y única mujer candidata y obtuvo el 2,3% de los votos. En 1995 logró, al conseguir 1.600.000 sufragios, un 5,3% de las papeletas. Ahora los sondeos le dan entre un 9% y un 11% de intenciones de voto, convirtiendo a Arlette en el famoso 'tercer hombre' de un combate electoral que sólo admite dos finalistas cantados: Lionel Jospin y Jacques Chirac.

Pregunta. Usted se niega a orientar a sus partidarios que, en la segunda vuelta electoral, tendrán que elegir entre el socialista Jospin y el conservador Chirac. ¿No es una manera de desperdiciar el voto de protesta radical que usted encarna?

'Propongo requisar las empresas que despiden trabajadores ganando dinero'
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Respuesta. Las diferencias entre los dos candidatos son escasas. Los dos representan los intereses de los propietarios, de la clase explotadora, y yo represento a quienes no tienen nada y a quienes no explotan a nadie. Ellos, Chirac y Jospin, ayudan a los éxitos de la Bolsa y no se preocupan de que el peso de la masa salarial en el PIB vaya disminuyendo, de que cada vez sean más las personas que trabajan en condiciones de precariedad. Yo no presento un programa presidencial pero sí unos objetivos y unas medidas que indicarían la puesta en marcha de una política que tiene en cuenta los intereses del trabajo: prohibición del despido colectivo y de la deslocalización de las empresas; fin del secreto bancario; fin de la política de privatizaciones; cese de subvenciones y ayudas para los patronos y más dinero para el servicio público. Si logro el 10% o el 12% eso reforzará el campo político del trabajo. De momento, el solo hecho de que los sondeos me reconozcan un peso importante, ya ha obligado a Jospin a izquierdizar su lenguaje.

P. Su punto de vista parece olvidar las conquistas sociales obtenidas durante los Gobiernos socialistas: las vacaciones pagadas con el Frente Popular, las 35 horas con el Gobierno de Jospin...

R. Las vacaciones pagadas se obtuvieron gracias a la lucha social y a pesar de la oposición del Gobierno, el 33% de aumento salarial de 1968 fue el fruto del gran movimiento de mayo, las 35 horas han tenido muchos efectos negativos, como potenciar la flexibilidad, aumentar los ritmos de trabajo, suprimir las pausas. Hoy, en Francia, hay nueve millones de pobres, de personas que viven con menos de 800 euros al mes...

P. Pero eso no permite afirmar que hoy los trabajadores viven peor que a finales del XIX.

R. Lo importante es que la lucha sindical no se deje instrumentalizar por los partidos, pero al mismo tiempo sin renunciar a la perspectiva política de su combate. Los sindicatos italianos han tomado el relevo de los partidos a la hora de plantar cara a Berlusconi cuando éste ha querido hacer aún más fácil el despido. En Francia, en otoño de 1995, no pudimos extender la huelga del sector público hacia el sector privado pero el primero tuvo muchísimas manifestaciones de solidaridad del segundo.

P. Su discurso no parece haber integrado el fracaso del llamado socialismo real en los países del Este.

R. De Gaulle nacionalizó una parte importante de la industria en 1945, y no lo hizo desde una óptica bolchevique, sino para ayudar a la burguesía a ponerse en marcha de nuevo. Propongo requisar las empresas que despiden trabajadores ganando dinero, como Danone, o que quieren instalarse en otro país por razones fiscales o para encontrar mano de obra más barata. Eso no supone una revolución bolchevique. Y no se olvide: aunque ésta degeneró porque en vez de la planificación democrática recurrió a la burocrática, no impidió que la Unión Soviética, que en 1917 era un país miserable, se convirtiese en la segunda potencia mundial.

P. Tras su éxito electoral en 1995, Lutte Ouvrière se dejó tentar un momento por la posibilidad de convertirse en un partido político más abierto, menos secreto, más implicado en otras formas de lucha que las meramente sindicales.

R. Es difícil traducir esos sufragios, materializarlos en un partido comunista digno de ese nombre, implantado en los barrios y fábricas, que sea capaz de acoger a gente que quiere militar, a los decepcionados por el Partido Comunista Francés (PCF) o el Partido Socialista (PS), un partido que cambiara la relación de fuerzas, que tradujese una hegemonía del mundo del trabajo. Todo depende de la importancia del voto que ahora y en las legislativas sepamos atraer, de si somos capaces de superar en papeletas al PCF. En 1974 mi presencia sirvió para que Françoise Giroud fuese la primera mujer ministro; durante los años ochenta y noventa, para recordar a todo el mundo que la clase obrera sigue existiendo. En 1995 creí que íbamos a pasar a una fase superior en la construcción de un nuevo partido comunista pero hubo que esperar. Ahora puede que se den las condiciones y eso nos pone ante nuestras responsabilidades.

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