Un mar de salen los Andes de Bolivia
LO PRIMERO que piensas cuando estás en un salar de 9.000 kilómetros cuadrados de extensión, rodeado de volcanes nevados y en pleno altiplano boliviano, es que el tiempo debe de haberse detenido para siempre en semejante milagro de la naturaleza.
Después de un largo viaje por los enclaves más representativos de las culturas andinas, resulta sorprendente encontrarse en un onírico desierto salado que parece conservarse incorruptible al paso de los siglos. Ésa es precisamente la diferencia con el resto de lugares que he conocido en mi vida, que siempre la huella de la historia queda grabada hasta en los sitios más inaccesibles. Excepto en el salar de Uyuni, donde el visitante siente que forma parte del paisaje y no está allí por casualidad.
A bordo de un viejo todoterreno, tres amigos, junto a dos franceses y un argentino como improvisados compañeros de aventura, recorrimos la vasta extensión de sal cegados por el reflejo de la luz en el suelo e impresionados por la imagen en el agua de las cimas que custodian el salar.
Pero sin duda es al llegar a la isla del Pescado cuando el salar de Uyuni acaba de enamorarte definitivamente. En medio de un mar de sal que ocupa todo el horizonte se levanta un islote de arena y rocas volcánicas plagado de cactus y habitado por unos curiosos roedores llamados bizcachas. Este rincón encantado merece por sí solo realizar este viaje, no tengo ninguna duda. Tras esta primera jornada llena de emociones continuamos, cada vez más ilusionados, descubriendo las numerosas lagunas saladas que dan cobijo a grupos de flamencos que planean por sus aguas. La peculiaridad de estas inmensas lagunas reside en las diferentes tonalidades que poseen sus aguas, hallándose así las lagunas verde, blanca y colorada (donde uno no podía evitar creerse Moisés delante del Nilo convertido en sangre).
Nuestro viaje se reanudó al tercer día cruzando el desierto que constituye la frontera entre Bolivia y Chile, en el cual pudimos ver correr velozmente por la arena a las gráciles vicuñas, que desgraciadamente se encuentran en peligro de extinción.
Fueron tres días maravillosos en un ambiente distendido y de camaradería que acabaron en San Pedro de Atacama, la primera población chilena al otro lado de la frontera.
En fin, al igual que mis amigos me recomendaron visitar este fantástico territorio, aconsejo a todos los viajeros por tierras bolivianas que no dejen de conocer el salar de Uyuni. Nunca se lo perdonarían.
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