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Tribuna
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Espirales de violencia

El cerco y destrucción de Ramala y el humillante asedio a Arafat en lo que queda de sus oficinas no deben ser vistos como dos episodios más de una larga confrontación entre palestinos e israelíes. Lo que ocurre es de una absoluta gravedad y tendrá consecuencias terribles a muy corto plazo no sólo en Oriente Próximo, sino en todo el mundo, por lo que está en juego, por sus significados y símbolos, por los silencios o permisividades de las últimas semanas, y sobre todo por el mensaje absolutamente desesperanzador que se está dando a los jóvenes palestinos y a cuantos se puedan identificar con su causa.

¿Dónde están los flamantes gabinetes de crisis? ¿Por qué los políticos con mayores responsabilidades no han cancelado inmediatamente sus vacaciones para dedicarse en cuerpo y alma a frenar esta espiral de muerte y destrucción que garantiza más muerte para mañana?

¿Por qué la movilización o el repudio internacional sobre lo que es execrable ha quedado secuestrado en las Torres Gemelas y no interviene precisamente sobre el conflicto más contaminador y generador de nuevos conflictos? ¿Qué nivel tienen los dirigentes políticos de las grandes y medianas potencias para contentarse con tan poco esfuerzo de su parte y quedar satisfechos con vagas promesas de contención? ¿Cómo es posible que nadie haya decidido embargar la venta de armas a Israel después de ver cómo se utilizan estas armas?

Deberíamos saber algo más de las espirales de violencia y de las dinámicas de acción-reacción, porque ni son fenómenos nuevos ni son exclusivos de Oriente Próximo. Las espirales funcionan porque unos y otros tienen razones para sentirse agredidos y atacar arguyendo legítima defensa. Nadie se atribuye la categoría de agresores u ofensivos, sino únicamente la de reacción defensiva. Son dinámicas muy autistas, seguramente porque afectan a necesidades muy básicas que están en peligro (la seguridad, la identidad, el reconocimiento), y de tal manera que, a pesar de la total asimetría de fuerzas (tanques, helicópteros y misiles israelíes contra piedras y armas ligeras palestinas), ambos tienen capacidad de generar terror. ¿Cómo romper esta espiral?

En primer lugar se necesita tiempo, no ultimatos. Tiempo para que las propuestas puedan llevarse a cabo de una manera razonable. Las espirales no se rompen de golpe ni en una semana, porque no son fenómenos de decisión política que estén en manos de un dirigente, sino dinámicas sociales y culturales que necesitan plazos más dilatados para cambiar. En este sentido, Arafat puede tener voluntades y decidir cosas, pero aplicar algunas no dependerá sólo de él. Tiempo, por tanto, para que las dinámicas puedan ir cambiando y se reduzcan sus intensidades. Pero nada de ello sucede si no es por algo, si no hay una nueva perspectiva a ganar mediante un plan o una propuesta de interés. Y ahí es donde no es comprensible la pasividad o la incompetencia de tantas cancillerías, prisioneras todavía del síndrome del 11 de septiembre, que consiste en interpretar todo lo que ocurre en el mundo bajo el prisma del terrorismo, sin distinguir la naturaleza diferenciada de cada una de sus expresiones, lo que obligaría a tratar cada caso de manera particular.

No es tampoco ahora el momento de pasar cuentas a la gestión de Arafat. Se pudo hacer hace unos años, por ejemplo, cuando la misma Unión Europea tuvo que lidiar con las importantes corruptelas descubiertas en las ayudas ofrecidas a la Autoridad Nacional Palestina (ANP). En estos momentos, sin embargo, lo que cuenta, guste o no, es que Arafat es el legítimo interlocutor, y hay que tratarlo como tal, sin humillarlo. Ya no basta con llamarlo por teléfono para enviarle consuelo, porque en su figura está la dignidad de todo un pueblo, o diría más, de muchos más colectivos que en el mundo se sienten excluidos y no tienen apenas visibilidad mediática, por lo que identifican su futuro con el del pueblo palestino. La continua humillación a los palestinos es la garantía de que la cantera de mártires irá en aumento, y vaticino que a muy corto plazo con personas que incluso no serán de origen palestino, porque estamos hablando de una espiral que salpica ya al mundo entero y que actuará cada vez más como espoleta o detonante de otros conflictos donde mucha gente no sabe cómo canalizar su rabia y desesperación.

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Es preciso salir inmediatamente del síndrome del 11-S para volver a una cierta cordura en los asuntos internacionales, lo vea o no Bush. Estamos ante cuestiones de responsabilidad compartida en las que habrá que reconocer los errores cometidos y la ANP tiene muchos en su haber, pero cada cosa tendrá su momento, y el de ahora es el de obligar a Sharon a retirarse en este empeño de destruir y humillar a un pueblo, y asumir todos que este mundo nuestro no será más seguro aumentando los gastos militares y construyendo cazas más modernos, sino activando diplomacias de paz que sean más coherentes con los principios y valores que en Europa presumimos tener.

Vicenç Fisas es titular de la Cátedra Unesco sobre Paz y Derechos Humanos, UAB.

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