Los planes de Tarancón
He leído en la prensa que nuestros centros de enseñanza carecen de bibliotecas. Mejor dicho, disponen de ellas, pero permanecen cerradas por falta de personal a su cuidado. Al leer la noticia, supuse que la decisión la habría adoptado el consejero Tarancón para hacer economías. Dados los ínfimos índices de lectura entre los valencianos, no se justificaría mantener abiertos estos lugares con el gasto que ello supone. No es que me agradara la medida -una biblioteca siempre debe permanecer dispuesta, aunque sólo sea para salvar un alma- pero tal y como andan las cuentas públicas, entendía la decisión. Estaba en un error. Ha bastado que los socialistas denunciaran la situación, para que el consejero anuncie un plan que activará estas bibliotecas.
La decisión de Tarancón me ha desorientado. Con permiso del consejero, yo veo su actuación semejante a la de esos pirómanos que provocan enormes incendios para después combatirlos en primera línea. Si tanto le importan las bibliotecas escolares, hasta el punto de anunciar ahora 'un plan de incorporación de expertos bibliotecarios', no entiendo por qué consintió su cierre. La situación que han expuesto Sánchez Brufal y Dolores Mollá no se produjo de un día para otro. Nuestras bibliotecas escolares han ido cerrando estos años pasados ante la indiferencia de la consejería, que no consintió contratar personal. Cada vez que un director de instituto, un claustro de profesores, solicitaba ayuda para mantener abierta una biblioteca, se respondía con el silencio o, en el mejor de los casos, con el envío de un objetor de conciencia. Cuando se acabaron los objetores, cerraron las pocas bibliotecas escolares que permanecían abiertas.
Para remediar este estado, anuncia ahora Tarancón un proyecto en el que intervendrán la dirección general de Personal, la dirección general del Libro, la dirección general de Centros Docentes y la dirección general de Innovación Educativa. Muchos almirantes veo yo para la batalla. Me sentiría más confiado si el consejero hubiera presentado un plan con menores pretensiones. A fin de cuentas, de lo que se trata es de reabrir unas bibliotecas escolares y no la del Capitolio. Un programa más discreto tendría, sin duda, grandes posibilidades de ser ejecutado. En cambio, uno en el que intervienen tantos departamentos y con objetivos tan extraordinarios, es muy difícil que llegue a buen término. Sobre todo, cuando no se dice en ningún momento de dónde saldrá el dinero para los gastos.
Me temo que este proyecto de Tarancón adolezca del mismo mal que tantos otros proyectos de nuestro Gobierno. La diferencia entre lo que imaginan nuestros consejeros y su resultado final, casi siempre es considerable. En el camino hacia su concreción, los planes urdidos por estas personas se afinan hasta quedar irreconocibles. Una y otra vez se repite fatalmente el suceso. ¿Recuerdan ustedes Infoville, aquella aspiración que cambiaría nuestras vidas, para convertirnos en ciudadanos cibernéticos? Pues, algo así, más o menos, presumo que ocurrirá con este ambicioso plan del consejero Tarancón para las bibliotecas escolares. Al tiempo.
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