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Tribuna
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Falta una opinión pública europea

En una entrevista que me hizo la Televisión Alemana Internacional (DW) sobre las recientes elecciones en Portugal surgió la inevitable pregunta sobre las consecuencias que los resultados podrían tener para los próximos comicios de Francia y Alemania. Después del triunfo aplastante de la extrema derecha en Italia, el centro-derecha, dependiendo para gobernar de la derecha dura y pura, gana las elecciones en Portugal, eso sí, con una diferencia pequeña. Llama la atención lo bien que se ha portado el Partido Socialista, a sólo dos puntos del partido ganador, así como el hecho, que ha pasado bastante inadvertido, de que el viejo Partido Comunista, con sólo el 7% de los votos, haya descendido al cuarto lugar, dejando el tercer puesto al Partido Popular, la nueva derecha pujante de Paulo Portas, con lo que desaparece hasta la posibilidad de una eventual coalición a la izquierda. Otra vez ha quedado de manifiesto que es la izquierda del centro-izquierda la que impide que salga a flote.

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Y no podía faltar la pregunta sobre los efectos que los resultados portugueses pudieran tener en las próximas elecciones en Francia y Alemania, porque entre los periodistas bien informados se percibe un mayor interés y conocimiento sobre lo que ocurre en los demás países de la Unión, lo que les lleva a manejar una idea de Europa que lamentablemente no corresponde con la realidad. El ciudadano medio europeo sigue poco informado y menos interesado por lo que ocurre en otros países de la Unión. En todo caso, que vaya cuajando una opinión, altamente cualificada, consciente de su europeidad, permite albergar esperanzas para el futuro.

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La cuestión es si hoy existe una opinión pública europea que pudiera influir en los resultados de las elecciones que se celebran en los Estados miembros. La respuesta que salta a la mente y que, después de una breve reflexión, parece la más adecuada es, sencillamente, no. La opinión pública en Europa tiene un carácter marcadamente nacional, de ahí que las elecciones se decidan en un contexto y con una temática propios de cada país. El que en Italia o en España gobierne la derecha poco o nada ha tenido que ver en los resultados portugueses, ni éstos tendrán la menor influencia en Francia o Alemania. Dado el recelo que los portugueses sienten por los castellanos, no es ni siquiera seguro que el apoyo del presidente Aznar a su futuro colega Durao Barroso le haya beneficiado.

Incluso en el ámbito de la política europea, el punto de vista de las opiniones públicas de los Estados miembros, con rarísimas excepciones, suele ser exclusivamente nacional. Se defiende esta o aquella política europea porque es buena para mi país. Somos europeístas porque Europa es lo mejor que le puede pasar a cada uno de los Estados miembros. Recuerdo un comentario de Romano Prodi, siendo presidente del Consejo de Ministros de Italia, que quiero traer a colación, dada la inquina creciente que contra él muestran los Gobiernos europeos, prueba cabal de su orientación europeísta: 'Estas medidas no son las mejores para Italia, pero sí para Europa'. Esta actitud, rarísima, es la que sería necesaria para que pudiera surgir una opinión pública europea.

El que la opinión pública quede encerrada en el ámbito estatal lleva consigo que se niegue cualquier pugna entre los intereses nacionales y los europeos; los únicos conflictos que salen a relucir son entre Estados miembros. La política europea que conviene en un caso determinado a España no tiene que ser la misma por la que aboga Alemania, o a la inversa. Pero, por encima de los intereses nacionales, cuál sería una política propiamente europea es cuestión que no se formula; más grave aún es que, faltos de un proyecto para Europa por todos compartido, ni siquiera cabe enunciarlo. No sólo cada Estado, y dentro de él cada opinión pública, se mueve en el ámbito nacional, es que incluso carecemos de una comprensión unitaria de lo que sea Europa que nos permita detectar sus intereses específicos.

Para poder concretar una perspectiva europea precisamos tanto de nociones básicas sobre sus rangos difinitorios, lo que supone ideas claras sobre cómo se ha ido haciendo Europa a lo largo de la historia, como, sobre todo, una percepción común del futuro a que aspiramos. El déficit en este campo es de tal envergadura que amenaza con bloquear el ulterior proceso de integración. Incapaz de sacarnos del atolladero, el Consejo Europeo ha convocado una convención encargada de arrojar alguna luz sobre el futuro de una Unión ampliada. Por lo menos se ha planteado la cuestión adecuadamente, lo que alimenta la esperanza de que vayamos avanzando poco a poco.

Ignacio Sotelo es catedrático excedente de sociología.

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