_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Parábola del iceberg

Se ha desgajado de la Antártida un pedazo de hielo, un enorme iceberg tan grande, dice la prensa, como la provincia de Álava. No sabemos si es una metáfora foral, pero sí una constatación del recalentamiento del planeta.

El planeta está caliente. Y el paisito también. En el puente de San José nos hizo muy buen tiempo, ese buen tiempo climático que nunca da la medida del tiempo informativo: el paisito tiene tantos problemas y son tan recurrentes que a uno se le hiela la sangre. Un aire frío recorre las provincias.

Este fin de semana los socialistas aclararán sus ideas, tras algunos meses gobernados por una gestora constantemente zaherida, sobre todo, desde el flanco derecho. No sabemos si los debates serán acalorados, pero lo cierto es que el socialismo vasco padece una pinza política, y los extremos de la misma les recuerdan constantemente qué es lo que tienen que pensar, qué es lo que deben decidir, qué es lo que deben hacer. Convendría que las aguas se remansaran un poco y que el socialismo vasco diera con un proyecto propio. El problema es que el clima político del paisito está tan enrarecido que todo movimiento en una dirección concreta se toma desde las otras como una imperdonable traición.

El hielo se ha agrietado y un iceberg enorme surca ahora las aguas del océano austral. Nadie sabe a dónde va, pero es previsible que su alejamiento de los mares helados vaya empequeñeciendo su formidable enormidad. Esto ya no sabemos si es metáfora de la Álava foral, del socialismo vasco o de la suerte, en general, que espera a la comunidad autónoma en el presente siglo. Ni siquiera una premonición. Estamos hechos un lío y no parece probable que lleguemos a aclararnos en los próximos años.

La política vasca es agotadora, desalentadora, pero quizás es algo aún peor: es profundamente aburrida. Todos los cambios que hay en ella no influyen lo más mínimo en el problema de fondo: la existencia de una organización terrorista como es ETA y la asombrosa supervivencia entre nosotros de un segmento de población al que resulta difícil explicarle que eso de matar está muy mal. Cuando el discurso político no logra de todos sus oficiantes esa elemental unanimidad cualquier esfuerzo por la paz se disuelve como un azucarillo en el café, o como un iceberg (mira por dónde, la metáfora) cuando se acerca a aguas más templadas.

Puestos a desgajar algo del territorio vasco, a uno le gustaría que se separara el terrorismo, que una inesperada quiebra del hielo se llevara de entre nosotros a todos los cejijuntos practicantes del asesinato, la amenaza y la extorsión. Tendría gracia verles sobre el iceberg, cada vez más juntitos, a medida que el viaje hacia aguas cálidas fuera reduciendo la superficie de apoyo. Por desgracia, la metáfora del célebre iceberg no puede llevarnos tan lejos. Parece improbable que inicien ese viaje.

Lo grave, quizás, es que los demás resultan incapaces de ponerse de acuerdo en ese extremo. En la política vasca, los partidos han creado una suerte de poliarquía donde cada cual funciona por libre, acogido a su correspondiente cuota de poder, celoso de la misma y resuelto a no ponerla nunca en riesgo. Con el acceso de Izquierda Unida al gobierno, con la conquista de las instituciones alavesas por el Partido Popular, con el sólido sustento electoral del PSE en ciertos ayuntamientos y comarcas, con el poderío-consorte de EA a la sombra del PNV y con el extenso tejido social e institucional del que éste último disfruta, la política vasca está lo suficientemente troceada como para que todos tengan un patrimonio institucional y electoral susceptible de celosa salvaguarda. Es como una enorme tarta de la que todos han conseguido algún pedazo. Y cuando se tienen propiedades, como se sabe, uno se vuelve muy conservador y prefiere no poner la suya en riesgo.

El país está troceado (mucho más que el hielo de la Antártida, de momento) y todo el mundo tiene algo que perder. Viajamos en distintos icebergs a la deriva, sin que haya modo de reunirnos en un solo continente.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_