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Por amor a los catalanes

Francesc de Carreras

El escritor y periodista argentino Eduardo Goligorsky acaba de publicar un libro excelente: Por amor a Cataluña (Flor del Viento, Barcelona, 2002). Quien conozca las ideas racionalistas ilustradas de su autor puede maliciosamente pensar que el título pretende disfrazar irónicamente el contenido del libro. Nada más alejado de la realidad.

Por el contrario, muy probablemente Goligorsky ha querido con este libro pagar la deuda moral contraída con aquellos catalanes que tan bien le acogieron en 1976, cuando llegó exiliado de Argentina. De entrada, ya en las primeras páginas confiesa su admiración por la Cataluña de aquel momento. 'Nunca me cansaré', dice Goligorsky, 'de alabar las virtudes de la sociedad catalana: hospitalaria, solidaria, de talante liberal, cosmopolita'. Pero al mismo tiempo, y por las mismas razones que el libro es un canto a esta sociedad catalana abierta y tolerante, también es, sobre todo, una advertencia frente al peligro que supone el intento de imponer el nacionalismo como ideología oficial básica y obligatoria para todos.

Albert Camus recordó en el prólogo de sus Cartas a un amigo alemán aquella reveladora frase: 'Amo demasiado a mi país para ser nacionalista'. Goligorsky recoge este espíritu y parece decirnos: 'Amo demasiado al país que me ha acogido y por este motivo le dedico un libro destinado a advertirle sobre los mecanismos concretos que utiliza el nacionalismo para intentar imponer su hegemonía ideológica, cultural, social y política'.

Para entender el sentido profundo del libro hay que partir de la historia personal que el autor cuenta someramente en el primer capítulo. Eduardo Goligorsky Golubofsky nació en Buenos Aires en 1931, de padres también nacidos en Argentina pero oriundos de la Europa del Este, de donde sus antepasados habían huido a causa de las persecuciones antijudías de finales del siglo XIX. Sin embargo, ni fue educado en la religión y las costumbres judías, ni sintió atracción alguna por ellas; es más, mantuvo en artículos periodísticos que las nociones de 'pueblo elegido' y de 'tierra prometida' no justificaban en modo alguno la fundación del Estado de Israel. Por todo ello, fue calificado de 'renegado', de 'antisemita' y de estar dominado por el 'autoodio' contra su pueblo.

Por otra parte, tampoco se sintió nunca plenamente integrado en la Argentina oficial debido, entre otras cosas, a su aversión al peronismo y al fútbol. Durante la guerra de las Malvinas, deseó el triunfo de Inglaterra ya que consideró que la razón no estaba del lado argentino: las Malvinas, argumentaba, 'no son argentinas, porque las piedras y los pingüinos no tienen nacionalidad, y los seres humanos que las habitan se declaran, unánimemente y sin ninguna excepción, británicos, sin que haya en ellas un solo argentino oprimido'. Al encontrarse en Buenos Aires cuando estalló la guerra, 'la ola de chovinismo' le produjo 'tanto asco y bochorno' que se sintió 'extranjero'. Esta vez, fue descalificado como 'vendepatrias' y 'cipayo'.

Con su racionalismo a cuestas, ¿considera Goligorsky que carece de raíces y de identidad propia? En absoluto: simplemente, ha sido él, libremente, a través de su experiencia y de su razón, quien ha escogido sus propias raíces y ha ido configurando su identidad sin dejar que nadie se la impusiera. A este respecto, recuerda la frase de Habermas: 'Nadie debe ser obligado a asumir una identidad colectiva determinada. Cada uno tiene que conservar la libertad de decir 'no' a su origen o ascendencia'. Y Goligorsky nos muestra su 'santoral laico' con el cual, a lo largo de los años ha ido tejiendo, poco a poco, libremente, su identidad propia: Popper, Aron, Bertrand Russell, Vargas Llosa, Octavio Paz, Fernando Savater, entre otros. 'Evidentemente', concluye, ' mi identidad no se puede definir utilizando los estereotipos habituales. Pero quedan claras las corrientes de pensamiento con las que tengo más puntos en común y aquellas otras de las que me separa un abismo. La nacionalista es una de ellas. La religiosa es otra'.

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¿Esta falta de identificación con las 'formas de ser' dominantes en las sociedades donde ha vivido -dicho de otra manera, con las conciencias nacionales- ha supuesto para Goligorsky dificultades de integración, de adaptación al medio social? En absoluto: en Argentina encontró siempre 'afinidades electivas' a través de las cuales valoró 'el verdadero sentido de la integración con amigos entrañables, con los que había decantado a lo largo de los años un rico acervo de pautas intelectuales y emocionales compartidas'. Afinidades electivas que en Cataluña le han llevado también a establecer amistades muy diversas, nacidas en 'tertulias estimulantes, racionales y, a menudo, apasionadamente polémicas'. 'No nos cohesiona la unanimidad', dice, ' sino la práctica de la gimnasia mental, el afecto y la solidaridad, cualquiera sea el idioma en que nos expresemos'.

Pues bien, desde 1976 este considerable personaje ha observado atentamente, apasionadamente, a la sociedad catalana, implicándose en sus más complejos problemas cuando ha creído que hacía falta. Sus muchos artículos en La Vanguardia son una buena prueba de todo ello. Este libro culmina una de sus tareas intelectuales preferidas: escrutar analíticamante el nacionalismo catalán. Imposible hacer un resumen del contenido del libro. Pero les aseguro que sale todo: tratado con claridad, razonadamente y sin reserva mental alguna. Un libro imprescindible para conocer uno de los aspectos centrales de la Cataluña de los últimos 25 años.

Goethe, aquel gran cosmopolita, quizá una de las 'afinidades electivas' de nuestro autor, dijo que 'Alemania en sí no es nada, pero cada alemán es mucho por sí mismo'. Probablemente, más que por amor a Cataluña, Goligorsky ha escrito su libro por amor a los catalanes, a la mayoría de los catalanes.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB.

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