Vilallonga relata su relación con el mundo del cine en 'La flor y nata'
Ya van tres volúmenes de las Memorias no autorizadas de José Luis de Vilallonga (Madrid, 1920). Y las retoma ahí donde las dejó, en el segundo tomo, con el rodaje de Los amantes, de Louis Malle, en París, con Jeanne Moreau. Corría el año 1958 y Vilallonga empezaba 'de pura casualidad' su relación con el mundo del cine, en el que se forjó la imagen de galán rico y elegante que, dice, le han otorgado los directores con los que trabajó.
De esa relación bebe el contenido de La flor y nata (Plaza & Janés), donde, con París como escenario casi absoluto, desfilan Moreau, Federico Fellini y Giulietta Masina, Orson Welles, Audrey Hepburn, Richard Harris, Soraya, Grace Kelly y Marylin Monroe, 'una maleducada que cogía unas cogorzas espantosas'. La actriz francesa y Fellini, quien le dio el papel de hombre ideal en Giulietta de los espíritus, se llevan la mayor parte de las 400 páginas del libro. En él, sin embargo, también aparecen personas ajenas a la farándula, como Aristóteles Onassis, Georges Pompidou e Indira Gandhi, a quien conoció gracias a su trabajo como periodista.
'Jeanne ha sido una mujer muy importante en mi vida. Me enamoré como un perro de una mujer extremadamente inteligente y fina. Hasta tal punto que, últimamente, cuando viene a España yo no la voy a ver. Me molesta mucho verla porque tengo tales recuerdos... Bueno, quizás ella piensa lo mismo de mí', dice el escritor. Aunque tuvo su oportunidad con ella, cuenta, el suyo fue un amor casto.
El ritual de la seducción
En estas memorias, en las que a veces, reconoce, adorna la verdad 'porque hay verdades muy insípidas', Vilallonga lamenta que nuestra época haya dado al traste con los rituales de la seducción: 'Estamos viviendo tiempos bajos en todos los sentidos. Hay una falta de respeto, de dignidad y de amor entre hombres y mujeres... ¿Quién regala ahora flores? La sexualidad, una de las cosas más importantes que tenemos, la tratamos como si fuera basura. No quisiera hoy ser joven por nada del mundo'.
París, 'una ciudad perfectamente compartimentada en la que a nadie le interesa saber de qué se está muriendo el vecino', centra buena parte de la atención. Pero no cualquier París, sino el que Pompidou convirtió en 'el ombligo del mundo cultural y del savoir vivre' y el del Maxim's del elitista monsieur Albert, el maître. Allí vivió Vilallonga durante treinta años de exilio dorado y de allí regresó a Madrid en 1976.
El libro se abre con una anécdota en la que el autor justifica su estancia en la capital francesa, lejos de la España de Franco. Explica Vilallonga: 'No sé si mucha gente va a entender la cita del principio del libro. Sé que me lo van a reprochar. Cuando me hicieron esa pregunta tan idiota de qué beneficios había tenido para mí vivir en París, respondí que haber respirado el mismo aire que los escritores más grandes, de los hombres más cultos e inteligentes. Y si yo hubiera estado en Madrid, ¿con quién hubiera yo hablado?, ¿cón Sánchez Mazas? Por favor'.
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