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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Gravedad

El trastorno límite de la personalidad es una enfermedad muy grave que comienza a manifestarse en la primera etapa de la edad escolar. Como sucede con otros trastornos que se sitúan entre la discapacidad psíquica y la enfermedad mental, sus síntomas afectan a la persona en el campo del carácter y las emociones y tienen reflejo en el entorno social más cercano: aislamiento, intentos de suicidio, no adopción de normas, ausencia de vida social y baja autoestima, entre otros, lo que hace que se confundan con frecuencia, sobre todo en la adolescencia, con actitudes antisociales o de mala educación; pero nadie que conviva con uno de estos enfermos podría confundirlo jamás.

Pero lo realmente grave es cuando las personas que se equivocan son las responsables de los servicios públicos que deberían ocuparse del cuidado de estos enfermos. Como cualquier otra enfermedad de estas características, el trastorno límite de personalidad requiere para su cuidado de una atención integral, desde el campo social, sanitario y educativo, atención que no existe.

En el caso de los niños y adolescentes, los servicios sociales de la Comunidad están centralizados en el Instituto Madrileño del Menor y la Familia. Esperanza García, gerente de este servicio, afirma en el artículo sobre este tema de EL PAÍS, día 11 de marzo: 'Estos niños no están enfermos, lo que tienen es una falta de cariño y de atención brutal'. Las familias, que soportan en solitario y por entero toda la carga y responsabilidad de su hijo enfermo, se ven así descalificadas, lo que contribuye a su aislamiento al deslegitimarlas ante la opinión pública. Al negar la existencia de esta enfermedad, niega también la posibilidad de una atención temprana, y con ello, la curación o mejoría de estos chavales, que viven en medio de un atroz sufrimiento para ellos y sus familias. Por otra parte, este trastorno tampoco responde bien a medicamentos.

En el mismo artículo, algo más adelante, curiosamente sí parece que Esperanza García reconoce la existencia de la enfermedad cuando afirma, en relación a su ingreso en centros de la Comunidad: 'No podemos hacernos cargo de que mejoren o se curen. No somos la Virgen de Lourdes'. Efectivamente, nadie espera que sean la Virgen de Lourdes, sólo se espera que sean el organismo responsable de la creación de recursos rehabilitadores, pero no lo son. Ni ellos ni nadie.

De la sensibilidad y de la vergüenza, que hasta ahora no han demostrado los responsables de los servicios que tratan a la población infanto-juvenil, que no olvidemos que son financiados con fondos de los contribuyentes, dependerá que en el futuro estos adolescentes sean personas perfectamente integradas o marginados en permanente conflicto. La rentabilidad personal y social del dinero destinado a estos fines está asegurada.

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