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Columna
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Blas de Otero en Bilbao

'Volver, pasados los años, hacia la felicidad', escribió Gil de Biedma. Blas de Otero regresó a su ciudad ayer mismo, día 15 de marzo, día de su cumpleaños (cumplía 86). El poeta regresa en los paneles y fotografías y poemas de una exposición que podrá visitarse hasta el próximo 24 de mayo en la biblioteca municipal de Bidebarrieta. Bilbao no fue para él, como saben muy bien sus lectores, el escenario amable de la infancia y de la juventud o el paraíso hallado. Es la villa despiadada y beata, 'ciudad donde las almas son de barro y el barro embarra todas las estrellas'. Es la ciudad en la que casi nunca fue feliz, la ciudad de las dudas y las humillaciones, la del frío pupitre con estampas que aparece en las prosas bellísimas de Historias fingidas y verdaderas. Bilbao es la ciudad que dañó el corazón de Blas de Otero (nadie puede dudarlo a estas alturas) de modo irreparable, irrestañable.

No se trata, por tanto, de regresar, al cabo de los años, hacia la felicidad, igual que en el poema de Jaime Gil de Biedma (Blas supo adivinar, por cierto, en el desapegado autor de Pandémica y celeste al mayor poeta de su generación; su oído era infalible). El caso que el poeta regresó a su ciudad ayer mismo. A la misma ciudad en la que se propuso no morir (cosa que consiguió en Majadahonda el 29 de junio de 1979) por encima de todo, contra viento y marea. Otra cosa es que Otero, vagamundo natural de Bilbao, se pasara la vida volviendo a su ciudad, yendo y viniendo, haciendo y deshaciendo sus maletas ligeras de equipaje. 'Regreso a ti', escribió, 'ciudad maldita y hundida en lo más hondo de pecho'. Amó y odió a Bilbao apasionadamente, ahí están sus poemas para certificarlo. La relación de los poetas con sus países y ciudades suele ser conflictiva. Recuerdo a Luis Cernuda y sobre todo al terco Thomas Berhard: afortunadamente Blas de Otero no dejó un testamento, como el autor austríaco, en el que se prohibiera la representación o exhibición de cualquier obra suya en su país. Hemos tenido suerte con el poeta: él con nosotros a lo mejor no tanta.

Blas de Otero, en efecto, ha vuelto a su ciudad. Pero no ha vuelto embalsamado en una exposición al uso, convertido en quincalla más o menos lustrosa o polvorienta. No ha regresado envuelto en cajas numeradas, en una de esas clásicas colecciones de fragmentos que no terminan nunca de encajar, y cuando lo hacen nos ofrecen un retrato extraño, con la mueca perpleja, sorprendida del propio homenajeado ante el anacronismo de su imagen. No me parece que éste sea el caso. Porque el poeta ha vuelto a su ciudad en lo más vivo, es decir, en sus versos. Son once imagénes de Blas de Otero (muchas de ellas inéditas) en pleno viaje (alguna corresponde al pasaporte con el que fue a París). Once ciudades con sus correspondientes poemas y un gran viaje que no acaba en Bilbao.

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