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VIOLENCIA EN ORIENTE PRÓXIMO
Columna
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La idea saudí

Si el disparate de violencia actual no ha dado ya buena cuenta del presunto plan de paz saudí para Oriente Próximo, otros numerosos obstáculos lo liquidarán a su debido tiempo. Pero la idea pone tan gráficamente de relieve qué clase de paz quiere Israel en la región, que, si al príncipe heredero saudí, Abdalá, no se le hubiera ocurrido hacerlo público, habría valido la pena rogarle que lo hiciera.

No es un plan, porque para ello necesitaría prever contingencias que en este caso son secundarias. Es una oferta, escasamente negociable, porque se trata sólo de un planteamiento, a partir del cual habría que discutir su puesta en práctica. Consiste en el reconocimiento pleno de Israel por parte de los 22 países de la Liga Árabe a cambio de una retirada israelí, igual de plena, de los territorios ocupados: Golán, Gaza, Cisjordania, Jerusalén Este y Gran Jerusalén, inventado municipalmente por la potencia ocupante.

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Se ha dicho que sin Egipto el mundo árabe no puede hacer la guerra a Israel y sin Arabia Saudí -el guardián de los Santos Lugares de La Meca- tampoco la paz. El hecho de que la idea parta de Riad obliga, por ello, a subrayar algún aspecto de la iniciativa. Abdalá no habla de territorios para cambalachear con ellos, a ver si en vez del 100% sólo es el 94% lo que hay que devolver, y de compensación un número para una rifa; igualmente, Jerusalén Este quiere decir toda la ciudad árabe, cultos incluidos, y no una macroencuesta a ver quién vive en cada casa para hacer un reparto ad hominem de la urbe. Cabría sólo la permuta de territorios, siempre equivalentes, aceptados por la Autoridad Palestina. Y, lo más hermoso, no se menciona el regreso de los refugiados, espinoso asunto que podría quedar para más adelante. Habría, por último, que negociar esa idea para convertirla en plan, con aderezos del tipo de fuerzas de interposición en las fronteras, desmilitarización recíproca, sanciones a quien vulnerara lo pactado, etcétera.

No es probable, sin embargo, que Siria consintiera, si había imposiciones adicionales como enclave de puestos militares israelíes en el Golán, ni Irak, si no renunciaba Washington a atacar Bagdad. Pero lo que mejor revela la sugerencia saudí es la actitud israelí ante una posible paz.

Desde los tiempos de Ben Gurion los dirigentes sionistas han dicho que lo único que buscan es el reconocimiento de su legítima existencia en la zona; que puedan convivir en un medio que deje de ser hostil, con fronteras seguras; y al amparo de cualquier asechanza árabe. Eso es, precisamente, lo que ofrece Abdalá. ¿Y cuál ha sido la reacción en los medios oficiales de Jerusalén?

Todos los que han tomado la palabra con autoridad para ello: el presidente Mohse Katsaev, el ministro de Exteriores Simón Peres, el ministro de Defensa Benjamín Ben Eliezer, el primer ministro Ariel Sharon, han rechazado la propuesta, aunque empezaran diciendo que era muy interesante y que valía la pena estudiarla. Sólo que si se leían sus declaraciones hasta el final, la contradicción con el arranque era total -Sharon, básicamente, se rascaba la cabeza perplejo, sin saber cómo salir del atolladero- porque todos excluían el regreso a las fronteras de 1967, añadiendo que la oferta sólo podía ser un punto de partida, lo que equivale a hacer imposible cualquier diálogo.

Israel puede rechazar la proposición porque no se fíe de que sea seria; porque dude de que el mundo árabe la respalde; porque no considere que la paz justifique poner en peligro el control de los Santos Lugares del judaísmo; porque le parezca mucho precio por la paz la probable repatriación de buena parte de los 400.000 colonos, que Israel no ha cesado de acumular en los territorios, a sabiendas de que son un gran obstáculo para el acuerdo; o porque considere que esa tierra le pertenece tanto o más que a los palestinos; y ese rechazo de la iniciativa saudí la haría, entonces, a beneficio de inventario ante la opinión mundial; pero lo que resulta demasiado ingenioso es decir que sí, cuando lo que se quiere decir es que no.

Ésa es la cuestión. Israel no le ha dado todavía la vuelta al calcetín de sus victorias militares, ni de su geografía bíblico-mitológica, para hacerse cargo de que no puede haber paz mientras no renuncie a la anexión, como principio, de un solo fragmento de tierra palestina. Así es cómo están las cosas. Y no es tan difícil de entender.

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