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Entrevista:Luis Landero | Escritor

'La novela morirá cuando dejemos de soñar'

Cada nueva novela de Luis Landero es esperada con verdadero interés y El guitarrista, la cuarta que publica, cumple sobradamente con las expectativas. Es la primera que escribe en primera persona y tiene mucho de autobiografía, aunque, como en toda su obra, la realidad y los sueños se mezclan a menudo. Es la historia de la iniciación de un muchacho a la vida, un texto en el que Landero avanza notablemente en la depuración de su estilo.

'Tengo un mundo en la cabeza que no llega nunca a convertirse en realidad'
'Cambiaría la sabiduría de la madurez por la pasión con que leía en la adolescencia'
'Mi primera vocación fue la poesía; también quise trabajar en el cine, ser pistolero...'

Emilio es un adolescente que trabaja como aprendiz de mecánico en un taller; por las tardes estudia sin demasiado convencimiento en una academia. El profesor de Filosofía le transmite todo el pesimismo de Schopenhauer: la vida es un negocio que ni siquiera cubre gastos. 'Nacer, crecer, atarearse, soñar, morir, ser olvidado. Ése era, pues, el argumento de mi vida', piensa el muchacho. Pero aparece Raimundo, su primo, que le cuenta que viene de París, donde ha triunfado como guitarrista de flamenco. Tú también puedes ser guitarrista, le dice. 'Emilio está en ese momento en que se plantea todas las preguntas cuando le llega esa invitación a la vida', explica Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948) de su cuarta novela, El guitarrista (Tusquets). Es una historia de iniciación, con un fuerte componente autobiográfico, la primera que el autor escribe en primera persona, y guarda enorme coherencia con ese mundo fascinante que ha creado Landero -Juegos de la edad tardía, Caballeros de fortuna, El mágico aprendiz- de personajes atrapados en una vida mediocre que sueñan con escapar. Tiene, además, el aliciente de mantener un interesante diálogo sobre el oficio de escribir.

Pregunta. ¿Usted también trabajó en un taller?

Respuesta. Sí, pero antes, a los 14 años, trabajé en una tienda de ultramarinos. Era mal estudiante, un poco golferas, y mi padre me puso a trabajar. Estuve dos meses; volví a estudiar, pero duró poco y entonces vino lo del taller mecánico. Cuando tenía 16 años murió mi padre y entonces la cosa ya fue en serio. Trabajé en Clesa, la central lechera.

P. ¿Cómo se hizo guitarrista?

R. Mi primera vocación fue la poesía; también quise trabajar en el cine, ser pistolero del Oeste, gánster... Tenía una vida laboral muy dura. Me levantaba a las seis de la mañana para ir a la central lechera, a las seis de la tarde iba a una academia nocturna, volvía a casa a medianoche. Y entonces apareció mi primo. Él quería ser torero, pero se metió a guitarrista y me convenció a mí de serlo también. Yo era como Ícaro, que quería huir del laberinto, y él me dio esperanzas de viajar, de conocer otros mundos... Me pareció un modo de vida muy digno comparado con el que yo llevaba.

P. Lo que cuenta en la novela de París, del bar Barcelona que fundó un catalán, ¿también ocurrió de verdad?

R. Absolutamente. El dueño, al que yo llamo en el libro señor Burriac, existió de verdad, bailaba zapateados de 45 minutos. El bar tenía mucho éxito, por el Barcelona pasaba todo el mundo. Allí, en 1975, conocí al terrorista Carlos. Llegó con un Jaguar impresionante y me pidió que tocara Asturias, de Albéniz. Al día siguiente supimos quién era porque salió su foto y la del Jaguar en los periódicos.

P. Estuvo tres años dedicado profesionalmente a la guitarra. ¿Sigue tocando?

R. Muy poco. Renovar el repertorio es complicado, tienes que estar dentro de ese mundo y yo tengo el mismo repertorio que tenía a los 19 años, pero sigo tocando bien.

P. ¿Para quién toca?

R. Para los fantasmas.

P. Raimundo dice que el arte y el amor son incompatibles. ¿Usted dejó la guitarra por amor?

R. No, por la literatura, pero me alegro de haber vivido todo eso. Vengo de una familia de campesinos y estábamos condenados a ser peones, a la miseria.

P. ¿Había pocos libros en su casa?

R. No había, ni en la farándula. Leía novelas de quiosco y las que me dejaban los vecinos. Leí mucho y desordenadamente. Por ejemplo, leí Guerra y paz como una novela policiaca. Siento una gran nostalgia de ese tiempo en que leía con tanta entrega. Luego, lees como perro viejo. Cambiaría la sabiduría de la madurez por la pasión con que leía en la adolescencia.

P. En El guitarrista aparece un bibliotecario, Gustavo Rodó, que lleva una novela dentro, pero que es incapaz de escribirla. ¿También hay algo de usted en este escritor fracasado?

R. Sí. No escribí Juegos de la edad tardía hasta los 30 años, aunque desde mucho antes la estaba rondando. Vivía una feliz soltería literaria, con la que combatía el miedo a probar el talento que yo sentía. Eliminé seis o siete páginas del libro en las que atribuía a Rodó mis propias normas estilísticas, que son contradictorias. Es fácil perderse en el mundo de la teoría, resulta muy atractivo y autosuficiente.

P. Rodó afirma que lo que escribe aún no se parece a lo que necesita decir. ¿A usted le pasa lo mismo?

R. Claro. La novela ideal será la próxima. Tengo un mundo en la cabeza que no llega nunca a convertirse en realidad.

P. Desde que publicó Juegos de la edad tardía, novela a novela, ha ido depurando su estilo.

R. Creo que les pasa a todos los escritores. Uno de los sueños estilísticos es conseguir la precisión. Intento decir lo que quiero cada vez con menos palabras. Existen dos modelos, el de Shakespeare y el de Fernando de Rojas, que lo verbalizan todo, que todo lo convierten en poesía, y el de Marco Aurelio, El Lazarillo o El príncipe, de Maquiavelo, que dicen mucho con muy pocas palabras. Son lacónicos.

P. Usted no es lacónico.

R. No, pero no quiero que las palabras llamen la atención. Si una virtud estimo en una novela es la sinceridad y la verdad, y que tenga vida.

P. La madre de Emilio es costurera y tiene huéspedes. ¿Algo que ver con su propia historia?

R. Sí, mi madre sacó así adelante a sus cuatro hijos, pero a partir de ahí todo lo que aparece en la novela es imaginario. Y a mi padre no es que lo saque en esta novela, es que se me presenta siempre. Era un hombre que idealizaba al hijo y que le exigía que realizara sus propios proyectos, sus sueños. Al final, acaban saliendo todos los fantasmas que uno tiene.

P. En El guitarrista se respira el ambiente opresivo de la dictadura franquista, aunque usted no habla de ella.

R. Mi padre era un dictador, el jefe del taller era un dictador, yo ya tenía bastantes dictadores como para preocuparme por el del Pardo. A pesar de todo lo que viví, en aquella época yo no tenía conciencia política. Quizá por eso he querido confiar ese ambiente a las sombras. Si se da usted cuenta,siempre es invierno en el libro y casi todo pasa de noche. La dictadura fue una época de frío y de penumbra, lo que me parece mucho más simbólico y elocuente que hablar explícitamente de ello. Juan Benet lo ha explicado magistralmente.

P. Emilio vive una extraña relación amorosa con Adriana, la mujer de su jefe en el taller, es una relación perversa entre los tres, ambigua, en la que el único inocente es el chico.

R. Eso es totalmente inventado, pero quizá las historias inventadas son las más arraigadas. No está inventado impunemente, quizá algún día lo contaré... Es una zona de mi experiencia que no controlo. Está como vista en sueños... Todos sabemos hasta qué punto pueden ser perversos los sueños eróticos. Al final no se sabe exactamente lo que pasa. Es una novela de omisiones, todo está a medio decir. Me gusta la idea del amor entre brumas, como en El gran Gatsby o en El gatopardo, que consiguen que se vea como entre la niebla, que se confundan la realidad y el sueño.

P. Deja las conclusiones a los lectores.

R. Los escritores deben aprender a callar a tiempo. Sugerir, tocar la fibra del lector y callar, y confiar la novela a la imaginación del lector.

P. La realidad y los sueños. De eso hay mucho en su literatura.

R. La realidad está muy empobrecida; por ejemplo, excluye los sueños. Habría que ampliarla. A veces lo que deseamos es más real que lo que vivimos. La realidad se ha acotado y racionalizado y los escritores deben escarbar en esas zonas de la realidad que no se pueden civilizar, que no son políticamente correctas.

P. Sus personajes casi siempre huyen de una vida mediocre.

R. Es lo que hacemos todos. Huir de nuestras vidas. Cuando uno no tiene creencias religiosas la vida no tiene finalidad, pero en cambio la vida es bella y te invita a vivirla. ¿Cómo se llama esa mezcla agridulce? Yo la llamo melancolía.

P. Periódicamente se habla del fin de la novela, ¿qué opina?

R. Llegará un día en que llegue el día del último libro y será una novela. Se titulará Muerte de la novela contada por ella misma y será un best seller y la novela volverá a ser un género de moda. La novela sólo morirá el día que dejemos de soñar. Es el único método de reelaborar la realidad.

Luis Landero.
Luis Landero.CLAUDIO ÁLVAREZ

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