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OPINIÓN
Columna
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Mentirosos

Cuando me aburre la actualidad -y a veces me ocurre, por qué no reconocerlo- escribir una columna de opinión se me antoja un ejercicio espiritual harto difícil. Uno se pregunta sobre qué puede escribir un día de esos, y hojeando las páginas del periódico se encuentra con que la principal protagonista del papel impreso -como siempre- es la parca, la que escribe las noticias con su guadaña. Pero lo peor de todo es el hastío que provoca una noticia que se repite, como si se hubiese reproducido y hubiese tenido hijitos. Ahí tenemos el ejemplo de los dos trenes que han ardido recientemente; el primero de forma accidental, en Egipto, y el segundo en la India, en un incendio provocado. Dos trenes en tan poco tiempo. Parece ser que la actualidad no carece de un humor perverso que se plasma en bromas de mal gusto. Cuando los sucesos de este tipo se reproducen, o se repiten, es inevitable hacerse preguntas.

Adonde uno mira se encuentra con este fenómeno: sucesos que llaman a sucesos, asesinatos que llaman a asesinatos, catástrofes que llaman a catástrofes. Un servidor es capaz de aburrirse y de caer en el hastío, y hasta se pregunta si no estará escribiendo el mismo artículo una y otra vez, siguiendo el ritmo de los sucesos repetidos. Pero, a pesar de todo, hay noticias que tienen la capacidad de sorprendernos, y que ponen en evidencia nuestra ingenuidad. Yo hasta ahora tenía la vaga idea de que los cascos azules eran fuerzas de paz, y que las ONG eran organizaciones empeñadas en ayudar a nuestros semejantes más desfavorecidos. Pero aquí está la triste realidad para sacarme de mi error. Cientos de menores africanos han denunciado violencia sexual por parte de empleados de ONG y fuerzas de paz de la ONU. Según parece, es práctica corriente abusar sistemáticamente de menores a cambio de alimento, un poco de dinero o medicamentos. Así es como ayudamos -los occidentales, los ricos- a Sierra Leona, Liberia y Guinea. Convirtiendo esos países en prostíbulos y denigrando a sus habitantes.

Maldita inocencia la que nos mece en la mentira hasta el terrible despertar. Vivimos engañados, y a veces parece ser un fraude sistemático y planificado. Ahora, por ejemplo, Piqué pide disculpas a González y a Yussufi por un bulo que él considera 'un malentendido', después de transmitir a la opinión pública una información que en un momento determinado parecía 'plausible'. Ante estos acontecimientos, no es raro que la 'opinión pública', como la llama Piqué, se divierta. La mentira también puede ser una amena forma de gobierno. Además, una buena mentira anima mucho la actualidad. Es mejor eso que aburrirse.

Por poner un ejemplo más cercano, habría que preguntarse a quién le crece la nariz en la política vasca. La información y la desinformación caminan parejas, y el ciudadano de a pie recurre a su propio criterio, como es lógico. Pero algunos casos extremos nos llevan al aburrimiento. Tan liados estamos en el engranaje político que la mentira hace historia, y lo peor es que se miente con mucho morro. Es indignante que a los ciudadanos nos tomen por bobos y nos quieran hacer comulgar con ruedas de molino. No obstante, como ya he dicho al comenzar este artículo, las noticias se repiten y se reproducen, y tres cuartos de lo mismo ocurre con las patrañas. Las trolas también tienen hijos. Cuando he escuchado o leído una falacia en los medios de comunicación, sospecho siempre que las mentiras son como cucarachas: se ve una, pero escondidas hay mil. Y además las falsedades son utilizadas como auténticas herramientas de trabajo. ¡Miénteme, y dime que me quieres! No es raro que el ciudadano se refugie en el escepticismo, o peor aún, en el cinismo a la hora de interpretar las informaciones que nos llegan a través de los medios.

Desilusión es la palabra correcta para explicar lo que siento. Y, a pesar de todo, continúa sorprendiéndome mi inocencia, que me hace llevarme las manos a la cabeza cuando parece que la verdad reluce. No consigo acostumbrarme a escuchar la verdad, y en cambio estoy habituado a sospechar que no me la dicen.

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