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VISTO / OÍDO
Columna
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El Minzah

A veces sueño que he vuelto al Minzah, y aún está el barman que preparaba los whisky-sour frescos; y el director, André Marie, que a veces me invitaba a cenar en su apartamento y después tocaba Bach al violonchelo. Cuando leí que Felipe González y el primer ministro Yussufi se habían entrevistado en el Minzah de Tánger comprendí que deseaban que se supiera: ni una sola de las personas que hay por allí son ajenas a un espionaje que podríamos llamar de perra gorda. En un tiempo las legaciones pagaban diez céntimos de peseta por las listas de las personas que llegaban. Eran más bien chismosos que espías. Un amigo escritor de París me pidió una vez que le buscara un alojamiento donde pudiera guardar su incógnito, y le contesté: 'Aquí entra Belmondo en el Minzah y nadie vuelve la cabeza'. Pero todo Tánger sabe que está allí. Nada más absurdo que imaginar al primer ministro del país, Yussufi, entrando de incógnito en el Minzah; ni a Felipe González. Nada más inverosímil que suponer que iban a visitar al rey Mohamed sin que nadie lo supiera. Quizá Fernando Arias-Salgado, el embajador, podría tener una sospecha así, si alguien le cobró dinero de estafa por inventar esa historia. Lo digo porque cada vez que leo o cito la 'oficina de mentiras' que ha querido crear Bush en Washington (y ya ha renunciado) para intoxicar al 'enemigo' recuerdo que Gabriel Arias-Salgado puso una, llamada Ministerio de Información y Turismo.

Gabriel Arias-Salgado no era mala persona: sólo integrista católico y falangista. No creo que lo sea este descendiente Fernando que ahora es embajador, ni siquiera Piqué, viejo rojo fracasado, al creerse lo que nunca pasó. Pero alguien es el malo, el perverso en esta historia. Supongo que alguien que ha querido poner en ridículo al embajador y al ministro. (Cuando llegué a Tánger tardé un par de días en saber que me seguían por todos mis paseos, que un vicecónsul extranjero estaba seguro de que era agente argelino; un poco más tarde me dijeron que el obispo católico -no hay obispo ni catedral, pero se llaman así- había recibido la noticia de que yo no estaba bautizado; y algunas cosas de amores: el subdirector del periódico había hecho una derivación de mi teléfono y espiaba mis conversaciones. Todo era falso, mentira, gracioso, arriesgado. ¡Tánger!). Yo creí que ya no era así.

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