Tolerancia
Parece ya cansino insistir sobre el tema de la niña marroquí y el hiyab, pero más cansino para quienes hemos visto el asunto planteado y más o menos resuelto hace años en otros países de inmigración.
Permítaseme el testimonio: allá por los noventa, la alcaldesa de Estrasburgo nos invitó a varios eurodiputados a un foro público sobre temas de aquella ciudad. Algún inmigrante planteó la cuestión, y un servidor -con la discreción adecuada a ser un mero invitado- opinó por la permisión de esa singularidad de la vestimenta en las niñas, casi siempre magrebíes escolarizadas en Francia.
La reacción de parte del público fue bastante feroz, y a la mañana siguiente los medios alsacianos criticaban duramente a este 'entrometido' por atentar contra los sacrosantos principios republicanos de la escuela pública, laica e igualitaria.
Lo divertido fue cuando comprobé que esos denuestos provenían de elementos lepenistas y sectores afines, lo cual ilustra acerca de esa constante en la reacción, el defender con uñas y dientes aquello a lo que tiempo atrás se oponían: la filosofía del bastión.Hoy esa polémica en Francia, Bélgica, Holanda, etcétera, está amortiguada. ¿Por qué? En gran parte, por la razón que aducía yo entonces: la de que, felizmente, las malas costumbres se contagian pronto, y las niñas -no Fátima Elidrisi, machacada por los media- sí seguramente otras muchas en su situación, al poco tiempo de ver el desmelene circundante, la comodidad, la higiene y, ¿por qué no?, la belleza de sus compañeras descocadas, van a pensar que ellas también. Y las consignas de papá y mamá para dentro de casa... y ya veremos hasta cuándo.No hay que acudir a Mandeville y sus famosos vicios privados, para comprobar que la virtud pública de la tolerancia consigue mucho más en la aproximación de culturas que un nuevo igualitarismo que deja chico a Orwell: todos iguales para que tú lo seas menos.
Mi felicitación al consejero de Educación de la Comunidad de Madrid por haber adoptado la solución más acertada.
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