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Columna
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Crímenes y castigos empresariales

El capitalismo no arraigará en el mundo si la corrupción lo deshonra. El socialismo se derrumbó hace una década porque cayó en descrédito ante las personas que vivían bajo él. Ahora, el capitalismo está recibiendo graves reveses, y sus detractores han dado pruebas convincentes de que tienen razón al considerarlo un sistema que funciona para los enterados y sus amiguetes. Al fin y al cabo, ¿no es la quiebra de Enron un clarísimo ejemplo de cómo los presos controlan a sus guardianes? Si Estados Unidos quiere liderar la marcha global del capitalismo, debe exorcizar la cultura del capitalismo empresarial de amiguetes, cada vez más extendida.

Si la desigualdad es un aspecto negativo del capitalismo radical, en cierta medida mitigado por el sector público, otro es la posible corrupción de las instituciones capitalistas: llamémoslo el síndrome de Enron. Cuando los comités del Congreso de Estados Unidos reducen la vigilancia preceptiva de sus amigos empresarios; cuando las empresas de contabilidad renuncian a su independencia por el aliciente de unos megacontratos; cuando los consejos de administración de las empresas no pueden decir que no porque los honorarios de sus miembros son inmensamente altos en relación al esfuerzo que realizan, y cuando los ejecutivos sólo barren para adentro, tenemos todo lo necesario para que el capitalismo pierda su reputación.

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Una avalancha de casos que ha puesto a prueba los mercados

Últimamente, ése es el caso en Estados Unidos. El capitalismo conlleva un delicado problema de delegación y confianza: dar a los directivos luz verde para sus iniciativas empresariales no es suficiente para asegurarse de que los intereses de los inversores están protegidos, ni tampoco es suficiente con que los mercados de valores establezcan realistamente el precio de las acciones. Aunque no tenemos todas las pruebas sobre la debacle de Enron, es justo decir que Enron es un gran escándalo moral y una mancha para el capitalismo. Arroja una clarísima luz sobre los defectos de las instituciones esenciales del capitalismo.

La caza de brujas que se avecina, en la que políticos, legisladores, e incluso la Casa Blanca, hacen lo posible por salvar la piel política es, efectivamente, esencial. Inevitablemente, contiene sentimientos populistas contra el mundo empresarial. A veces casi da la impresión de que los manifestantes antiglobalización estuvieran tomando posesión. Pero con la oscilación del péndulo, los excesos del ayer darán pie a un escrutinio más intenso y a un reglamento más duro para las empresas del futuro.

Porque la única forma de hacer que el capitalismo sea aceptable y, por consiguiente, genere crecimiento y prosperidad en todo el mundo, es practicando este rito de exorcismo en público. Los jefes de Enron se verán humillados; otros jefes sacudirán la cabeza (en privado) ante la escala de estas purgas. Alegarán que todas las investigaciones del Congreso y de la prensa son excesivas, que deberíamos dejar Enron atrás y pasar al asunto de volver a ganar dinero. Pero una conducta así sembrará todavía más dudas en los que ya dudan del capitalismo. Algo así crearía, de hecho, el riesgo moral definitivo: un mundo de delitos empresariales sin castigo.

El capitalismo siempre ha necesitado sus fábulas con moraleja. Pero hay que hacer distinciones. El fracaso de Long Term Capital Management hace unos años dio una lección sobre gestión del riesgo y la necesidad de no soñar despierto con enormes beneficios en cadena. En aquel momento no ocurrió nada ni remotamente ilegal; sencillamente, los inversores cometieron un error llevados por la avaricia y perdieron, a lo grande.

Por el contrario, en el asunto Enron ha habido falta de decoro y quizá conducta delictiva por parte de casi todos los que estaban en puestos cercanos a la dirección. Además, todavía no está claro si los directivos de Enron no acabarán marchándose con los bolsillos bien llenos mientras los trabajadores de la empresa pierden sus pensiones por jubilación.

Como el capitalismo redistribuye de forma agresiva, es vital que haya confianza, transparencia y responsabilidad. Después de Enron -que representa no sólo un único acontecimiento, sino un resbalón de la cultura empresarial en su conjunto- sólo recuperaremos el norte si se imponen severos castigos por los delitos empresariales.

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