Gran homenaje a Montsalvatge
El próximo día 11 de marzo cumplirá 90 años el compositor, crítico y hombre de cultura Xavier Montsalvatge, 'uno de los grandes músicos de nuestro siglo' al decir de Antoni Ros Marbá, que ahora ha dirigido a la Orquesta Nacional el primer homenaje con la reposición de la Sinfonía de Réquiem.
Pertenece Montsalvatge a una generación especialmente conflictiva, la que centró el año 1916 y se inicia en 1909, año de la muerte de Isaac Albéniz. La conflictividad de este grupo generacional, sucesor de la denominada un tanto caprichosamente Generación del 27, consiste en haberse visto apresada por los sucesores de Falla y por los jóvenes progresistas que abrazaron el serialismo. El calificativo de 'intermedia' apareció pronto y desapareció más tarde, ya que no creo existan intermedios en la marcha de la historia ni en el latido vital de los hombres que la representan.
Los del 27, aquí y fuera de aquí, reclamaban una 'llamada al orden' y hacían sonar las trompetas de la simplicidad; sus herederos vinieron a poner orden sin necesidad de retornos, ni neoclasicismo. Es la generación de Britten, Lutoslavski, Menotti, Ligeti o Dutilleus; también la de Barber, William Schumann o Bernstein y, sorpresivamente, John Cage, es decir, la libertad como principio, la imaginación sin otras ataduras que el bien hacer y hasta la rebeldía.
Y en medio de tal panorama, la figura y la creación importante de Montsalvatge se me antoja algo ejemplar, cuyas significaciones se enriquecerán en el futuro como se ha enriquecido ya el mensaje humanístico, el arte trascendental, la rara fusión de universalismo y cosmopolitismo de este catalán empecinado y voluntarioso, amante de la vida, perseguidor de la verdad -esto es, su autenticidad-, interesado incluso con pasión por la pintura o el teatro, la ópera, los avances de la ciencia y el pensamiento de su tiempo y circunstancia.
Montsalvatge, sutil descubridor de equivalencias sonoras para sus ideaciones y sentimientos, como comentara Dionisio Ridruejo. Todo lo cual encontró cauce expresivo, hondamente artístico, en la objetivación de su réquiem orquestal, su Sinfonía de Réquiem, coronada por la voz mágica y casi fantasmagórica de la soprano, que Catalina Moncloa evidenció y volatilizó. Bravísima obra de un músico en el cénit de sus dones y valores escrita en 1985. Volver a escucharla en el comienzo de la celebración montsalvatgeana supuso experiencia emocional muy intensa, movida en su fondo humanístico por una voluntad de paz.
Ros Marbá, músico de ricos y elevados quilates, atinó con la razón de ser de la Sinfonía a la que, en la segunda parte, opuso otro repertorio de gran calado propio de los mundos y otros espacios: la Patética, de Chaikovski, siempre viva en su dolorida efusividad. El éxito más encendido rodeó la jornada.
Babelia
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