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El Metropolitan de Nueva York explora el deseo surrealista

Uno de los temas centrales del movimiento surrealista, la idea de que el hombre es una criatura de impulsos y sensaciones, y el deseo su motor, se ha apoderado del Metropolitan de Nueva York, al menos de algunas de sus salas.

Para los surrealistas, el deseo era la auténtica y profunda voz del ser humano y un camino hacia la exploración personal. También era una expresión del instinto sexual y, de una forma sublimada, del impulso amoroso. Las diversas expresiones del surrealismo, arte, literatura, política, se inspiraron en esta visión del hombre, un ser impulsado por el deseo de amor, poesía y libertad.

La exposición empieza con cuadros de Giorgio de Chirico, que con sus simbolismos inspiraron a los surrealistas, y termina con la última exposición del movimiento, en 1959, organizada por Marchel Duchamp y André Breton, aunque incluye también obras posteriores de Jackson Pollock e incluso Louise Bourgeois.

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Influidos por las teorías de Freud sobre el subconsciente y discípulos de Sade, que reinvidicaba la supremacía del deseo sobre otras obligaciones morales, los surrealistas crearon imágenes y conceptos visuales que desde entonces han sido ampliamente explotados y utilizados.

Las sexualidades, que se centran en un deseo obsesivo, son sin embargo muy distintas: solitaria, irónica y repetitiva la de Marcel Duchamp; romántica la de Paul Eluard; obvia y precisa la de las fotos de Man Ray; escatológica y al borde de la descomposición la de Dalí; desbordante y descomunal la de Picasso, e increíblemente violenta la de Hans Bellmer.

'Belleza compulsiva'

Los surrealistas también inventaron el objeto de deseo, convencidos de que le merveilleux, ese estado de casi exaltación sexual que Breton llamaba 'belleza convulsiva', podía encontrarse en cualquier parte, escondido tras la apariencia de la realidad. Son objetos como el Teléfono langosta o el Zapato sociológico funcionando simbólicamente, ambos de Dalí.

La parte sin duda más inesperada de la exposición son las fotos y cartas personales de los surrealistas, que vivían como una piña, y sus propias historias de amor, a menudo entrelazadas. Está el trío protagonizado por Gala, Paul Eluard y Max Ernst; la breve pero intensa historia de amor de Breton con una desconocida que contaría en su novela Najda; las historias de amor de Louis Aragon, primero con Nancy Cunard, y, después, con Elsa Triolet; o los ataques de celos de Man Ray hacia su modelo y amante, la norteamericana Lee Miller.

Una foto de 1937 muestra a Paul Eluard, Lee Miller, Nusch Eluard, Man Ray y Ady Fidelin comiendo tranquilamente en la campiña francesa, en Mougins. Ellos relajados y burgueses, ellas en top less, como una nueva versión del Dejeuner sur l'herbe, de Manet.

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