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Columna
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La piedad y la razón

Si algo ha cambiado en la política vasca de unos años a esta parte ha sido la contundente demanda moral que las víctimas de la violencia y los amenazados han presentado a esta sociedad. A veces es difícil recordar -en todas las sociedades, los fenómenos que imponen una culpa colectiva son difíciles de recordar-, pero hacerlo es también una exigencia ética. En mi ciudad, durante muchos años, los funerales de las víctimas se oficiaban en una iglesia cercana al Gobierno civil. Constituían actos rigurosamente privados, por mucho que en la reducida nómina de comparecientes siempre hubiera algunos cargos del Estado. Eran actos avergonzantes, avergonzantes para toda una sociedad que no se conmovía. Hablamos de unos años en que los asesinatos, los terribles asesinatos de ETA, se reproducían cada tres o cuatro días.

Fueron unos años terribles, y lo fueron también por la indiferencia, por el desamparo que padecían las víctimas y sus familias. No íbamos a los funerales. No hacíamos concentraciones. Nadie variaba sus costumbres por aquel hecho banal de un nuevo ser humano abatido en suelo vasco. No había foros de intelectuales, ni grupos por la paz, ni demasiados artículos en prensa. Cuando se habla de responsabilidades, de la culpa de unos y de otros, convendría recordar aquellos años: la culpa era de todos, de todos los que no estuvimos allí, de todos los que íbamos al cine o a una cena sin recordar siquiera que a nuestro lado, muy cerca, se oficiaba uno de aquellos funerales recogidos, íntimos, profundamente desamparados.

Con los años, el abanico de las víctimas comenzó a ampliarse, en la enésima aplicación del poema brechtiano. La sociedad comenzó a despertar, lenta, pesadamente, hasta alcanzar una auténtica marea humana. No fue bien aprovechada porque ningún ministro tenía derecho a patrimonializar nuestra presencia ni a interpretar nuestras ideas. Entonces apareció, con más fuerza que nunca, la demanda moral, la necesidad del reconocimiento hacia las víctimas. Las víctimas exigían respeto. Nos la exigían (nos la exigen) los amenazados, los extorsionados, los que cargan cualquier forma de dolor provocada por el terrorismo. Que ciertos partidos se reservaran la defensa de tales sentimientos pudo tener sentido durante algún tiempo, cuando el nacionalismo democrático no respondía en su justa medida a tanto dolor acumulado. El dolor debía estar por encima de todo y esta sociedad había contraído demasiadas deudas con demasiada gente.

Pero cuando por fin la demanda moral ha sido asumida por una abrumadora mayoría, surge la grieta más inesperada. Los problemas internos del socialismo vasco o ciertos avatares universitarios han desvelado una nueva realidad. La derecha, que había liderado aquella toma de conciencia, ya no tiene reparos en utilizar sin pudor su batería mediática contra personas cuya libertad se halla secuestrada. Los que reclamaban respeto hacia los amenazados descubren que ciertos amenazados no les gustan lo suficiente. No dudan en zaherir, en calumniar, en humillar y en vejar, con la misma ligereza y desparpajo de un fanzine de la izquierda radical. Los que pedían altura ética se permiten llamar cobardes, arrepentidos o tontos útiles a hombres y mujeres que llevan muchos años privados de libertad. Ahora la derecha mediática elige a sus amenazados de confianza y se permite toda clase de juicios de intenciones con aquellos que no muestran la suficiente lealtad.

Debíamos haberlo sabido: tanta algarabía moralista no atesoraba ni un solo gramo de piedad. Se trataba de una operación política, una de tantas. La actitud que exigen de los otros ante los amenazados parece que no les vincula. Ejercitan una crueldad sin medida, sin un mínimo de moderación, sin un solo apunte de misericordia o de respeto. Ese es el efecto más inesperado que está alumbrando la violencia: permitir que, poco a poco, el tiempo vaya revelando la medida moral, la grandeza o villanía de todos y cada uno de nosotros. Un ministro se permitió formular la vulgaridad intelectual de que las víctimas siempre tienen razón. Era mentira: desde hace ya unos meses, depende de qué víctima.

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