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Columna
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La guerra ideológica

La carta de América, razones de un combate, manifiesto en favor de la acción guerrera de Estados Unidos que acaban de publicar 60 intelectuales norteamericanos, abre una nueva fase de la permanente guerra ideológica que el establishment USA libra desde hace más de cincuenta años para justificar la dominación de su país y para legitimar sus posiciones hegemónicas.

La historia de esta guerra, tan determinante para comprender la evolución de las ideas y valores del mundo occidental -desde la batalla en 1955 del fin de las ideologías, fervorosamente representada en nuestro país por el ideólogo franquista Fernández de la Mora, hasta el reciente lanzamiento de la operación gobernanza-, está por hacer, pero su intensificación coincide siempre con las necesidades bélicas de la república imperial. Terminada la etapa de Afganistán, sin que sepamos nadie en qué punto está la liquidación de la secta Al Qaeda y hasta un tanto olvidados los secuaces de Bin Laden, Bush jr., montado en el 11-S, se ha transformado en un verdadero jefe de guerra. Como tal nos anuncia la campaña El eje del mal, sucesor del anterior Imperio del mal de Reagan, que es su modelo y no su padre al que comienza a considerar como un perdedor, tiene como blancos a Irak, Irán y Corea del Norte.

No importa que la CIA haya confirmado que Irak nada ha tenido que ver con los atentados del World Trade Center, ni que después del ataque contra Bush sr. en 1993 no haya participado en otras acciones terroristas; no cuenta la evidencia de que Irán sólo ha tenido contacto durante estos últimos años con quienes combaten contra Israel pero no ha intervenido en ninguna otra operación de terror; como tampoco es obstáculo la inverosimilitud de la hipótesis del movimiento terrorista norcoreano amenazando a los países occidentales, para que las fuerzas imperiales hayan decidido incluir a estos tres países en la segunda ola. Detrás de la cual vendrán una tercera y una cuarta. Ya nos lo anunció el señor Bush jr.: 'Tenemos guerra para años'. Ratificando su afirmación con su rúbrica habitual: 'Que nadie se llame a engaño' -'make no mistake about it'-.Ahora bien, la dificultad militar y financiera de este ambicioso programa bélico reclama tantos millones, tantas bombas y tantos muertos enemigos que no puede ponerse en órbita por grandes que sean la impaciencia y el entusiasmo guerrero del señor Bush, sin un especial acompañamiento, digamos, cultural. A él ha convocado el presidente a su gente y los adalides de servicio -los Huntington, Fukuyama, Moynihan, Etzioni, Novak, Blankenhorn, hasta 60 y de forma sorprendente, aunque quizá no tanto, Michael Walzer- han producido el larguísimo alegato con cuyo título se inicia esta columna. Su contenido, que merecería a la par que la guerra ideológica, un comentario pormenorizado que dejo para otra ocasión, debe mucho a tres de sus firmantes.

En primer lugar a David Blankenhorn, fundador del Instituto de Valores Americanos, por lo que toca a la reivindicación, que ocupa un tercio del texto, de los valores humanos universales que, según él, ninguna otra nación en la historia ha hecho tan suyos como EE UU; en segundo término, la conocida teoría de Walzer sobre la guerra justa; y finalmente la hipermediatizada profecía de Huntington sobre el choque de civilizaciones y el islamismo en el papel de malo absoluto. Sea cual sea el juicio que merezca esta narcisista apología de la guerra de EE UU, es muy penosa la descalificación que hacen los autores de Naciones Unidas como la instancia internacional llamada a decidir en último término sobre lo bien fundado de una guerra. Para ellos, por el contrario, la misión de la ONU sólo es de contenido humanitario, y dejarla entrar en cuestiones de guerra y paz sería suicida.

Con todo, lo más lamentable del texto es que no se haga mención alguna a la conculcación sistemática de los derechos humanos en su país y a la censura/autocensura de los medios después del 11-S, y que no se exija a Bush la firma de ni siquiera uno de los múltiples convenios internacionales que rechaza, cuando lo único que persiguen es la creación de una estructura de derechos/deberes, iguales para todos y de alcance mundial.

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